"Ventana abierta"
Cuarta Semana de Adviento
Una noche, María y José golpearon a la puerta de la granja. Buscaban asilo por una noche. El campesino que les abrió era un hombre tosco. Tenía el corazón duro y no le gustaba servir a nadie. A primera vista comprendió que era gente pobre. “No tienen nada para pagar”, se dijo. Entonces les ofreció un rincón del patio y gruñó con un tono poco acogedor:
- “Sólo pueden acostarse en el suelo bajo este techo”.
María pidió amablemente:
- “¿No tendrá un poco de paja para cubrir el suelo helado?”.
El campesino la miró con los ojos irradiando ira.
- “Está bien”, les dijo finalmente, “tendrán un puñado de paja pero ni una brizna más”.
Él mismo fue a
la granja y de su enorme montón de paja sacó algunas briznas que le dio a José
y volvió a entrar en su casa cerrando la puerta de un golpe.
José miró la paja, y se
puso triste, pues había tan poco que no sabía que hacer con ella.
María las tomó dulcemente en sus manos, y las esparció por el suelo. Fue
suficiente así para María y José; hasta quedó un poco de paja para la cama del
burrito. Y muy pronto se durmieron.
Al día siguiente, María y José pasaron por la casa del hospedero tan poco amable para darle las gracias y después reemprendieron su camino. El campesino los había despedido refunfuñando. Cuando, más tarde, salió al patio, su mirada cayó sobre la brizna de paja que habían quedado en el suelo: una aquí otra allá, un puñadito por todas partes y por todos lados. ¡Lo extranjeros ni siquiera habían juntado la paja! El campesino estaba por enojarse, cuando se dio cuenta que la paja brillaba en forma rara. Fue a mirar de más cerca: ¡cada brizna de paja era de oro puro! Las levantó, las sopesó y después se golpeó la frente:
- “¡Que estúpido
que eres!” gritó. “Si hubiese propuesto a esta gente dormir en la granja,
ahora, toda la paja se hubiese convertido en oro”.
Pero lo que estaba
hecho, estaba hecho y el campesino del corazón duro pensó entonces en vender
estas briznas de oro. Las envolvió en un pañuelo y salió hacia el pueblo. “Es
poco”, se decía “pero voy a conseguir un buen precio”. Después de haber buscado
bien y discutido con no pocas personas, encontró un orfebre que le propuso una
buena suma. El campesino se frotaba las manos: ¡que beneficio iba a sacar del
mal servicio que había ofrecido! Pero cuando desató el paño a la vista del
orfebre se echó a reír con toda su alma, burlándose de él.
Así fue como el campesino no llevó a su casa más que burlas; y las conservó más tiempo que el regalo de la Santa Familia que había querido vender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario