Las apariencias engañan
No quisiéramos escandalizar a nadie. Más bien, nuestra intención es abrirnos a la esperanza del Espíritu que es capaz de despertar la vida de la muerte y la primavera del invierno de la vida y de las instituciones.
Valorar el templo por sus piedras y no por la vida que debiera haber dentro.
Valorar el templo por sus piedras y no como el espacio del encuentro con Dios.
Nos quedamos con nuestra belleza física y nos olvidamos de la belleza del corazón.
Está de moda la “cirugía estética” que cuesta todo un dineral, y sin embargo, seguimos vacíos por dentro. Preferimos mostrar la apariencia de una juventud que hace años perdimos.
Igualito que el templo. Muy bello por fuera, pero por dentro “cueva de bandidos” cuando debiera ser “lugar de oración y de encuentro con Dios”. Cuidamos las apariencias. Pero nos olvidamos del ser. Cuidados el maquillaje. Pero nos olvidamos de la belleza interior.
Hemos tratado de conservar las apariencias de santidad para los de afuera.
Pero, mientras tanto, se ha puesto de manifiesto que dentro había demasiada podredumbre.
Y no es que la Iglesia no conociese cantidad de esa basura que luego, ella misma ha silenciado callando y dejando que las cosas sigan adelante. El maquillaje del silencio.
Ha tenido que ser el periodismo el que ha sacado afuera demasiado pecado que nosotros hemos escondido bajo la alfombra de las apariencias y de un silencio responsable.
Hemos estado más preocupados de conservar “la belleza de las piedras y los exvotos” que la verdad del Evangelio.
Y estoy seguro de que todavía no ha salido toda la pus que hay dentro. Tristemente no todo está dicho. Hasta ahora ha sido el problema de la pederastia, pero luego vendrán los hijos no reconocidos, y el silencio de los que debiendo hablar se han callado.
Primero, una purificación de las cabezas y de las alturas a las que siempre hemos envuelto en esa nube de gracia y santidad y que les ha merecido un gran poder sobre el resto del Pueblo de Dios.
En segundo lugar, todo esto nos tiene que hacer a todos más humildes y más sinceros con nosotros mismos y más sinceros con el Pueblo de Dios que ahora sufre las consecuencias del escándalo.
Ahora entiendo mejor la Carta a los Hebreos cuando dice que el “sacerdote ha sido elegido de entre los miembros del pueblo”. Pero que los títulos lo habían hecho superior y casi marginal del Pueblo.
En tercer lugar, la Iglesia tendrá que escuchar más al Espíritu Santo, olvidarse un poco más de la apariencia de “las piedras preciosas” y recuperar más su verdad interior. Y muchas cosas que hoy nos resistimos a plantearnos tendrán que ser planteadas con gran sinceridad. No porque queramos cambiar por cambiar, sino porque los gritos vienen de abajo y es hora de escuchar a los que en la Iglesia tampoco han tenido voz hasta ahora.
No se trata de hacer callar a los que tienen el coraje de hablar.
Ni se trata de sospechar de todos los que piensan de modo diferente.
Se trata de buscar juntos la verdad del Espíritu que habla en toda la Iglesia.
Si os ha gustado compartidlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario