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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

viernes, 25 de diciembre de 2020

SUSURROS DE ESPERA Y ESPERANZA. Adviento y Navidad 2020. Viernes, 25 - Diciembre - 2020

 "Ventana abierta"

SUSURROS DE ESPERA Y ESPERANZA

Mª. Cristina Inogés Sanz

Aleluya. Cope.

Narra y medita, la teóloga Mª. Cristina Inogés Sanz, lo esencial del encuentro entre Dios y María. Y al hacerlo, nos desvela a una mujer con los mismos temores e incertidumbres que cualquiera de nosotros, pero decidida a afrontar lo sorprendente y aceptar el compromiso que cambió la historia de la humanidad. 

Durante el relato, nos adentramos en el mayor acontecimiento de la historia humana, aquel que cambió el mundo conocido y nuestra propia humanidad: la encarnación del Hijo de Dios para salvarnos. Es la llegada del Mesías.

En ‘Susurros de espera y esperanza’, tratamos de descubrir el sentido de nuestra propia existencia, transfigurada desde ese encuentro en Dios y una pequeña, junto a un pozo.

Es un viaje acompañado y quién mejor que María, la niña judía que fue invitada a ser la madre de todo un Dios, y que se atrevió a decir ‘Sí’ sin pararse a medir las consecuencias, para andar a nuestro lado cada paso hasta ver convertido en milagro nuestro barrio.

Así las cosas, Cristina Inogés nos llama a dejarnos guiar por María en esta suerte de nuevo género literario que son los susurros, las emociones hechas palabra. Los secretos que atesora la Virgen en su interior salen a la luz en esta bella historia que no te puedes perder.

‘Susurros de espera y esperanza’ nos permite asomarnos, como testigos privilegiados, a todas aquellas cosas que María iba guardando en su corazón desde el anuncio del ángel hasta los sorprendentes acontecimientos que siguieron al parto, para que Papá Dios toque también nuestra intimidad.

Susurros para meditar en Adviento y Navidad en estos tiempos de incertidumbre que se llenan de espera y esperanza.

******************

PRIMER SUSURRO

Los pies hinchados

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: 
- "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". 
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 
El ángel le dijo: 
- "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
Y María dijo al Ángel:
- "Cómo será eso, pues no conozco a varón".
El ángel le contestó:
- "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible".
María contestó:
"Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra".
Y la dejó el ángel.

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¡Vaya noche me has dado! 
Solo estabas quieto si yo estaba levantada y andando. 
¿Sabes, hijo mío, Michelé?, algo bueno tenía que tener haber estado toda la noche en danza, y es que mis pies no están tan hinchados como otras mañanas. 
Por favor, mi vida, ¿dejas a tu mamá, a tu immá, dormir un poquito? 
Estoy cansada, pesas ya mucho y mi espalda se resiente solo de amasar un poco de pan. 
Así, quietecito mi vida, que tú también tienes que dormir, tiempo tendrás de jugar y correr; aunque la vida pasa tan deprisa, que...

Casi sin darme cuenta ha pasado ya un tiempo desde que Gabriel me visitó. Te preguntarás quién es Gabriel, ¿verdad? Verás: Hace unos meses fui a por agua, como de costumbre; estábamos varias mujeres esperando, cuando de repente, se levantó un viento del norte, fresco pero no frío, ese que llega del Líbano con aroma a cedro, y del Golán con perfumes de flores y de plantas; levanté la cabeza, porque me gusta cerrar los ojos y sentir el aire sobre mi rostro. No sé cuánto duró ese aire, o si alguna vez lo hubo, porque casi al mismo tiempo que levantaba mi cara, sentí una voz que venía del mismo viento, bajé la mirada, pero al instante estaba contemplando otra vez su figura:

- ¡Shalom, Miriam! 

Muchas veces había escuchado esas palabras a mis padres, a mis tíos, y a muchas personas porque ese es nuestro saludo, el mismo que tú aprenderás; pero debo decirte que nunca lo había escuchado de ese modo, con esa claridad, entrándome tan dentro, sintiendo que esa paz que encierra el saludo, era de verdad, y solo para mí en ese momento. Me dijo que era Dios mismo quien me hablaba; comprenderás, "Mica'el,Michaél" que me quedé muda.

(Del hebreo "mica'el" (מיכאל ) ¿"quién como Él ?" ... En los nombres Hebreos la terminación "el" refiere pertenencia de Dios).

Escuché lo que me decía y no podía articular palabras; sin embargo, Gabriel no tenía prisa por acabar su mensaje, al contrario, era como si esperara a que yo reaccionara, su mano seguía tendida y no pude evitar que la mía se posara sobre ella; noté como si una sacudida me sacara de ese instante, que no sé contar, percibí que mi Dios me quería libre y esperaba mi respuesta sin obligarme a nada. No sé cómo explicártelo, hijo mío, fue como tocar el aire al mismo tiempo que el aire me poseía, no hay palabras que puedan contar lo que sentí. A la vez la imagen de José pasó como un soplo. 

- ¡Yo, madre, no puede ser!

Y Gabriel me dijo algo que todavía me dejó más helada y más muda, tú serías mi hijo, pero eras el Hijo de Dios, de mi Dios, mi Señor y Creador. En ese momento sentí que ya te quería y te necesitaba, que no podía vivir renunciando a lo que Dios me pedía.
Gabriel entendió que estaba dispuesta, y me indicó tu nombre, y me gustó, así te llamo ya desde ese instante, Michelé, mi hijito, mi Jesús.
Soltó Gabriel mi mano, y de repente escuché que algunas mujeres decían que me tocaba sacar agua. No sé qué pensarían de mí, me daba igual, nadie supo lo que pasó en ese instante eterno, entre mi Dios y yo, entre tu Abbá y yo.

Recogí el agua y volví a casa, pasara lo que pasara, ya estábamos juntos, éramos dos y uno al mismo tiempo.

Te lo contaré otra vez cuando hayas crecido un poco y puedas entenderlo, porque tú lo entenderás; yo no podré hacerlo nunca, solo me quedará vivirlo con la misma alegría que sentí al saberte dentro de mí. Ahora duerme, pequeñín y deja que immá duerma y sueñe, mi morenito, Michelé, que vives junto a mi corazón.

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Dios conoce el mejor momento y sabe que no siempre necesita del silencio, estar a la escucha de Dios es estar atento al mundo; cada uno en su vida percibe a un Gabriel diferente en forma y con palabras adaptadas a su realidad. Dios no avasalla, Dios respeta, Dios invita, llama nuestra atención y nos espera, conoce nuestros tiempos, nuestros miedos y nuestras inseguridades, por eso no obliga, da tiempo al tiempo, y mientras sigue modelando nuestra arcilla, no lo hace para jugar con ventaja, lo hace para que sintamos su caricia. Todos tenemos una anunciación en nuestra vida. Escuchemos.

SEGUNDO SUSURRO

¿Dónde voy?

María se puso en camino hacia la montaña, a una ciudad de Judá.

Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: 

- "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 

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- En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá".

María dijo: 

- "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación". 

Cómo iba a entender alguien lo que había pasado, mis padres, los abuelos Joaquín y Ana no se lo creerían, yo solo estaba desposada con José, al que adoraba, pero no casada con él, no vivíamos juntos todavía, ¿cómo reaccionarían?... ¿Y José?...

 Pasé unos días con mucha angustia, porque creía que todo el mundo me miraba, me decían que tenía un brillo especial en la mirada. Y José decía que algo me pasaba, que estaba como distraída. Él sabe que me gustan mucho los dátiles y los higos, y algunas veces me sorprendía con un cuenco de madera, que había hecho para mí, y me lo traía lleno de esos frutos, pero no sé lo que me pasó, fue saber que estabas en camino y no soportaba ni el olor de los dátiles ni el de los higos. 

Pensé en Isabel, mi prima, que también estaba embarazada, y la gente no lo entendía mucho, porque tanto ella como su marido, Zacarías, eran ya bastante mayores.

A mis padres, y a José, les dije que me iba para cuidarla; bien sabe Dios que me fui porque estaba aterrada. Que Gabriel nos hubiera visitado a las dos, me tranquilizaba algo, que después de todo, esa extraña experiencia nos unió.

Fíjate, pequeñín, hasta les había indicado el nombre de su hijo, Juan, como a mí el tuyo. Estaba acalorada y algo cansada durante el camino, pensaba encontrar a Isabel recostada, descansando, y para mi sorpresa, al llegar al final de la pequeña cuesta que daba a su casa, la vi en la puerta, sentada, luciendo con orgullo tras la túnica su vientre lleno de vida. Estaba desgranando unas espigas de trigo, ¿sabes qué gritó al verme llegar? ¡No te lo vas a creer! 

- "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?!".

Al oír estas palabras me sentí en casa. Isabel lo intuía, es más, lo sabía, te reconocía como Hijo de Dios. Pero ahí no acabó todo. 

- "¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá!".

Allí estábamos las dos primas abrazadas, y llorando, y riendo, y alabando a Dios al mismo tiempo.

Me quedé con Isabel unos meses, hasta que nació Juan. 

Es un niño precioso, te llevarás bien con él, no vivimos muy lejos, así que espero que nos veamos con frecuencia.

Isabel me ayudó a preparar algo de ropa para ti; como te imaginarás no tenía nada, porque no se me había pasado por la  cabeza tener un hijo antes de estar casada con José.

Poco a poco mi cuerpo se fue transformando; al principio te imaginaba del tamaño de una avellana, luego de una nuez, y un buen día empecé a mirar tu carita, tus manos, tus pies, tu cabello... y te moviste. También pensé por primera vez, qué querrían decir realmente las palabras que Gabriel pronunció sobre ti: 

- "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". 

Y las palabras de Isabel al recibirme: 

- "Bienaventurada la que ha creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá".

¿Qué más tenía que cumplirse? 

En medio de la tranquilidad de aquellos días, las noches empezaron a inquietarme, tenía un sueño recurrente, y no lo entendía, soñaba que nacía un corderito, precioso, y que crecía feliz, hasta que un día, siendo ya grande -todavía lo sueño- ni lo entendía, ni lo entiendo, pero me da miedo..., suena a sacrificio, pero no creo que José o yo, podamos pagar un cordero cuando te presentemos en el templo, y si no es ese sacrificio, ¿qué otro puede ser? 

El camino de vuelta a Nazaret no fue sencillo, llegaba la hora de la verdad. Isabel me ayudó a ponerme el manto de forma que no se notara mi vientre, que dejaba ver plenamente su forma redondeada, me orientó en cómo decírselo a mis padres, y tuvo razón, aunque la sorpresa fue tremenda y acompañada de un buen disgusto. Tras un momento de desconcierto, se acordaron del profeta Isaías y del signo de la virgen que da a luz un hijo que se llamará Enmanuel.

¡Y aquí estamos, hijo mío, ante Él y con Él cada día! 

Saber que llevo dentro de mí a su Hijo, no me hace más feliz la espera, pero sí más feliz la vida; por eso algunas veces, le repito unas palabras que un día me brotaron de lo más hondo, y que me sirven de oración: "Oh, Señor, cuánto te debo; oh, Señor, cuánto me das; oh, Señor, aquí me tienes; Señor, gracias por todo" .


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Dios conoce nuestra medida, ante Dios podemos y debemos mostrar nuestros límites que Él ya conoce plenamente. No tenemos que avergonzarnos de mostrar la frágil arcilla de la que estamos hechos, para que no tengamos problema en manifestar emociones humanas; nos presenta a la madre de su Hijo en una situación que la desborda. Nosotros nos hemos empeñado en disfrazarla de heroína en ayuda de su prima, ¿y si todo consistió en refugiarse de su propia realidad, la haría eso menos madre de Dios?

TERCER SUSURRO

¡Qué guapo!

José, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto, pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 

- "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados".

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¿Sabes, pequeñín? He ido a la plaza esta mañana a ver qué traían, por si veía algo apetitoso para José; lo veo cansado y lo quiero mimar un poco.

Han traído pescado en salazón desde Magdala del que le gusta tanto. Suelen venir dos mercaderes con el pescado ya preparado así, a mí me gusta uno en concreto, que llevaba algún tiempo sin aparecer, y hoy se ha presentado, me ha dicho que ha tardado en venir porque les ha nacido una hija, dice que es muy bonita, y se llama como yo, Miriam.

Volviendo a casa he pensado en esa niña y en su nombre, Miriam, y, sin darme cuenta, he empezado a llamarla Miriam de Magdala, suena bonito, ¿verdad? No sé cómo se me ha ocurrido, ¡me pasan unas cosas por la cabeza desde que estoy embarazada!...

Ya no falta mucho para que llegue José, mientras voy preparando el pescado para la cena, te cuento cómo se enteró de que te estaba esperando.

Mi padre, tu abuelo Joaquín, mandó llamarlo para que viniera a casa cuando regresé de estar con Isabel, salió a su encuentro para que no le causara tanta impresión verme embarazada; mi madre no paraba de abrazarme y decirme que lo entendería, pero tenía miedo.

Por el ruido de la puerta al abrirse, comprendí que José entró antes que mi padre, y con prisa. Escuché su voz, profunda y suave a la vez, que me llamaba desde el corazón. 

- ¡Miriam!

Giré la cabeza y no pude reprimir el deseo de abrazarlo, salté de la silla, y me apreté contra su cuerpo, a la vez que no paraba de llorar. Él también me abrazó fuerte, pero fue un instante, rápidamente me separó de sí, y clavó su mirada donde tú crecías, me tenía sujeta por los hombros y sus ojos no pestañeaban; en un gesto que no entendí, me soltó y apretó sus fuertes brazos contra su vientre, como si quisiera tapar en él, lo que veía en mí. Yo no acertaba a poder hablar, solo lloraba, entonces me fijé que él también lloraba, a la vez que sentí que estaba roto de dolor. Mis padres, muy discretos, pasaron a su alcoba para preservar algo nuestra intimidad en ese instante. En un momento acertó a decir que no entendía qué tenía que ver la profecía de Isaías que le había recordado mi padre, con esta situación.

- Por qué Miriam, por qué?

Volvió a romper a llorar, y sus manos cubrieron su rostro, y entre gemidos se preguntaba:

- ¿Qué hago, tengo que seguir la ley?

Y ahogado en sollozos, repetía:

- ¡Con lo que te quiero, Miriam, con lo que te quiero!

Yo lloraba en silencio, pero ya no lloraba con miedo, lloraba con la impotencia de saber que nunca podría explicar claramente qué había pasado, porque ni yo misma lo entendía.

Me miró, cogió la silla y se sentó enfrente de mí, sin levantar la mirada del suelo.

- ¡Cuéntamelo todo, y no olvides ni una palabra, ni un gesto!

Cuando oí estas palabras y el tono en que me las dijo, creí que me asustaría, pero no, al contrario, ya sabía lo que había pasado, lo entendía, no era capaz de explicarlo, pero sabía que tú, Michelé, eras Hijo de Dios. Recordaba las palabras de Isabel que me daban fuerza en ese momento.

- "Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre".

De pronto su mirada cambió y me tendió una mano, ¡cómo agradecí ese gesto!

- Te creo, Miriam, te creo y te quiero; soportaremos las habladurías, me da igual lo que crean, lo que piensen y lo que digan, sé que tú no me mientes, sé que tu hijo no es mi hijo, pero sé y lo creo porque tú me lo dices, que es el Hijo de Dios, y quién soy yo, para dudar de mi Dios.

A los pocos días, sonriendo, me dijo que había tenido un sueño, no sé qué sería, no dijo más. Nos casamos según lo teníamos previsto, y fue un escándalo, porque no nos ocultábamos; ya no había manera de disimular mi vientre que palpitaba vida. 

Él sabe que lo quiero con locura, porque es bueno, y un hombre muy justo y muy recto, serio cuando hay que serlo, y bromista casi siempre. Lo quiero, porque te aceptó con el corazón abierto, aunque sabe que no es tu padre, y porque no te puedes imaginar lo guapo que es.

Vas a tener un abbá en la tierra, alto, joven, de piel morena, ojos del color de la miel, ojalá los tengas tú igual, y el cabello rizado y alborotado.

José ha hecho una cuna, preciosa, para ti, la madera está tan pulida que parece que acaricias tela, dice que así está seguro que no te harás daño. Te imagino dentro, dormidito, calentito. Ha pensado en todo, y hasta te ha tallado un pequeño cuenco para cuando empieces a comer, y otro, precioso, para que bebas agua, porque cree que uno de barro te podría hacer daño en la boca. De verdad que es un buen hombre, un buen padre, un buen compañero para la vida, un regalo de Dios.

Mira, mi pequeñín, por ahí llega José, ¿ves como no exagero al decir que es guapo? Al menos a mí me lo parece.

Me gusta cuando estamos los tres juntos y tranquilos, aunque..., no sé, tengo la sensación de que no habrá mucha tranquilidad cuando nazcas, ni a lo largo del resto de nuestra vida. Tal vez sean miedos que tengo por estar embarazada, que no quiero que te pase nada.

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Tenemos muy presente el sí, el fiat de María como ejemplo de confianza en Dios; pero, ¿y el fiat de José? No sería muy fácil para él creer en un imposible, el instante más fugaz también tiene un pasado. El sí de José tiene una historia detrás que le ayuda a asentir el presente; Dios rompió ese imposible, porque contó con el compromiso de José, como había contado con el compromiso libre de María. Toda familia es asunto de sus miembros, la familia de Nazaret no podía ser una excepción. María dijo sí, José dijo sí, en los dos casos hubo diálogo previo a la aceptación, porque Dios nos quiere libres, y acepta el diálogo siempre, nunca se impone, siempre propone.

CUARTO SUSURRO

El rumor ya es realidad

"Sucedió aquellos días, que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo, que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa, María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada".

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Los temores de José, de mis padres y míos, se han hecho realidad, el rumor ya es realidad, es obligatorio ir a empadronarse a la ciudad del cabeza de familia, así que hay que salir para Belén, de donde es la familia de José, es una barbaridad más de estos romanos; el censo no les importa mucho, lo que de verdad quieren es facilidades para instalarse mejor ellos, y para eso necesitan que nos desplacemos. Sí, como dice José citando a Qohélet: "No hay nada nuevo bajo el sol". 

Imagínate, mi pequeñín, estás a punto de llegar, en el viaje estaré ya en la última luna del embarazo, y ahora hay que ponerse en camino, y Belén está lejos.

Desde la boda, José no está bien visto entre los suyos, y a los romanos tampoco les cae muy bien, cumple la ley, pero siempre hace ver la injusticia; a ver si tú cuando crezcas eres un poco más comedido, porque de lo contrario, no sé qué va a ser de esta casa.

Mi madre anda preocupada por si no encuentro a nadie que me ayude cuando nazcas. José le ha pedido que me explique lo necesario por si estamos solos, aunque no cree que eso suceda.

Los abuelos quedan al cuidado de la casa mientras estamos fuera, ya se han hecho a la idea de conocerte unos días después de haber nacido, seguramente habrá que esperar a la circuncisión para volver.

¡Qué fastidio!, con lo ilusionado que estaba tu abuelo con la fiesta... 

Vamos a viajar con lo justo, un poco de ropa para nosotros, y lo que tengo para ti. Mi prima Isabel al enterarse, me ha enviado algo más de ropa que ya le va quedando pequeña a Juan, porque además del viaje en sí, se va a tener que dejar de trabajar, justo ahora que estás a punto de llegar. ¿ves?, todo son preocupaciones.

No sé cómo será tu nacimiento, sin embargo, si José aceptó y se fió de Dios lo mismo que yo, en caso de estar solos, no tengo la menor duda de que sus manos fuertes me ayudarán a traerte al mundo; y bien pensado, mejor si estamos solos, porque así sus manos y las mías serán las únicas que te toquen recién nacido. Sí, mejor eso, que manos extrañas, ¿te parece?

Sus manos, las que pulieron la madera de tu cuna, ¡tu cuna!... No la podrás estrenar hasta el regreso, ¡qué lástima!... Ahora caigo que eso también le provoca tristeza. 
¡Si vieras qué bonita es y la paciencia que empleó en hacerla!...
Sin que se entere, me voy a llevar los cuencos que te hizo para la comida y para el agua, ya sé que no los podrás utilizar todavía, pero me apetece, y no ocupan tanto. Sé que le hará ilusión cuando nazcas que los tengas cerca.
Tengo unas ganas de verte y de cogerte en brazos...


Allá vamos, salimos pronto, sin esperar a que amanezca.
 José prefiere que sea así para que la gente no empiece a hablar, y al menos un buen trecho del camino lo hagamos sin miradas indiscretas.
Ahora ya estamos solos, José, tú y yo. Por un momento me he sentido muy orgullosa, al ir acompañada de los hombres de mi vida. 
De repente, José ha parado, se ha echado el pelo hacia atrás y, sonriéndome, me ha dicho:
- Seguimos haciendo su voluntad. ¡Bendito sea Dios!". 
Y con una mano me ha acariciado la cara, mientras con la otra me ha acariciado el vientre. Ha sido un instante eterno, de esos que regala Dios de vez en cuando.


Sé que notas mucho movimiento, hijo mío, ten paciencia.
Voy montada en una burra que nos ha prestado tu abuelo, y hace frío, hay un poco de nieve y hielo en el camino. José va despacio, con mucho cuidado para que la burra no resbale. Intento respirar despacio para calentar el frío aire que entra en mis pulmones y que te llegue templado.

Caminamos por los campos, así no escuchamos los improperios que la gente lanza contra el césar y los romanos. Tienen razón, pero ni José ni yo somos partidarios de decir cosas, así en público, que además no servirán para nada. A ver si hay suerte, y cuando tú seas mayor, ya no hay romanos por aquí, estaría bien...


Hemos parado un poco para que yo pueda caminar y moverme. Cada vez que José me baja o me sube de la burra, no sé qué te imaginas que pasa, das unos saltos... 

¿Te asustas, pequeñín? Tranquilo, no pasa nada, José me sujeta bien y no dejará que me caiga; dentro de poco verás cómo te cuida él también.

No sé qué me sucede, de repente he notado como un puntazo seco en el vientre. 


José está a mi lado y se ha dado cuenta, porque me mira asustado, y sus manos me sujetan por los hombros. 
¡Ya, ya se ha pasado!, de esto no me habló mi madre, no sé qué será. 
José me mira y contiene la respiración. 
Tengo miedo, pequeñín. 
Gabriel habló de un reino que no tendrá fin. 
No lo entiendo, me toca esperar; las cosas de Dios, ya sabes, a su ritmo y en su momento.
Se ve Belén a lo lejos, ¡gracias, mi Dios! 
Otra punzada, y más fuerte, duele mucho, qué bien que ya estamos más cerca.


******************
"Dios no le evitó a su Hijo ninguna tragedia que pueda vivir un ser humano. Ya antes de nacer, prueba lo que es vivir estando sometido al poder irracional de algunos hombres, poder que no dejaba de ser un abuso encubierto en papel de ley. La mujer casi niña, conoce lo que supone vivir en un país ocupado. Ella y José aceptan la locura de seguir la vertiginosa velocidad de las cosas de Dios, y en cierto sentido su fino humor, porque tiene gracia que el Hijo de Dios, el que estaba llamado a ser Pan de Vida, naciera en Belén, que significa "Casa del Pan". 

QUINTO SUSURRO

Siento que estás llegando


"El Señor mismo os dará una señal: "Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone por nombre Enmanuel. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, sobre sus hombros descansa el poder y es un Hombre, Consejero Prudente, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de la Paz".

******************

Está Belén que no se puede dar un paso, entre burros, carretas y bueyes es imposible moverse.
¡Ay, tranquilo, Michelé!, no dejaré que te haga daño nadie. Mis brazos cubren mi vientre, y así te protejo.

Hace un rato que no te siento, no sé si estarás dormido, te acaricio pero no respondes como otras veces moviéndote o saltando, ¡estás bien, ¿verdad?! Debe ser que estás buscando ya salir de mi cuerpo, por eso no te siento que te mueves como antes; ahora esperas que yo te señale el camino, lo haré lo mejor que sepa, ten en cuenta que nunca lo he hecho antes. ¡Tranquilo, hijo mío, los dos nos ayudaremos!


José está buscando sitio para alojarnos. 
Hace frío, ha nevado un poco hace rato; es raro, yo siento calor. 
Mira, ahí llega José, a ver qué nos dice y adónde podemos ir. 
¡Ay, hijo mío!, que no hay sitio libre en ninguna parte, y nadie quiere acogernos en su casa. 
Ahora sí que tengo miedo y estoy asustada. 
Empiezo a sentir que estás llegando, no se parece mucho a lo que me contó tu abuela. 
Siento cómo empujas, y no puedo evitarlo, y duele mucho.


José ha ido a ver si encuentra algún lugar para que puedas nacer, si vieras con qué cara me mira..., está pálido, y la voz le tiembla. Tu abbá en la tierra, me pide llorando que lo perdone por no haber encontrado más que este humilde refugio de animales para poder alojarnos. 
¿Qué tengo que perdonarle si lo ha buscado por todo Belén. 


No es grande el refugio de los animales, pero está caliente.
Hay un buey y una burra, y también un agujero en el techo que me deja ver las estrellas. Ya ha despejado, ya no nieva, el frío es intenso. Es curioso, hay una estrella más grande que las demás con una luz muy intensa, que parece azul.

José no está para estrellas, está buscando la paja más limpia para colocarla en una piedra que ha encontrado con un hueco en el centro.


No sé cómo colocarme, de pie ya no puedo estar. Mi madre me dijo que tumbada y un poco inclinada estaría mejor, pero no creo que pensara que estaría en un suelo cubierto de paja que pincha, que pincha en cuanto te descuidas.

Veo el aliento de los animales y me fijo en su respiración para calmar la mía. Siento que mi corazón querría salir del pecho y respirar calmada, ¡ah! me ayuda a apaciguarlo.
Cada vez el dolor es más rápido y largo, no sé si voy a ser capaz..., siento que mis lágrimas corren por mi rostro, como la sangre empieza a recorrer mis piernas.

José ha salido, no quiere estar presente; me dice que no sabe si está bien que vea nacer al Hijo de Dios.


No quiero estar sola, grito su nombre, y entra de un salto.
- ¡Ayúdame esposo mío!
Miro hacia lo alto:
- ¡Mi Dios, es tu Hijo que llega!

José está llorando de emoción y de miedo. Me coge de la mano, y me susurra: 
- "Recuerda que también es mi hijo el que llega".
- Para el mundo él es tu padre.
Estás cerca, empujas, y empujo con todas mis fuerzas.
Siento que tu cabecita hace fuerza en mi cuerpo.
José está detrás de mí, mi cabeza se apoya en su pecho, y sus manos sujetan mi vientre por los lados.
- ¡Ya, Michelé. sal!
Mis manos empiezan a buscarte, noto tu cabecita y de pronto un empujón más..., ¡y has nacido!


Te subo hasta mi pecho y te limpio. Lloras con todas tus fuerzas, y los tres lloramos con el llanto que libera emociones contenidas.
José ha olvidado su condición de varón y de esposo, y ha hecho lo que haría una abuela o una partera. Te ha cortado el cordón, que todavía hacía que fuésemos uno, ha hecho el nudo como vio que mi madre me enseñaba a hacerlo, y te ha limpiado con agua que tenía al fuego, en la entrada del refugio.
José te toma en sus manos, te alza al cielo, y te presenta a tu Abbá Dios.
¡Qué pena que nadie lo vea! 


Es el fiestón más desprendido que he visto nunca, se ha fiado de Dios, y a Dios te muestra, como diciéndole: 
-"¡Tranquilo, que lo voy a cuidar como si fuera hijo mío!".


José ha colocado las mantas para que estuviera abrigada y más cómoda, y te ha puesto otra vez sobre mi pecho. Tu cabecita muestra el esfuerzo que todo niño hace al nacer.
Mi madre me dijo que no duraba mucho, esa forma un tanto rara que muestran los recién nacidos.
A José y a mí nos da igual, te tenemos entre nosotros, estás bien, y es lo único que importa.
Me alegro de no haber tenido sitio en ninguna parte, estamos solos, hemos vivido lo mejor de nuestra vida, como pocas personas habían podido hacer.
Ha sido sin duda un regalo de tu Abbá Dios.


Levanto mis ojos para ver el cielo, y allí está la gran estrella, parece que se ha detenido, ¿serán mis ojos con sus lágrimas los que no me dejan verla bien?..., da lo mismo, en mis brazos tengo la mejor Estrella, ¡mi morenito Michelé!


Mira, José, tu abbá, está a nuestro lado, su brazo me rodea y con su mano te acaricia. 
Estás dormido. 
Recuesto mi cabeza sobre José y él apoya la suya contra la mía, ¡aah!..., y nos quedamos dormidos. 
Las emociones agotan, ¡aah!, pienso en tus abuelos, no saben que has nacido, puede que en sueños nos reunamos.

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Dar a luz a un hijo es algo maravilloso, que solo puede y debe ser visto como una parte de la creación, sobre María casi siempre han reflexionado varones, que con toda su buena intención la han alejado mucho de su realidad femenina. 
Si el Hijo de Dios es igual en todo a nosotros, menos en el pecado, ¿por qué inventar un nacimiento especial del que nada nos cuenta el Evangelio? 
Solo leemos que, llegado el momento, María dio a luz. 
Privar a María de ese proceso, es empezar a separarla de su realidad de mujer; especial, sí, pero mujer elegida por Dios. 
Si ese Dios no la privó del inmenso dolor de ver morir a su hijo a los pies de la cruz, ¿por qué nos empeñamos nosotros en privarla del primer amor doloroso y feliz de una madre?

SEXTO SUSURRO

¿Quiénes son los pastores?


"En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: "No temáis os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor.Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". 


De pronto, en torno al ángel,apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor".


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- ¡Eres dormilón pequeñín!
Los animales andan inquietos, me ha despertado el ruido que hacen, no he dormido mucho últimamente.
Esta noche no me importa estar despierta, te tengo a ti, hijo mío, entre mis brazos; estás moviendo los labios, ¿tienes hambre? No sé si tendré ya leche. Mi madre me dijo que algunas veces se tarda un poco en poder dar de mamar. Sigues durmiendo..., esperaremos un poco.
Mira, José duerme, su mano reposa sobre mi brazo, como para darse cuenta si me muevo.


La noche está en calma y la gran estrella sigue donde la dejé, allá a lo lejos, ya no parece que se acerque a nosotros.
Es curioso, mientras veníamos a Belén pensé que sería bonito que nacieras aquí, por nada especial, solo que el nombre de la ciudad es bonito: "¡Belén, Casa del pan!".

El fuego que ha encendido José fuera, frente a la puerta, se va apagando, su luz suave ilumina la entrada de este refugio.

No sé qué pasa, cada vez están más inquietos los animales, he oído algo de ruido fuera.


 Los dos nos miramos sorprendidos, y yo con mucho cuidado, todavía te sujeto con más fuerza, cerca de mi corazón.


Son un grupo de pastores, ¿qué quieren?, están asomados a la puerta, pero no se atreven a entrar, piden permiso para dejarnos algo de comida. 


Hay un pequeño cántaro de leche, miel, pan y un poco de aceite. José se alegra de tener algo para comer y les invita a pasar. 
Se les ve sorprendidos y emocionados; uno de ellos, el más joven, habla en voz temblorosa, y nos cuenta que estaban cuidando el rebaño, y que un ángel...


¡Ay, hijo mío!, fue nombrar al ángel, y José y yo mirarnos asustados, pero no dijimos nada. El pastor siguió contando que, aquel ángel les había deseado paz, y les había anunciado el nacimiento del Mesías en Belén, y que lo encontrarían envuelto en pañales, y que otros muchos ángeles cantaban alabando a Dios.
No sabemos qué decir, no podemos reaccionar. 
José algo agitado, les ha invitado a acercarse, y a verte.
Yo estoy asustada, y me da algo de miedo.
José me ayuda a incorporarme un poco, y muestro tu carita sonrosada; y ellos, los pastores, se arrodillan y te adoran.


¡Esto es mucho para mí, hijo mío, entiéndelo!

De pronto, las palabras de Gabriel cobran fuerza y penetran en mi corazón como una daga.
"Concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo y le pondrás por nombre Jesús, será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".

- Michelé, ese eres tú, el Rey de un reino sin fin.

los pastores se van, salen tan silenciosos como han entrado.
José les acompaña. 


Ha sido un momento de gloria verlos adorarte, pero al mismo tiempo se va abriendo un horizonte, que no sé si me gusta mucho.

José vuelve, estoy llorando, a él se le ve desconcertado, me abraza y no dice nada, nos miramos y nuestra mirada lo dice todo.

- ¡No entiendo, Miriam, no entiendo nada! 
Toda mi confianza está en Dios, pero no entiendo nada, solo quiero criar a su Hijo lo mejor que sepa y pueda; pero estaría bien entender algo, ¿no te parece, Miriam?

¡Ah! no sé qué responderle, hijo mío, yo estoy en la misma situación.

No podemos disfrutar de la serenidad de la noche, miro por el agujero del techo, y ya no veo la estrella azul que tanto brillaba, ¿se habrá apagado su luz?, estoy segura que José y yo estamos pensando lo mismo. 


Estoy recostada sobre su pecho y siento que su corazón galopa con la fuerza de un corcel. De vez en cuando besa mi frente. 
De repente me doy cuenta que nuestros labios nunca se han juntado en un beso. 

- Acepto tu voluntad, mi Dios, lo acepto todo, pero no permitas que mi hijo sufra. Ya sé que también es tuyo, y por eso te lo digo así de claro, porque sé que lo entiendes; te lo pido de madre a Padre, por favor, no consientas que le pase nada.

Empieza a despuntar el alba, la noche se ve amenazada por el día, las sombras se desperezan para alejarse, y las estrellas se baten en retirada.
José se levanta y con suavidad me invita a hacer lo mismo. 


No sé qué quiere, pero su mirada se ha serenado; despacio, y siempre de su mano, me levanto. 
Es la primera vez que me pongo de pie desde que soy madre, él me lo recuerda y sonríe, eso me da tranquilidad. 
Te coge dormido en sus brazos y me dice que vamos a saludar el día.


- Tu primer día como lo que somos, la familia de Dios.
Lo miro sorprendida, olvido decírselo y él me lo dice ahora.


Hace frío, está nevando otra vez, te envuelve en su manto y te abraza con cuidado; yo me abrigo con la manta, y nos asomamos a la puerta. 
Ahí está el día, blanco, puro, frío. ¡Ay, hijo mío, tienes la vida delante, estoy segura que la teñirás con mil colores!
Y sueño al cordero blanco como la nieve manchado de sangre, ¿serás tú?...



José se da cuenta que tiemblo y entramos en el refugio, me ayuda a recostarme, y te deja en mis brazos. Nos vamos a quedar aquí, ninguno tiene ganas de volver a andar.

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Celebramos que Dios se hace Hombre y llega a nosotros en un niño recién nacido. Nosotros sabemos, porque Él nos lo ha contado, que, el reino de Dios es como un gran banquete.
La primera comunidad que adora a Dios hecho Niño es la de unos pobres pastores que comparten lo que pueden. Estaría bien recordar que como dice en Todo Fidei: "El cielo es un banquete, y la vida es un banquete con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad.

SÉPTIMO SUSURRO

También extranjeros


Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea. en tiempos del rey Herodes, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: 
"¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido, porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo?


Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría, entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron.
Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos, oro, incienso y mirra.


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- ¡Qué bien te ha sentado tu primera comida!
Ha sido emocionante sentir cómo sacabas la leche de mi pecho.
Me parece que eres un tragón, no había manera de que dejaras de mamar.


Los tres hemos dormido un buen rato y, lo necesitábamos, todavía seguimos pensando en la visita de los pastores, y en lo que nos contaron, pero estamos más serenos.
Hemos comido el pan con aceite que nos trajeron, todavía queda, y la miel estaba muy buena.

Hemos empezado a pensar en el regreso, pero sin prisa, las caravanas de regreso a Nazaret son largas. José se ha acercado a Belén y ha visto el panorama; ha traído un buen trozo de cabrito para asar, lo prepararemos luego. Se le veía más contento... o, tranquilo..., no sé...
José me ha propuesto que antes de ir a Nazaret, fuésemos a Jerusalén a presentarte en el templo, así nos evitábamos otro viaje a los pocos días de llegar.
José ha pensado en avisar a mis padres, para que estén allí a nuestra llegada y nos acompañen en ese momento.


- ¿Sabes, pequeñín?, tengo ganas de regresar, de volver a casa y de poder acostarte en la cuna que te hizo José. 
He pensado que hoy cuando asemos la pieza de cabrito que ha traído, sacaré los cuencos que he traído a escondidas.
- ¡No, no mires con esos ojos que parecen luceros, que tú no comerás cabrito, aunque creo que no tardarás mucho en hacerlo!
Pondré los cuencos cerca de ti, para que los vea José, le hará ilusión, ya lo verás.

Habrá que ir pensando en asar la pieza de cabrito, solo tenemos aceite, no creo que haya traído alguna hierba, estará bueno de todas formas.
José está ya preparando el fuego. No te asustes, vas a sentir un olor nuevo, el de la carne asada.
¡No, no se le habían olvidado a José las hierbas para asar el cabrito!, estaba muy bueno, o teníamos ganas de comer caliente.
Ha sido como una fiesta para nosotros solos.
Tengo sueño, todavía me dura el cansancio del parto, pero estoy bien, cada día más fuerte.


No me había fijado, la estrella, la grande que veía estos días pasados, está otra vez ahí, ¡qué belleza!

Tú duermes, José duerme sereno, 


y yo me voy a dormir mirándote. 
No me canso de hacerlo. 


¡Buenas noches, pequeñín, descansa tranquilo!
Esperemos que esta noche no haya más visitas.


José me despierta sobresaltado:
- ¡Mira la estrella!


Levanto los ojos y la gran estrella azul está justo encima de nosotros.
Todo es luz, resplandor, brillo, estamos asustados los dos, e instintivamente te tomo en mis brazos para protegerte, hijo mío.


Se oyen pasos que van acercándose cada vez más, me escondo detrás de José, pero decide salir a la puerta a ver qué pasa.
Lo que veo al asomarme a la puerta del refugio es algo sorprendente, una gran caravana encabezada por tres ancianos.
Parece que vienen de Oriente por la forma de vestir, llevan mucho séquito que está pendiente de todo.


Los ancianos se acercan hasta donde estamos José y yo contigo en brazos, y, con toda la dulzura del mundo, me dicen que, si por favor les puedo mostrar tu carita.
Miro a José. No sé qué hacer. 
Me indica que sí, que descubra un poco la manta que te cubre para que te vean.


Y entonces al descubrirte, los tres se postran en tierra, y te adoran, ¡a ti, hijo mío!


Miro de nuevo a José, y descubro que los dos estamos llorando.
Luego nos confesamos el uno al otro que llorábamos porque tenemos miedo por ti.

Por si fuera poco, han dejado unas cajitas, unas cajas no muy grandes en el suelo, junto a la puerta, han dicho que eran los regalos que te traían, y no han dicho nada más.


No han querido nada de lo poco que ha podido ofrecerles José. Se han levantado, han saludado, y se han vuelto a marchar.

La luz de la estrella ha permanecido junto a nosotros un buen rato, y luego se ha puesto a la cabeza de la caravana de los ancianos que marchaba por el camino.


- ¡No entendemos nada, hijo mío!
José ha entrado las cajas y las hemos abierto pensando que tendrían algo de comida, como la que trajeron el otro día los pastores.
- Imagina, pequeñín, que en una caja había monedas de oro, nosotros, que no hemos visto más oro que el que relumbra en el templo.
Con cierta curiosidad hemos abierto la otra caja, y dentro había incienso, del mejor, hijo mío, mucho mejor del que se quema en la sinagoga y en las ofrendas a Dios.
Y ya, con miedo, hemos abierto la tercera caja, contenía mirra, y me he puesto a llorar sin consuelo; la mirra la utilizamos para embalsamar a nuestros muertos.
 ¿Por qué ese regalo?
¿Para qué vas a querer tú la mirra, si acabas de nacer?


José intenta tranquilizarme, me dice que también se usa para curar heridas; pero no me ha tranquilizado su comentario, pero sé que lo ha hecho con buena intención.

Después de eso, decidimos seguir para Jerusalén. Ha pasado ya una semana de tu nacimiento.

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Lo asombroso de Dios muchas veces, no es lo que él hace, sino lo que es capaz de mover en nuestros corazones.
La luz de una estrella puede ser luz de amor, porque solo desde el amor podemos disipar la duda venidera.
Tres extranjeros, magos o reyes, qué más da, confían en una estrella que ilumina un camino; la luz disipa las sombras, pero también deja ver aquello que puede causar incertidumbre, y ahí está ya la duda, ¿nacer en un refugio de animales? Pues no nace de vez en cuando en una patera o en un campo de refugiados..., ¿cuál es la diferencia?

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OCTAVO SUSURRO

El templo, y luego...


El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi Hijo".

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: "Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño".

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- ¡Tu primer viaje, Michelé!
No está muy lejos Belén de Jerusalén, pero no quita para que sea tu primer viaje.

Llevamos las cajas bien escondidas, si los romanos las descubren, se creerán que las hemos robado; porque eso del oro, del incienso y la mirra, no nos pega nada.

No hay tanta gente por el camino como cuando vinimos, pero José prefiere hacer lo mismo y caminar por el campo por seguridad. Sigue habiendo nieve y no quiere correr riesgos.


Se oye cierto revuelo por alguna caravana, algo pasa con Herodes; otro poderoso, que lo único que le importa es seguir con sus privilegios aunque tenga que arrodillarse ante los romanos.
-¡Qué mundo te vas a encontrar! ¡En qué mundo vas a crecer!

Te he dado de mamar antes de salir y te has dormido enseguida. Vas bien abrigado, los colores de tus mejillas así me lo indican. 
¡Qué contentos van a estar tus abuelos cuando te vean, la ilusión de un nieto siempre es grande!
Con el aviso a tus abuelos, les indicó que si podían adelantaran las gestiones en Jerusalén para estar el tiempo justo; quiere llegar pronto a casa, para que recuperemos la vida normal y tranquila que llevábamos. 
No sé, muy confiado lo veo. Yo en cambio tengo un presentimiento, hijo mío, algo en mi corazón me dice que no vamos a vivir tranquilos, que los sobresaltos y los miedos van a estar presentes en nuestra vida.

José ya empieza a pensar en enseñarte a trabajar en la madera. Yo no te veo de carpintero, pero no le digo nada, porque sé que le hace ilusión, es algo dentro de mi corazón que me dice que no te acerques a la madera, porque será para ti un sufrimiento. Debes pensar que estoy loca.

- Mira, ya se ve Jerusalén, ¡qué raro, se ve mucho movimiento en Jerusalén!, mucha gente que sale de la ciudad, ¿será lo que comentaban de Herodes?
Nos estamos acercando a la explanada del templo, José me señala donde están mis padres, ¡qué alegría! Se ven sonrientes, algo nerviosos.


-Mira, pequeñín, son tus abuelos Joaquín y Ana!
Nos hemos fundido los cuatro, bueno los cinco, en un gran abrazo, lo necesitábamos todos. 
Hemos buscado un lugar más tranquilo; está entrando ya la noche, hace frío, mis padres querían hablar con nosotros, a José y a mí se nos ha helado la sangre; Herodes quiere matar a todos los recién nacidos. 


Mis padres lo han arreglado todo para presentarte a ti en el templo y hacer la ceremonia de purificación mañana, y así poder salir enseguida hacia Nazaret.
- ¡Ves, hijo mío, no salimos de un sobresalto y nos llega otro!
Vamos a la posada donde están mis padres, nadie tiene hambre, tu abuela solo te suelta de sus brazos para que te dé de mamar.
¡Ah, ay!, intentamos dormir, no podemos, el miedo gana.


Por la mañana José me dice que ha tenido un sueño y que en cuanto acabemos en el templo tenemos que irnos a Egipto, eso es lo que le ha indicado el ángel en el sueño.
Se lo cuenta a mis padres entre lágrimas, lo aceptan y entienden. 
Es lo mejor, porque Herodes al niño que de verdad quiere matar, es a ti, hijo mío, mi pequeñín.


-¡Ves, mi presentimiento se hace realidad! 
¡No podemos vivir tranquilos!
Nada más terminar en el templo nos hemos puesto en camino hacia Egipto; ni despedidas, ni bendiciones, ni acompañarnos hasta las afueras... Esta vez ha sido todo rápido, porque el peligro es grande.


Mi madre me ha ayudado a ponerme el manto de forma que no se te vea; tiene miedo de que nos paren por salir de Jerusalén con un recién nacido.

- Ya no se ve Jerusalén, hijo mío, llegarás a conocer esta ciudad... Si te digo la verdad, no sé si me importa o no que llegues a pisar sus calles y su templo algún día; estoy convencida de que en ellas solo encontrarás sufrimiento y desprecio.


¡Ah, Ay, hijito!, no queda más remedio, ya no podrás estrenar la cuna que con tanto cariño te hizo José, tu abbá en la tierra.
Desde que la vi, me pareció tan suave, que pensé que te abrazarías a ella para moverte en cuanto pudieras. Empiezo a pensar que es mejor que no la veas, ya sabes que creo que sufrirás mucho con la madera.

Hemos parado a descansar un poco y comer algo que nos dio mi madre.


José me ha dicho que se siente protegido por nuestro Dios y que confía plenamente.
Le hemos dado gracias por el aviso del ángel que nos ha permitido ponerte a salvo, y a la vez hemos repetido las palabras que los pastores escucharon al ángel que les anunció tu nacimiento:
"¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!".

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Y llega el tiempo de afrontar la vida como viene; en un instante todo puede cambiar, hay que salir huyendo sin pasar por casa; de esto saben mucho en Siria y en Venezuela, por poner un ejemplo.


No ha cambiado tanto el mundo, sin embargo, creemos que tu venida todavía puede hacernos cambiar a cada uno de nosotros, para así cambiar el mundo, y, por eso seguimos entonando: 
"¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!". 
Porque es Navidad, porque te haces Hombre, porque estás y no nos abandonas.

"¡Hoy en la ciudad de Belén, nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor!".

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