"Ventana abierta"
Cuarta Semana de Adviento
Los Pastores cerca del Fuego
En los campos, no lejos
de Belén, estaban sentados algunos pastores alrededor del fuego, pues
refrescaba bastante en la noche.
Sus ovejas descansaban
apaciblemente en un gran círculo alrededor de ellos. Sólo sus perros estaban en
movimiento e iban de aquí para allá, como bravos perros guardianes.
Samuel, el más joven de los pastores suspiró:
- “Que lindo sería sin la amenaza del lobo….”
Jacob sacudió la cabeza irritado:
- “¿Para qué soñar?, replicó “Mientras haya ovejas, habrá lobos para atraparlas”.
Entonces el viejo Elías levantó la cabeza blanca. Fijó sus ojos claros en sus compañeros y dijo con un tono misterioso:
- “¿Quién sabe, quién sabe? Está escrito que un día vendrá, en que lobos y ovejas pacerán juntos apaciblemente.”
- ¿Cuándo vendrá ese día?”, inquirió enseguida Samuel.
El anciano inclinó la cabeza solemnemente:
- “la escritura dice que el hijo de Dios
vendrá entre los hombres. Entonces no habrá más odio sobre la Tierra y la paz
reinará entre los hombres y los animales. En cuanto a la fecha nadie lo sabe.”
Lo pastores contemplan el fuego pensativos. De repente escucharon a alguien cantar y este canto era tan dulce que les conmovió el corazón. Se volvieron en dirección a la voz: Por el camino que conducía al pueblo, vieron a un anciano, y a una mujer joven: Ella cantaba para el niño que llevaba en un manto azul. Un burrito los acompañaba.
Ella cantaba para el
niño que llevaba bajo su corazón y una serena paz colmó el alma de aquellos que
la escuchaban.
Los pastores siguieron
con la mirada a la mujer hasta que hubo desaparecido.
Después se dieron vuelta hacia el fuego y se dieron cuenta que las ovejas tenían
también sus cabezas vueltas hacia Belén. Los perros habían cesado sus idas y
venidas y se mantenían tranquilos, con las orejas a la escucha.
De pronto Samuel señaló algo con el dedo. Murmuró:
- “¡Miren, allá! Ese no es uno de nuestros perros; es el lobo”.
Los pastores habían seguido su gesto. Asintieron con la cabeza. Sí, era en efecto un lobo, allá abajo cerca de las ovejas; prendado como ellas con la magia del canto, miraba hacia Belén. El rostro del anciano Elías se iluminó.
- “¿No hablábamos de un milagro que nos parecía todavía lejano? Ahora el día está muy cerca. El hijo de Dios va a nacer. No hay ninguna duda, los signos son claros, el lobo parece tranquilamente al lado de los corderos”.
Samuel se volvió hacia el anciano:
- ”Quieres decir, padrecito, que la mujer que cantaba tan
maravillosamente era la madre del niño divino?, preguntó.
- “Exactamente, eso es lo que yo pienso”, aprobó Elías. “Esta joven mujer debe ser la madre de Dios”.
Y en esto, el viejo pastor tenía toda la razón.
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