"Ventana abierta"
CUENTO DE
NAVIDAD: EL BELÉN DE LAS BODAS DE SEDA
Cristina Inogés
El día había sido duro en el trabajo. La pandemia de Covid-19 no dejaba de golpear de mil maneras. Algunos retrasos en los envíos impedían ir cerrando todo antes de Navidad. Los nervios a flor de piel, horas extras que sería imposible cobrar, tensiones por todas partes. ¡Al menos era viernes!
Llovía y hacía frío
en la calle. Diez minutos de respiro sin que nadie se diera cuenta; tenían
prohibido el descanso de veinte minutos que por ley les está permitido a
quienes tienen jornada intensiva. Una jugarreta más -entre otras- de la
empresa. Aprovechó para tomarse un té en su despacho y revisar los mensajes que
había recibido en el móvil. Dos mensajes de amigas para quedar; uno de su
marido a ver quien hacía la compra de la semana; y tres de ofertas del Black
Friday… ¡Además Black Friday! Se había olvidado por completo del dichoso fin de
semana de compras con supuestos descuentos para los regalos de Navidad.
Dejó el móvil en la mesa, tomó
un poco de té e intentó cerrar los ojos cuando, de nuevo, entró otro mensaje en
su móvil. Era su amiga Isabel que le enviaba una foto con un mensaje que decía:
“¿Te has fijado bien? Hay un detalle peculiar y no comentaste nada”. Amplió la
foto y sonrió. Era una imagen de la Adoración de los Magos de Lorenzo Monaco.
Había visto la pintura con su marido y sus hijos en el último viaje que habían
hecho a Florencia, en la Galleria Uffizi. ¡Qué maravilla de pintura! Habían
disfrutado mucho con aquella imagen y durante varios días había sido parte de
sus conversaciones. También lo había comentado a la vuelta del viaje con Isabel
y otras amigas. Sonrió ante el recuerdo de Florencia, y del cuadro. Cerró el
móvil y volvió a comprobar el estado de los envíos.
Salió del trabajo con dos horas de retraso y pensó en aprovechar para hacer
algunas compras en el dichoso Black Friday; llovía demasiado y el frío era
intenso. A casa, se dijo. Hay más Black Friday mañana y pasado. Llegó a casa.
Al abrir la puerta vio algunas bolsas por el suelo y pensó que era la compra
que había hecho su marido. Pero no, no era la compra. Sus hijos habían decidió
hacer limpieza de los adornos de Navidad y ver si se necesitaba algo nuevo. ¡Al
fin!
La limpieza era a fondo. Tres
montones para reciclar daban idea de lo serio que era el proceso. -No toquéis
la caja del belén pequeño que está completo -le recordó a sus hijos-. Y si hay
algo que comprar haremos una lista -dijo en voz alta desde la cocina-.
Cada uno de sus tres hijos
había tenido su propio belén de pequeño. Ella y su marido veían interesante que
cada uno lo pusiera para que percibieran lo significativo que era montarlo y
cuidarlo. Les fueron explicando la importancia que para los cristianos tienen
esas figurillas y lo que representan. Los belenes eran de plástico ya que así
los niños jugaban con ellos y, de paso, siempre se colaba alguna figura tan
chocante como anacrónica, como el año en el que a su hijo segundo se le metió
en la cabeza que los Reyes no irían en camello y lo harían en moto. Fueron en
moto y no pasó nada, salvo que los camellos desaparecieron de casa
misteriosamente. También un año compartieron tejado del establo el ángel y un
superhéroe de nombre impronunciable.
A ella le gustaba el belén
pequeño. Pequeño porque solo tenía las piezas justas y en este, nunca entraban
“extraños”. No tenía gran valor material ya que las figuritas eran de escayola,
eso sí, maravillosamente pintadas por las manos de unas monjas contemplativas
que realzaron todos los detalles. Lo habían comprado la primera Navidad de casados
y era ese detalle el que daba todo el valor.
La cena estaba preparada y los
niños casi habían terminado la faena de reciclaje navideño cuando, de repente,
un estruendo invadió la casa. -¡Mamá, mamá ha sido sin querer! ¡Solo se ha roto
san José, el pesebre y el niño! Lo arreglamos nosotros.
El pobre san José convertido
en añicos, el pesebre partido en tres pedazos y el niño, pobrecillo, había
perdido la cabeza. Se había salvado la figura de María que, milagrosamente al
caer, había conservado la envoltura de esponja. El belén de casados -que así lo
llamaban en casa- había dejado de existir. Su marido se enfadó con los niños
por coger la caja que sabían no podían tocar y ella intentó hacerles ver que si
se les decía que no tocaran algo no debían hacerlo. Los niños estaban
preocupados porque con lo que quedaba de sus belenes de plástico no salía uno
completo: tenían dos “san Josés” pero no había “niños Jesuses”; dos vírgenes
pero las dos con las caras pintadas; de ángeles estaban surtidos; y entre los tres
belenes sumaban siete reyes, cinco camellos y tres motos. Se miraron asustados:
¡Se habían cargado el belén! ¿Y dónde nacería Jesús?
Después de una cena tensa y,
por supuesto sin postre, se fueron a la cama sin protestar. Su marido se fue a
jugar en el ordenador -también podría haberse quedado a ayudarme, pensó- y ella
se armó de paciencia, juntó todos los trocitos que pudo de las accidentadas
figuras y comenzó la labor de pegarlas. Había que intentarlo todo para tener
belén esa Navidad. Era una labor de mucha paciencia y hasta donde pudo se hizo,
pero el pobre san José no tenía remedio y la cara del niño había desaparecido.
Se sintió triste. Le tenía mucho cariño a ese belén. Verdaderamente este sí que
había resultado un “viernes negro” y no un “Black Friday”. Habría que comprar
otro belén, las piezas justas, para la siguiente Navidad. Porque también quería
que sus hijos fueran conscientes de lo habían hecho y decidió que no habría
belén este año en su casa y que los niños montasen el suyo con las piezas que
tuvieran.
Sin pensarlo, abrió el
teléfono y buscó la imagen que le había enviado su amiga Isabel. La imagen de
la Adoración de los Magos de Lorenzo Monaco, le pareció, si cabe, más bella
todavía y entonces, en el silencio de la noche, -ya todos estaban dormidos-
fijándose con detalle lo vio. No podía ser, imposible. Su marido y ella habían
comentado lo curioso que resultaba que las figuras de raza negra estuvieran en
segunda fila y ninguna de ella fuera Baltasar, que las coronas de dos de los
magos estuvieran en el suelo y la de Gaspar la sostuviera alguien en la mano,
pero esto… ¿cómo se les pudo escapar? Casi despierta a su marido para que viera
lo que acababa de descubrir pero quería estar segura así que, cogió el
ordenador, buscó la imagen de la pintura y, en grande, lo volvió a comprobar.
El tercer mago… ¿era un
muchacho joven o era una mujer? Se fijó con mucho cuidado y vio que los
cinturones de las figuras masculinas quedaban, prácticamente, a la altura de la
cadera y con la tela holgada encima de ellos. Sin embargo, el cinturón de la
figura del tercer mago, el que está arrodillado en último lugar, lo lleva justo
debajo del pecho que es donde lo llevaban las mujeres en aquella época y sin
posibilidad de que le quedara holgada la tela por encima. Por otra parte pensó
que, ese mago era el encargado de llevar la mirra -que simbolizaba la humanidad
y que hacía referencia a su muerte- y la mirra la llevó María Magdalena. En su
rostro se dibujó una sonrisa de complacencia que no llegó a más porque, a la
vez, se le cerraron los párpados.
Un penetrante olor a café
recién hecho le hizo despertarse. Al abrir los ojos tenía junto a ella una taza
de café sostenida por la mano de su marido que le sonreía. -No hay remedio,
este año no habrá belén -le dijo con voz dormida todavía-. -Pero tendremos
igual Navidad -le dijo él-, al tiempo que retiraba los pedazos de las figuras
que fueron directamente a la basura. Al rato aparecieron los niños con cara de
no haber “roto un belén” en su vida.
Como era tradición, el día de
la Inmaculada se sacaron los restos de los tres belenes de los niños y,
recordando el desgraciado suceso del Black Friday, montaron como pudieron el
belén. María, la única figura del “belén de casados” quedó como recuerdo de lo
que nunca más podría ser; del resto de belenes se eligieron las figuras en
mejor estado y se fueron posicionando en la entrada de la casa -lugar elegido
desde siempre para colocarlo-. Este año los Reyes montaban sus habituales
camellos.
Conforme se acercaba el día de Nochebuena, el ajetreo familiar era mayor. Este año tocaba organizar la cena y no había que dejar nada para el último momento. Eran muchos. Habría que juntar mesas, mezclar vajillas y hacer la cena. Cada vez que salía de casa y regresaba, al abrir la puerta, la ausencia de su belén la ponía melancólica. Acostumbrada a ver su sencillo pero bello nacimiento, ver la imagen de María -tan bellamente pintada- junto a las toscas imágenes de plástico aprovechadas de otros belenes de sus hijos, no ayudaba mucho. -Es lo que hay este año -se conformaba diciendo- con un poco de nostalgia-.
Por fin llegó la Nochebuena y todo estaba dispuesto según lo habían acordado ella y su marido. La mesa de los adultos con el mantel y la vajilla antigua de su abuela; el centro con la vela blanca que se encendía a media noche y todo adornado con frutas y canela para perfumar el ambiente, así como unas tarjetas con las letras de los villancicos. Y la mesa de los niños -cinco en total- con un mantel de coloridos motivos navideños; los platos de diario para evitar disgustos; y las tarjetas, con letra más grande. Todo como les gustaba. Todo en su sitio, salvo el belén.
Mientras daba los
últimos retoques a la cena y su marido ayudaba a los niños a terminar de
arreglarse, pensó que, con lo que le gustaba también el belén a su marido,
salvo el disgusto inicial no lo había visto muy afectado por el suceso. Le
extrañó, pero el timbre de la puerta la sacó de su pensamiento. Los invitados
empezaban a llegar y los niños -ya imposibles de parar- comenzaron su
celebración particular.
Los abuelos se sorprendieron
del nacimiento tan “original” que habían puesto y se miraban extrañados aunque
no dijeron nada y, los demás casi ni se fijaron. Ya estaban sentados alrededor
de la mesa cuando, su marido, se disculpó un momento y salió al pasillo. Ella,
atenta a la conversación y al cuidado de la mesa de los niños, no se dio cuenta
que también su suegro se levantaba y se dirigía hacia la puerta. De repente se
fue la luz y un instante de silencio se adueñó de la casa. -Cuidado, que nadie
se mueva -dijo ella pensando en los niños sobre todo- enseguida volverá la luz.
La luz volvió tan rápido como
se había ido solo que, esta vez, al iluminarse la estancia con todos a punto de
celebrar la Navidad, su marido estaba en la puerta con un paquete grande y
plano, y con una sonrisa que solo se tiene cuando uno sabe que va a hacer muy
feliz a quien ama. -Toma, ábrelo -le dijo-, ya no sabía dónde esconderlo para
que no lo vieras antes de tiempo.
Ella, sorprendida, vio que
todos la miraban y que los niños estaban también boquiabiertos y dirigió a su
marido un gesto de sorpresa. -¿Para mí? -preguntó-. Se acercó, tomó un cuchillo
de la mesa y rasgó la cinta de embalaje que cerraba la caja de cartón. Hasta
ese momento no se había fijado que la caja era de Amazon. ¡Qué raro!, pensó, no
he oído que llegara ningún encargo hoy. Con mucho cuidado, por indicación de su
marido, abrió la caja y sacó el contenido. No pudo evitar las lágrimas cuando
vio que se trataba de una impresión digital de altísima calidad del cuadro de
la Adoración de los Magos que tanto le había gustado al verla en la Galleria
Uffizi, y tenía hasta el detalle de un sencillo marco de madera, igual que la
original, pintado en oro viejo. Abrazó a su marido como si nunca lo hubiera
hecho. Ni que decir tiene que el cuadro presidió la cena. ¡Estaba feliz!
Tras la cena y el encendido de
la vela y el canto de los villancicos, su marido dijo que había que colocar el
cuadro donde correspondía, así que fueron a la entrada y quitaron el belén de
plástico para colocar allí, en la mesita cubierta con una tela de seda oscura y
sobre un atril que también había comprado su marido, el cuadro de la Adoración
de los Magos. Una sencilla vela en un candelabro de cristal completó desde
entonces la escena.
-Querida, el belén de casados
ha pasado a la historia. Hace poco hemos celebrado nuestro decimosegundo
aniversario así que, desde ahora, este será nuestro belén de las bodas de seda,
lo que le corresponde a los doce años de matrimonio. Todos celebraron el
cariñoso gesto de su marido y lo precioso que quedaba en la entrada de casa el
maravilloso cuadro.
Al día siguiente se levantó temprano y se preparó un café mientras todos dormían. Se acercó a la entrada, contempló el cuadro con detalle y se fijó más en el tercer mago. Sí, sin duda alguna era una mujer, estaba segura. Después de todo, ¿por qué no podía haber ido una mujer a adorar al Niño? Y regresó a la cocina sonriendo y feliz de tener ahora “el belén de las bodas de seda”. Vio la caja de cartón y la fue a guardar antes de que los niños la convirtieran en una nave espacial. Al ir a meterla en el armario, se fijó en la fecha y hora en la que se había hecho el pedido. ¡No era posible! Ella pensando que su marido prefería jugar en el ordenador en lugar de ayudarle a intentar pegar su “belén de casados”, y lo que estaba haciendo era comprar esta maravillosa reproducción digital la noche que ocurrió el desastre. Recordó que tenía cinta de embalar transparente y fue a buscarla. Cortó algunas tiras y, con ellas, protegió la fecha de la caja para que nunca se borrara. Quería guardarla así, protegida. Miró hacia la entrada y, aunque estaba la luz apagada, le dio la sensación de que había una luz con un brillo especial que salía del cuadro -de su belén de las bodas de seda-. No la extrañó, porque la Luz verdadera es capaz de iluminar cualquier oscuridad y transformar en luz y esperanza hasta un fatídico Black Friday.
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