"Ventana abierta"
Cuarta Semana de Adviento
María y José habían llegado por fin a Belén. El viaje había sido largo y estaban muy cansados; incluso el pequeño burrito trotaba al lado de ellos preguntaron:
- “¿Porqué no paramos en alguna parte?”
María y José habían golpeado todas las puertas o casi
todas. Quedaba un albergue donde todavía no había probado suerte. Era una
casita a las afueras del pueblo, con un patio y un viejo establo deteriorado.
José se sentía sin ánimo, pero igual golpeó la puerta. Abrió el posadero. María
y José vieron que su casa estaba llena. Apenas se atrevían a pedir lo que
buscaban. Tito, el posadero, tuvo compasión de ellos pues se veía que estaban
extenuados.
¿Dónde podría alojarlos ? Tito se rascó la cabeza y murmuró:
- “¿Cómo hacer? Hay que conseguir un techo para ellos y su burro. Están muy cansados y tienen necesidad de dormir, yo estoy aquí para acoger a las personas que vienen de lejos. Pero mi albergue está lleno, incluso están durmiendo en los bancos”.
Su mirada recorría la oscuridad del patio. De pronto sus ojos se iluminaron:
- “En frente la lámpara
está prendida y después de todo es posible que esté esperándolos a ustedes.
¡Síganme! tendrán una casita sólo para ustedes, o casi. Hay que decir que no es
muy grande y cómoda, pero tendrán un techo sobre sus cabezas y paja para
acostarse”.
¿A dónde los condujo
Tito? Lo han adivinado; al establo del buey Remo; en este viejo establo donde los
ratones de Navidad habían puesto orden y donde la pequeña estrella se había
acurrucado en el farol y expendía su dulce luz.
Así María, José y su
compañero de ruta, el burrito, se instalaron en el establo. Remo, el buey,
aceptó su compañía de buena gana. Habían llegado a su meta, y…. ¿qué podía
ocurrir ahora?
¡Podía llegar la Navidad!
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