"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para
siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”.
En la liturgia pascual continuamos leyendo el
libro de los Hechos de los Apóstoles. El pasaje que leemos hoy (Hc 11,19-26)
nos presenta a Bernabé predicando exitosamente el Evangelio en Antioquía.
Entusiasmado por la acogida de la Palabra en Antioquía, fue a buscar a Pablo y
lo trajo a esa ciudad, en donde ambos permanecieron un año. Antioquía se convirtió
en el gran centro de evangelización de mundo pagano. Tan visible fue el éxito
de Pablo y Bernabé en esta misión, y tan floreciente la comunidad de Antioquía,
que fue allí donde por primera vez llamaron “cristianos” a los seguidores de
Jesús (11,26). Hasta entonces se les conocía como los seguidores de “el
Camino”.
La lectura evangélica (Jn 10,22-30) es
continuación de la que leyéramos el pasado domingo, y sigue presentándonos la
figura de Jesús-Buen Pastor. El pasaje de hoy nos narra el último encuentro
entre Jesús y los dirigentes judíos en el relato de Juan. Es el último intento
de estos de lograr que Jesús acepte públicamente ante ellos su mesianismo:
“¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo
francamente”. La pregunta iba dirigida a hacerles más fácil su trabajo, pues ya
para entonces la decisión estaba tomada: había que “eliminar” a Jesús.
Jesús evade contestar directamente la pregunta
y les remite a sus obras, que Él hace “en nombre de [su] Padre”. Pero los
dirigentes judíos se niegan a creer porque están cegados. Aceptar que Jesús es
el Mesías les quitaría su base de poder. Eso no les permite “ver” las obras de
Jesús, y mucho menos escuchar su voz. “Pero vosotros no creéis, porque no sois
ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y
yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de
mi mano”.
De nuevo la referencia a la relación entre el
pastor y sus ovejas: “Yo las conozco y ellas me siguen”. Cuando hablamos de
“conocer” en términos bíblicos, nos referimos a algo más que saber el nombre o
reconocer a alguien. Ese verbo implica una intimidad que va más allá de lo
cotidiano. Y esa intimidad lleva a los verdaderos discípulos de Jesús a
seguirle sin reservas, a confiar plenamente el Él, a aceptar su camino, como
las ovejas que siguen la voz del pastor sabiendo que este les conducirá a las
verdes praderas, hacia fuentes tranquilas (Cfr. Sal 22). En el caso de los
discípulos de Jesús ese seguimiento es el que nos conduce a la “Vida eterna”.
Vemos que Jesús siempre habla en plural al
referirse a nosotros como sus ovejas. Nos está diciendo que formamos parte de
un pueblo, de un “rebaño”, de una Iglesia; que nuestra salvación no es
individual, que no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni de nuestra
Iglesia, aunque en ocasiones nos sintamos incómodos con alguien o algo. No
podemos caminar separados del “rebaño”, pues si nos separamos del rebaño, nos
separamos del Pastor y nos apartaremos del camino.
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