"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
“Señor Jesús, recibe mi espíritu”… “Señor, no
les tengas en cuenta este pecado”.
Continuamos nuestra ruta Pascual en la
liturgia. Como primera lectura (Hc 7,51-8,1a) retomamos la historia de Esteban.
San Esteban, diácono, se había convertido en un predicador fogoso, lleno del
Espíritu Santo, que le daba palabra y valentía para enfrentar a sus
perseguidores. Hoy se nos presenta su testimonio final del martirio.
Esteban continuó denunciando a sus interlocutores
y acusándolos de no haber reconocido al Mesías y de haberle dado muerte. Esto
enfureció tanto a los ancianos y escribas que decidieron darle muerte. La
Escritura nos dice que antes de que lo asesinaran Esteban “lleno de Espíritu
Santo” tuvo una visión: “vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha
de Dios”. Fue como si el Señor quisiera confirmarle que su fe era fundada.
¡Jesús vive!, el Resucitado está ya en la Gloria a la derecha del Padre, y
justo antes de entregar su vida por esa verdad, esta le fue revelada por parte
del Padre.
Aquí Lucas nos presenta un paralelismo entre la
muerte de Esteban y la de Jesús. Ambos fueron llevados ante el Sanedrín y
acusados con falsos testimonios, ambos son ajusticiados fuera de la ciudad, y
ambos encomiendan su espíritu a Dios y piden perdón para sus victimarios:
“Señor Jesús, recibe mi espíritu”… “Señor, no les tengas en cuenta este
pecado”.
Siempre que leo este pasaje la pregunta es
obligada. Enfrentado con la misma situación, ¿actuaría yo con la misma valentía
que Esteban? Estamos celebrando la Pascua en la que se nos invita a creer que
Jesús resucitó, más no solo como un hecho histórico o algo teórico, sino que
estamos llamados a “vivir” esa misma Pascua, a imitar a Cristo, quien nos amó
hasta el extremo, al punto de dar su vida por nosotros.
Cuando tomamos el paso y damos el “sí”
definitivo a Jesús y a su Evangelio, vamos a enfrentar dificultades, pruebas,
persecuciones, burlas… Nuestras palabras van a resultar “incómodas” para mucha
gente, y la reacción no se hará esperar. Y cuando no encuentren argumentos para
rebatirnos, recurrirán a la calumnia y los falsos testigos. Con toda
probabilidad nunca nos veamos obligados a ofrendar nuestras vidas, pero nos
encontraremos en situaciones que nos harán preguntarnos si vale la pena seguir
adelante. Es en esos momentos que debemos recordar el ejemplo del diácono
Esteban.
La lectura evangélica es continuación de la de
ayer y sigue presentándonos el “discurso del pan de vida” del capítulo 6 de
Juan (6,30-35). La conversación entre Jesús y la multitud que había alimentado
en la multiplicación, gira en torno a la diferencia entre el pan que Moisés
“dio” al pueblo en el desierto y el pan de Dios, “que es el que baja del cielo
y da vida al mundo” (Cfr.
Sal 77,24). Cuando la multitud, cautivada por esa promesa le dice: “Señor,
danos siempre de este pan”, Jesús responde con uno de los siete “Yo soy” que encontramos en el relato de Juan: “Yo
soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí
nunca pasará sed”.
Nuestra fe Pascual nos permite reconocer a
Jesús, glorioso y resucitado, como el “pan de vida” que se nos da a Sí mismo en
las especies eucarísticas, y que es el único capaz de saciar todas nuestras
hambres, especialmente el hambre de esa vida eterna que podemos comenzar a
disfrutar desde ahora si nos unimos a Él en la Eucaristía, “el pan que baja del
cielo y da vida al mundo”.
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