"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el
que coma de este pan vivirá para siempre”.
La primera lectura de hoy (Hc 8,26-40) nos
presenta a Felipe, quien ha salido de Jerusalén luego de la muerte de Esteban y
ha continuado la propagación de la Buena Noticia, siguiendo el mandato de Jesús
de ir por todo el mundo y proclamar el Evangelio (Mc 16,15), reiterado en la
promesa de Jesús a los apóstoles antes de su ascensión (Hc 1,8) de que
recibirían el Espíritu Santo y darían testimonio de Él hasta los confines de la
tierra. Hoy encontramos a Felipe convirtiendo y bautizando a un alto funcionario
de la reina de Etiopía, esto a apenas unos meses de la Resurrección de Jesús.
Es el comienzo de ese testimonio que llevará al mismo Felipe a evangelizar
hasta el actual Sudán al sur del río Nilo. Y el “motor” que impulsaba esa
evangelización a todo el mundo era la fe Pascual, guiada por el Espíritu Santo
que les había sido prometido y que recibieron en Pentecostés.
Aquél etíope encontró el Evangelio, no en el
templo, sino en la carretera de Jerusalén a Gaza. ¡Jesús viene a nuestro
encuentro en las calles, en las carreteras, en todos los caminos! El Evangelio
es Palabra de Dios viva, y nos sale al paso donde menos lo imaginamos. Al igual
que Felipe, todos estamos llamados a proclamar la Buena Noticia de la
Resurrección a todo el que se cruce en nuestro camino.
En el pasaje evangélico que contemplamos hoy
(Jn 6,44-51) Jesús se describe una vez más como el pan de vida que ha bajado
del cielo: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto
el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre que coma
de él ya no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo”.
“El pan que yo daré es mi carne para la vida
del mundo”… Juan sigue presentándonos a “Jesús Eucaristía”, poniendo en boca de
Jesús un lenguaje eucarístico que nos presenta el pan que es su propia carne,
para que el que crea y lo coma tenga vida eterna. La promesa de vida eterna.
Restituir al hombre la inmortalidad que perdió con la caída y expulsión del
paraíso. El hombre fue creado para ser inmortal; vivía en un jardín en el que
había un árbol de la vida del que no podía comer, pues Yahvé le había advertido
que “el día que comas de él, ten la seguridad de que vas a morir”. La soberbia
llevó al hombre a comer del árbol, y la muerte entró en el mundo.
Jesús nos asegura que quien coma su cuerpo
recuperará la inmortalidad. Se refiere, por supuesto, a esa vida eterna que
trasciende a la muerte física, sobre la cual esta ya no tendrá poder. Pero para
recibir los beneficios de ese alimento de vida eterna es necesario creer;
por eso, la frase “Yo soy el pan de vida” está precedida en este pasaje por
esta aseveración de parte de Jesús: “Os lo aseguro: el que cree tiene vida
eterna”.
Esa es la gran noticia de Jesús, la Buena
Nueva por excelencia para nosotros. Si aceptamos su invitación a hacernos uno
con Él en la Eucaristía, Él nos dará su vida eterna. ¿Aceptas?
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