"Ventana abierta"
Cuarta Semana de Adviento
La noche caía, la
Noche Santa y un gran silencio reinaba sobre la
Tierra. Era como si el mundo retuviese su aliento. Pero en el cielo,
los ángeles elevaban su mirada hacia las esferas más altas, donde, en medio del
círculo de los Querubines y serafines, se erguía el trono de Dios. Y he aquí lo
que se había esperado por tanto tiempo, deseado tan ardientemente, se produjo:
de pronto el círculo se abrió y el trono de dios se hizo visible para los
moradores de los cielos. Del trono surgía alguien tan claro y luminoso, tan
sereno y puro, que incluso el lenguaje de los ángeles no sabría describirlo.
Miró con benevolencia la ronda de los ángeles que elevaban sus ojos hacia él y
no cesaban de adorarlo.
Pero él se
hizo a un lado, y la mirada grave y solemne de Dios Padre atravesó las esferas
celestes. Delante de Él se abrió un camino luminoso que descendía
cada vez más hasta llegar a la Tierra. Allí, los Ángeles no vieron más que
un establo pobre, donde una mujer y hombre estaban sentados cerca de un
pesebre, en compañía de un buey y un asno. El hombre dormía. Pero la mujer
dirigía la mirada hacia al cielo, y cuando percibía el camino luminoso, elevó
sus brazos. Entonces el ser de luz, el Hijo de Dios que había surgido del trono
de Dios, comenzó a descender por él y a medida que bajaba y atravesaba los
círculos de todos los ángeles, éstos entonaban un canto cada vez más grandioso.
Al pasar de un círculo
a otro, el Hijo de Dios se transformaba sin cesar y primero se volvió semejante
a los Serafines, los ángeles más elevados; después era como los Querubines, y
fue dejando una tras otra todas las formas de gloria celestial como quien se
quita un vestido. Pasó por el círculo de los Arcángeles, para volverse a
encontrar en el de los Ángeles, y para dejarlos a ellos también. El pobre
establo irradió claridad cuando el Ser de luz se aproximó a María y la cubrió con
su sombra luminosa… y su luz se volvió a encontrar en los ojos del Niño. Que la
madre de Dios tenía sobre sus rodillas.
Entonces el canto de
los ángeles prorrumpió de nuevo en los cielos y la Tierra resonó con
su alabanza: “Hoy os ha nacido el Salvador, Cristo, el Señor.”
Jamás desde esta noche, el círculo de los Querubines y de los Serafines se ha vuelto a cerrar. El camino luminoso vuelve a unir desde entonces y para siempre el Trono de Dios a la Tierra y cada año, Cristo desciende desde allí, desde su Padre hacia los hombres, para nacer entre ellos y llegar a ser semejante; y para plantar su luz en los corazones, a fin de que empiece a brillar en sus miradas, como ya brilló otrora en los ojos del Niño Jesús.
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