"Ventana abierta"
ALFREDO QUIRÓS GIL
A propósito de los niños que lloran, juegan o gritan en Misa, aquí apunto un cuento de Enrique G-M:
"En aquellos días, el niño de Susana y Jacobo, al que pusieron por nombre Marcos, tenía unos meses. Cuando se enteraron sus padres de que Jesús el Nazareno iba a hablar en un monte cercano, pensaron que era su oportunidad de escucharle. Habían oído hablar mucho de él, pero nunca pasó tan cerca de su casa, y ellos no estaban en condiciones de hacer grandes caminatas. Susana todavía estaba débil y no tenía con quién dejar al niño. Pero a un lugar cercano, podrían llevarlo.
Esa mañana, Marcos les retrasó bastante, como siempre. Le tocaba comer, no quería, había que darle la papilla con muchísima paciencia y parafernalia, y sin perder los nervios. Luego hubo que cambiarle porque se había puesto perdido.
Por el camino tuvieron que darle de beber, por el calor. Y volverlo a cambiar. Para cuando llegaron, no quedaba sitio, y se quedaron de pie en última fila. Apenas se escuchaba y no se veía.
Enseguida se felicitaron de su mala posición. Marcos rompió a llorar desconsoladamente, sin disimular. Cuanto más le chistaban, más chillaba el niño, tal vez creyendo que lo jaleaban. Los que estaban cerca les miraban sonrientes, comprensivos, pero Jacobo sabía que ellos habían hecho también sus sacrificios para oír a Jesús y, víctima de sus repeinados prejuicios de clase media, no quería molestar.
Cogió a Marcos en brazos y se fue dando grandes zancadas más atrás aún, a una arboleda retirada desde la que se podía ver a la gente del monte muy pequeñita y, arriba del todo a Jesús, haciendo leves gestos con las manos para acompañar unas palabras inaudibles, que serían preciosas.
Susana no quiso quedarse sola allá, como una egoísta, dijo, y se unió a su marido y al persistente llorón. 'A estas horas en casa suele dormir la siesta, el pobre', le excusaba, tratando de que Jacobo desarrugara el entrecejo.
Se enteraron de que todo había acabado cuando pasaron junto a ellos los grupos que volvían. Iban muy contentos porque habían asistido al milagro de los panes y lo peces, y habían saciado un hambre antigua. Cantaban y saltaban. Les dieron unos trozos de pan, menos mal.
Ahora que su llanto no importaba, se quedó dormido Marcos, Susana y Jacobo volvieron a su casa derrengados, sin preguntarse en voz alta, para no despertar a la criatura, si aquello había merecido la pena o no.
Años más tarde, Marcos lo escribiría en su Evangelio. Porque se lo habían contado, claro; pero su corazón se encendía con aquel episodio del que ignoraba que fue testigo y que amenizó musicalmente.
Si alguna vez le asaltaban dudas de fe o desfallecimientos, le bastaba, no sabía por qué, recordar la multiplicación de los panes y los peces".
(Dice Enrique que este cuento se le ocurrió el pasado domingo, en Misa, o más
bien en sus alrededores, mientras acunaba a su niña. por si tenía a bien
dormirse o, al menos, callarse un poco, o llorar más bajo)
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