"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?”
La liturgia de hoy nos ofrece como primera
lectura (Hc 5,34-42) la continuación del pasaje que leíamos ayer del libro de
los Hechos de los Apóstoles en el que los apóstoles habían sido llevados ante
el Sanedrín por predicar el Evangelio, después de haber sido liberados de la
cárcel por un ángel del Señor. Veíamos también cómo el Señor había hecho
efectiva su promesa de Mt 10,18-20, a los efectos de que el Espíritu hablaría
por ellos cuando fueran apresados y llevados ante gobernantes y reyes.
Movido por el discurso de Pedro y los demás
apóstoles, pero más aún por el Espíritu Santo, un fariseo y doctor de la Ley
llamado Gamaliel, intervino y convenció a los del Sanedrín que les dejaran en
libertad, aconsejándoles: “En el caso presente, mi consejo es éste: No os
metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de
hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y
os expondríais a luchar contra Dios”. Fueron azotados y luego liberados,
“contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”, y
continuaron predicando a pesar de que se les prohibió expresamente. Esta
actividad, esta valentía, era producto del fuego que ardía en sus corazones por
la fe Pascual, avivado por el Espíritu que habían recibido en Pentecostés, que
fue el detonante para el comienzo de la Iglesia misionera.
La lectura evangélica (Jn 6,1-15) es la versión
de Juan de la multiplicación de los panes y los peces, que Juan coloca “cerca
de la Pascua”, con el propósito de colocar el milagro en un contexto
eucarístico, relacionándolo con la última cena de los evangelios sinópticos.
La narración nos dice que Jesús preguntó a uno
de los discípulos que con qué iban a alimentar la multitud que los había
seguido hasta aquél paraje. Obviamente se trata de una pregunta con un fin
pedagógico, que además aparenta intentar presentar a Jesús como el nuevo Moisés
(Cfr. Dt 18,18), planteando
una pregunta similar a la que hizo Moisés a Yahvé cuando el pueblo estaba
hambriento (Nm 11,13). Lo mismo parece insinuar con el comentario inicial de
que Jesús se marchó al otro lado del lago de Galilea. Da la impresión de un éxodo,
un paso a través del mar a otro lugar en el que Dios alimentará a su pueblo.
Juan coloca la multiplicación de los panes como prólogo al discurso del pan de vida que ocupa el capítulo 6 de su relato evangélico, en donde más adelante Jesús se refiere al pan que Moisés dio a comer a sus antepasados en el desierto y cómo estos murieron a pesar de ello, y cómo el que coma del pan que Él les ofrece resucitará en el último día. Es también en este “discurso” que Juan pone en boca de Jesús uno de sus siete “Yo soy” (Cfr. Ex 3,14): “Yo soy el pan de Vida” … A diferencia de los sinópticos, Juan no narra la última cena, pero la sustituye con este discurso.
Pero hay un personaje que casi siempre pasamos
por alto; aquél muchacho anónimo que estuvo dispuesto a compartir todo el
alimento que tenía: cinco panes de cebada y un par de peces. Un acto de
generosidad que hizo posible aquel milagro. ¡Cuántas veces nos abstenemos de
ayudar al prójimo pensando que lo que tenemos es poco para resolver su
problema, para llenar sus necesidades! ¿Qué eran cinco panes y dos peces para
una multitud de cinco mil hombres? Como dijéramos en otra ocasión, tal vez el
verdadero milagro fue que la generosidad de aquél joven provocó la generosidad
de todos los que dentro de aquella “multitud” tenían algo de comer y lo
compartieran con los demás.
Señor, danos de ese pan, y permite que además
de saciarnos el hambre corporal, nos permita compartirlo con otros para que
produzca en ellos y nosotros más hambre de Ti.
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