"Ventana abierta"
Primera semana de Adviento.
La aguja de plata de luna y el hilo de oro de estrellas
Con discreta veneración
miraba José a su querida esposa y al misterio de este niño Jesús que llevaba
bajo su corazón.
Hacía lo posible para
hacerle a María la vida más bella y más fácil. Hubiera deseado ofrecerles
lindos adornos y hermosos vestidos, como los ricos ofrecen a sus esposas. Pero
José era pobre, no tenía un centavo. Esto le entristecía por momentos; sin
embargo María jamás se quejaba de no tener nada para adornarse.
Desde que estaban en
camino hacia Belén sufría cada día su pobreza.
A veces no tenían que
comer y quedaban con hambre porque nadie les daba.
Otras veces, llegaban
cerca de un pueblo y a su llegada, las puertas de las casas se cerraban.
Entonces no les quedaba más que dormir afuera bajo las estrellas. En estos
momentos José se decía bajito: “Dios ha escogido a María para que dé a luz a su
Hijo y tú haces una mendiga”. “¡Si sólo tuviese un poco de dinero…!
El ofrecería algo a
María, algo bonito. ¿Qué podría vender? No poseía nada superfluo aparte de,
puede ser… su bastón. Él lo había cortado en el bosque. ¿Encontraría
a alguien que se lo comprara?
Una noche en que María
y José dormían al aire libre, José tuvo un sueño.
Soñó que un hombre venía golpeándole en el hombro para despertarlo. Debía ser muy rico, sus vestidos eran soberbios. Sin embargo su mirada era amistosa, sin la menor conmiseración. José le preguntó:
- ¿En qué le puedo servir?”.
El extranjero le respondió:
- “Deseo comprar tu bastón, me han dicho que lo vendías”. José se
inclinó para buscar su bastón. ¡Qué sorpresa: encontró un bastón forjado
en oro y plata y magníficamente trabajado! ¿Dónde estaba y que había
pasado con su viejo bastón esculpido? José tendió al extranjero el maravilloso
bastón.
El hombre dijo:
- “En este momento te lo voy a pagar”.
Con estas palabras levantó su mano derecha, y de pronto el cielo se puso a resonar, e hilos de oro empezaron a descender de las estrellas. El hombre los tomó delicadamente y los ovilló en el bastón. Luego levantó la mano izquierda. La luna creciente vino a posarse y tomó la forma de una aguja de plata.
- “Toma esto como pago”, y con esas palabras, desapareció.
José, muy sorprendido, contemplaba este precioso regalo con el que
no sabía muy bien qué hacer. Pero ya, hilo y aguja se movían entre
sus manos, el hilo de oro se enhebró solo en la aguja de plata y ésta se puso a
bordar. Bordaba estrellas sobre el manto azul de María. Cuando el hilo se hubo
terminado, las estrellas brillaban en el manto tal como lo hacen en el cielo durante
la noche. Entonces la aguja se elevó de nuevo hacia las estrellas y volvió a
ser la luna creciente.
¡Qué sueño maravilloso! Por la mañana, José se despertó de buen humor. Encontró su viejo bastón a su lado. ¡Qué transformado había aparecido durante la noche! de repente, su mirada percibió el manto de María: Mil estrellas brillaban sobre el pobre tejido. María y José las contemplaban con la misma alegría: ¡Qué maravilla! María dijo:
- “Ahora este manto es demasiado hermoso
para mí”.
Así, a pesar de la pobreza de José, María pudo llevar un manto esplendido estrellado, el de la reina de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario