"Ventana abierta"
Cuarta Semana de Adviento
- “Un día será necesario abrir la Puerta Alta. Cuando haya llegado el momento, lo sabrás con certeza”.
Durante todo el tiempo
de su servicio, Simeón había cuidado la llave.
¿Llegará el momento de
abrir la Puerta Alta? Sumido en estos pensamientos el anciano se levanto
cuidadosamente de su silla. Fue hacia el armario y sacó a la llave. Después
volvió a sentarse en la ventana, mirando caer la nieve silenciosa. Simeón
frotaba la nieve con le punta del manto de lana. Era una llave de hierro, pero
ahora relucía como una llave de plata. Simeón volvió a pensar en las palabras
de su predecesor. “Un día, habrá que abrir la
Puerta Alta. Cuando haya llegado el momento lo sabrás”.
Cada vez que pensaba en
esto, el anciano se preguntaba si, por descuido, no habría dejado pasar la gran
ocasión y no se habría dormido en el momento oportuno.
En ese instante, le pareció que el cielo se aclaraba al Este, como si las nubes de nieve se abriesen en esa dirección. La luz se intensificaba y tomó forma de una puerta alta toda dorada.
Y la puerta se abrió, y un niño pasó por el umbral, miró a su alrededor y luego con su manita hizo un gesto en dirección al viejo guarda. El niño comenzó a descender hacia la Tierra, por un camino que no era visible. Siempre miraba de nuevo a Simeón que observaba la escena estupefacto. De repente el anciano gritó:
- “¡La Puerta Alta!” El niño se dirige hacia la Puerta Alta, mientras que yo me quedo al calor mirando boquiabierto”.
Se levantó con sus viejas piernas lo más rápido posible. Envuelto en su manto de lana, salió en la nieve hacia la muralla del Este del pueblo. En el camino no se cruzó con nadie. No era de extrañar: por el tiempo que hacía, la gente se quedaba en sus casas. El anciano no veía ya la puerta de oro en el cielo, pero hacia el este veía todo el tiempo un resplandor.
Llegó por fin a la Puerta Alta.
Introdujo la llave que había cuidado tanto, en la cerradura y se abrió fácilmente sin ningún ruido. El niño estaba en el umbral. Tendió su mano pequeña a Simeón:
- “Gracias por haber escuchado la llamada y
haberme abierto la puerta”, le dijo; “mira, yo he dejado también una puerta
abierta, es para ti”.
El viejo guarda levantó sus ojos y vio en el cielo la puerta de oro. Estaba abierta, muy grande: un camino luminoso conducía hasta ella. Simeón, radiante de alegría, se dirigió enseguida hacia la puerta de los cielos.
El niño le siguió con la mirada hasta que hubo desaparecido.
Después de unos días, todo el mundo se preguntaba dónde estaría el viejo guarda. Salieron en su busca pero nadie lo encontró.
Así, unos extranjeros habían llegado al
pueblo: un hombre, una mujer joven, y un burro, que el guarda estaba seguro de
no haberlos visto pasar. ¿Cómo habían entrado?
Asombrado, el joven guarda fue a controlar la Puerta Alta: ¡Estaba completamente abierta y la llave había quedado en la cerradura!
- “¡El viejo Simeón ha debido perder la
cabeza! Ha abierto la puerta y se ha ido”, murmuró. “Cerró la puerta llevándose
la llave”.
Jamás se dudó que aquél que debía entrar por la Puerta Alta estaba ya en el pueblo.
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