"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA CUARTA
SEMANA DE PASCUA
“…el que cree en mí no quedará en tinieblas”, nos dice Jesús. Y creer significa confiar plenamente en la providencia de Dios.
“Oh Dios, que te
alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que
le teman hasta los confines del orbe”, nos dice el Salmo que nos propone la
liturgia para hoy (Sal 66). Este Salmo sirve para unir la primera lectura (Hc
12,24-13,5) y la lectura evangélica (Jn 12,44-50). Y todas tienen como tema
central la misión de la Iglesia de llevar la Buena Noticia a todas las
naciones.
La primera lectura nos presenta la acción del
Espíritu Santo en el desarrollo inicial de la Iglesia. En ocasiones anteriores
hemos dicho que el libro de los Hechos de los Apóstoles recoge la actividad
divina del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia.
El pasaje que contemplamos hoy nos muestra
una comunidad de fe (Antioquía) entregada a la oración y el ayuno, y dócil a la
voz del Espíritu, y cómo en un momento dado el Espíritu les habla y les dice:
“Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado”. Es el
lanzamiento de la misión que les llevará a evangelizar todo el mundo pagano. El
momento que cambiará la historia de la Iglesia y de la humanidad entera; la
culminación del mandato de Jesús a sus apóstoles antes de partir: “Vayan por
todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15). Es la
característica sobresaliente de la Iglesia: “La Iglesia peregrinante es
misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y
del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Decreto Ad gentes de SS. Pablo VI).
En el evangelio de hoy Jesús se nos presenta
nuevamente como “el enviado” (missus,
en latín; apóstolos en
griego). Es decir, se nos presenta como “apóstol” del Padre, “enviado” del
Padre, “misionero” del Padre: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que
me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. También se
presenta a sí mismo como la luz que aparta las tinieblas: “Yo he venido al
mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”. Y esta
afirmación de Jesús, unida a los Yo
soy que resuenan a lo largo del relato evangélico de Juan,
siguen apuntando hacia su divinidad.
Ya en el Antiguo Testamento el salmista nos
decía: “Tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal
118,105); y al final de los tiempos, en la parusía, el mismo Juan, en uno de
mis pasajes favoritos de las Escrituras, nos narra ese encuentro definitivo que
hemos de tener con Dios en la Jerusalén mesiánica: “… el trono de Dios y del
Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su
rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen
necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los
alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,3-5).
“…el que cree en mí no quedará en tinieblas”,
nos dice Jesús. Y creer significa confiar plenamente en la providencia de Dios.
El que cree en Jesús, y le cree a Jesús, confía en sus promesas, y el que
confía en sus promesas nunca se perderá en las tinieblas, porque Él es la luz
que alumbra el camino, camino que nos conduce al Padre (Jn 14,6). Y tú, ¿le
crees a Jesús?
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