"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
“Soy yo, no teman”.
La primera lectura de hoy (Hc 6,1-7) nos narra
la institución del diaconado en la Iglesia, “…escoged a siete de vosotros,
hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de
esta tarea (atender a las viudas): nosotros nos dedicaremos a la oración y al
ministerio de la palabra”.
La institución del diaconado permanente ha ido
evolucionando a lo largo de la historia de la Iglesia, y había caído en desuso
hasta que el Concilio Vaticano II lo restableció.
Esteban, uno de los primeros diáconos nombrados
por los apóstoles, hombre “lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios
y signos en el pueblo” y se convirtió en el primero en dar su vida por el
Evangelio, el primer mártir de la Iglesia.
La lectura evangélica nos presenta la versión
de Juan del episodio en que Jesús camina sobre las aguas (Jn 6,16-21). Los dos sinópticos
que nos presentan el episodio (Mateo y Marcos), al igual que Juan, lo ubican
inmediatamente después de la multiplicación de los panes, es decir, dentro de
un contexto eucarístico. Y todas las narraciones nos presentan a los discípulos
navegando en un mar embravecido con viento contrario, cuando Jesús se acerca a
ellos caminando sobre las aguas del lago que se iba encrespando. Este es uno de
tan solo siete “signos” (Juan llama signos a los milagros) que Juan nos narra
en su relato; el poder de Jesús sobre las leyes naturales (los sinópticos
narran alrededor de veintitrés milagros).
Al verlo acercarse, los discípulos se
asustaron. No por la presencia de Jesús, sino porque estaban presenciando algo
que su cerebro no podía procesar. Estaban tan ocupados en navegar su
embarcación en el mar enfurecido, que aquella experiencia los sobresaltó. La
reacción de Jesús, y sus palabras no se hicieron esperar: “Soy yo, no teman”.
Muchas veces en nuestras vidas acudimos a la
celebración eucarística dominical y al salir nos enfrentamos a la aventura de
la vida, a “navegar” el mar de situaciones e incertidumbre que nos presenta la
cotidianidad. Y las “cosas pequeñas” del diario vivir consumen toda nuestra
atención. Nos olvidamos que hemos recibido a Jesús-Eucaristía con todo su
cuerpo, sangre, alma y divinidad, y que esa presencia permanece con nosotros.
Él prometió que iba a estar con nosotros “todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20). Pero estamos tan ocupados atendiendo nuestra barca, que no
lo vemos; y si lo vemos, o no lo reconocemos, o nos sobresaltamos, como ocurrió
a los discípulos aquella noche en el lago de Tiberíades.
Cuando caemos en la cuenta que se trata de Él,
y decidimos “recogerlo a bordo” de nuestra vida, nos sucede lo mismo que a los
discípulos: “Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida,
en el sitio a donde iban”. Nos percatamos que hemos llegado a nuestro destino y
no nos habíamos dado cuenta que Él había estado caminando a nuestro lado, sobre
el mar embravecido, todo el tiempo.
Señor, ayúdame a estar consciente de Tu presencia en mi vida, para abandonarme a Tu santa voluntad, con la certeza de que me has de conducir al puerto seguro de la Salvación que compraste para nosotros con tu Misterio Pascual.
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