"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
“Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”.
En ocasiones he visto
una pegatina, de esas que se adhieren a los parachoques de los autos (lo que en
“Castilla la Vieja” llaman un bumper
sticker), que lee: “¿Crees en Cristo? ¡Que se te note!”. Algo así
sucedió a Esteban en la primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (Hc
6,8-15).
Esteban estaba tan “lleno de gracia y poder”, que realizaba grandes
prodigios y signos delante del pueblo, y predicaba con tanta elocuencia que
nadie podía rebatir su discurso. Esa gracia y poder provenían de la efusión del
Espíritu Santo que había recibido por la oración e imposición de manos de los
Apóstoles (6,6) al ser ordenado como diácono. Tan grande era su fe, y el
Espíritu obraba con tanto poder en él, que cuando fue apresado y conducido ante
el Sanedrín, “todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro
les pareció el de un ángel”.
En ocasiones anteriores hemos dicho que la fe es “algo que se ve”. Porque
los hombres y mujeres de fe actúan conforme a la Palabra de Jesús, en quien
confían plenamente. Y eso se ve, la gente lo nota, y les hace decir: “Yo no sé
lo que esa persona quiere, pero yo quiero de eso”. La persona que cree en
Jesús, y le cree a Jesús, actúa diferente, despliega una seguridad que es
contagiosa, y la gente le nota algo distinto en el rostro. Es sentirse amado
por Dios y que Su voluntad es que todos alcancemos la salvación. Eso fue lo que
los del Sanedrín vieron en Esteban, al punto que “su rostro les pareció el de
un ángel”.
Durante esta semana vamos a continuar “degustando” el discurso del pan de
vida contenido en el capítulo 6 del Evangelio según Juan, que comenzó el pasado viernes con el símbolo
eucarístico de la multiplicación de los panes. Por eso estas lecturas, aunque
se refieren a hechos anteriores a la Pasión, muerte y resurrección, las leemos
en clave Pascual.
La lectura de hoy (Jn 6,22-29) nos presenta a esa multitud anónima que
sigue a Jesús, impresionada por sus milagros. Acaban de presenciar la
multiplicación de los panes y han saciado su hambre corporal. El gentío quiere
seguirlo. Al no encontrarlo, fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo, Jesús les cuestiona sus motivaciones para seguirle: “Os lo
aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste
lo ha sellado el Padre, Dios”. No se trata de que las motivaciones sean malas,
pues se refieren a satisfacer necesidades humanas básicas. Lo que Jesús quiere
transmitirles a ellos (y a nosotros) es que esas no son motivaciones válidas
para seguirle.
“La obra que Dios quiere es ésta, que creáis en el que él ha enviado”, les
dice Jesús. Y para creer tenemos que conocer su Amor. “Hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). Y ese amor nos hará creer
en el Resucitado, que es el pan de vida que puede saciar todas nuestras hambres
y nos conduce a la vida eterna.
¡Señor, dame de ese Pan!
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