"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL 18
DE DICIEMBRE DE 2020 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO
Cuando José se despertó, hizo lo que le había
mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
La primera lectura de hoy (Jr 23,5-8), nos
muestra cómo la liturgia de Adviento continúa presentándonos la estirpe de
David como aquella de la cual se ha de suscitar el Mesías esperado por el
pueblo.
La lectura evangélica (Mt 1,18-24) nos presenta
un pasaje que de primera instancia puede parecer un tanto desconcertante. José
se entera que María, con quien estaba desposada, estaba embarazada, ante lo
cual él opta por repudiarla en secreto. Nos dice la lectura que apenas había
tomado esa decisión, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: “José, hijo
de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura
que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
José le dio su nombre al Niño convirtiéndose en
su padre legal, asegurando de ese modo que perteneciera a la estirpe de David.
Ese era el papel que Dios tenía dispuesto para José. Muchos se han preguntado
el porqué de la vacilación de José, y su decisión de repudiar a su esposa, a
pesar de que el mismo pasaje nos dice de entrada que José era un “hombre
justo”. También se ha cuestionado cómo es posible que María le ocultara a José
el origen divino de su embarazo. Sobre este punto los exégetas han adelantado
múltiples explicaciones. Una de las más lógicas (y hermosas) es la contenida en
el siguiente comentario de san Bernardo, citando a san Efrén:
“¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad
acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de los Padres; si quiso
despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san
Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc
5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no
soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este
pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo
que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta
y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba
temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella
estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este
misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús
inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su
presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo
más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de
tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por
qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es
sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de
temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la
dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?”.
Durante este tiempo de Adviento, escuchemos el llamado del ángel, y acerquémonos sin temor a María como lo quiere su Hijo.
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