"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (B)
“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz”.
Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia,
y la liturgia nos presenta como lectura evangélica el pasaje de la Presentación
del Niño en el Templo (Lc 2, 2,22-40). En cumplimiento de la Ley de Moisés, la
Sagrada Familia acude al Templo para la purificación de la madre (Lv 12,1-4),
la ofrenda del primogénito a Dios (Ex 13,2; Núm 18,15) y su rescate mediante un
sacrificio. Según Lv 12,1-4, la madre quedaba impura por cuarenta días después
del parto por haber derramado sangre, y tenía que acudir al Templo para su
purificación. En esa misma fecha tenía que ofrecer el primogénito a Dios. Lucas
es el único de los evangelistas que nos narra ese importante evento en la vida
de Jesús.
Esta Fiesta litúrgica nos enfatiza el carácter
totalizante de la Encarnación que acabamos de celebrar en la Natividad del
Señor. Jesús nació en el seno de una familia como la tuya y la mía y estuvo
sujeto a todas las reglas, leyes y ritos sociales y religiosos de su tiempo.
Está claro; Jesús es Dios, no necesitaba presentarse a sí mismo. Pero Él optó
por hacerse igual en todo a nosotros, excepto en el pecado (Hb 4,15), y eso
incluye el cumplimiento de la Ley y la obediencia al Padre (Cfr. Mt 5,17-18): “No piensen que vine para abolir
la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les
aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que
desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice”. Como diría el
papa emérito Benedicto XVI: “Siendo todavía niño, comienza a avanzar por el
camino de la obediencia, que recorrerá hasta las últimas consecuencias”.
Las palabras de Simeón anuncian el cumplimiento
de la profecía de Malaquías. Tomando al Niño en brazos exclamó: “Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. A renglón seguido dice a
María: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Cuando María entró al Templo
con el Niño en brazos para presentarlo, dando una muestra de obediencia al
Padre (Cfr. Lc 1,38), sabía que
no solo lo estaba presentando y ofreciendo a Dios en el Templo, lo estaba
presentando y ofreciendo a toda la humanidad. Sí; a ti y a mí. De ese modo
estaba cooperando en la obra salvadora de su Hijo. Las palabras de Simeón ponen
de manifiesto el papel de María en el misterio de la redención. Al entregar a
su Hijo, se estaba entregando también a sí misma a la misión redentora de este.
¿María corredentora?
Habiendo cumplido con la Ley, la Sagrada
Familia regresó a su hogar, donde continuaron viviendo como una familia común:
“se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.
En este domingo de la Sagrada Familia, pidamos al Señor la gracia de permitir al Niño Dios hacer morada en nuestros hogares, y en nuestros corazones.
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