"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA
Continuamos nuestra
ruta Pascual camino a Pentecostés y, para que no se nos olvide, la Primera
lectura de hoy (Hc 13,26-33) nos recuerda que a Jesús, luego haber sido muerto
y sepultado, “Dios lo resucitó de entre los muertos”.
La lectura evangélica, por su parte, nos presenta nuevamente otro de los
famosos “Yo soy” de Jesús que encontramos en el relato evangélico de Juan
(14,1-6), que nos apuntan a la identidad entre Jesús y el Padre (Cfr. Ex 3,14): “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Jesús pronuncia
estas palabras en el contexto de la última cena, después del lavatorio de los
pies a sus discípulos, el anuncio de la traición de Judas, el anuncio de su
glorificación, la institución del mandamiento del amor, y el anuncio de las
negaciones de Pedro (que refiere a la interrogante de ese “lugar” a donde va
Jesús).
Es ahí que Jesús les dice: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios
y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera
así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare
sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también
vosotros”. Jesús utiliza ese lenguaje partiendo de la concepción judía de que
el cielo era un lugar de muchas estancias o “habitaciones”. Jesús toma ese
concepto y lo lleva un paso más allá. Relaciona ese “lugar” con la Casa del
Padre hacia donde Él ha dicho que va. Eso les asegura a sus discípulos un lugar
en la Casa del Padre. Y tú, ¿te cuentas entre sus discípulos?
“Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”, les dice Jesús a renglón seguido,
lo que suscita la duda de Tomás (¡Tomás siempre dudando!): “Señor, no sabemos
adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Es en contestación a esa
interrogante que Jesús pronuncia el Yo
soy que hemos reseñado.
Vemos cómo Jesús se identifica con el Padre. Especialmente en el relato de
Juan, Jesús repite que Él y el Padre son uno, que quien le ve a Él ha visto al
Padre, y quien le escucha a Él escucha al Padre, al punto que a veces suena
como un trabalenguas.
La misma identidad existe entre la persona de Jesús y el misterio del
Reino. Él en persona es el misterio del Reino de Dios. Por eso puede decir a
los testigos oculares: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!, pues yo os digo
que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis y no lo vieron, quisieron
oír lo que oís y no lo oyeron (Lc 10,23s). La llegada de Jesús, el misterio de su encarnación, es la llegada
del Reino. El “Reino de Dios” no es un concepto territorial; ni
tan siquiera es un lugar (como tampoco lo es el cielo). Se trata del Reinado de
Dios; el hecho de que Dios “reina” sobre toda la creación. Y Jesús es uno con
el Padre.
Él va primero al Padre. Ha prometido que va a prepararnos un lugar, y cuando esté listo ha de venir a buscarnos para que “donde yo esté, estén también ustedes”. Es decir, que nos hace partícipes de Su vida divina. También nos ha dicho que hay un solo camino hacia la Casa del Padre, y ese Camino es Él. ¿Te animas a seguir ese Camino?
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