"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL CUARTO
DOMINGO DE ADVIENTO (B) 20 - DICIEMBRE - 2020
“¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?”
Según sigue llegando
a su fin el Adviento, las lecturas continúan repitiéndose, como cuando uno sabe
que algo grande está a punto de suceder, y se sorprende repitiendo una frase o
un nombre, producto de anticipar ese momento esperado. Así el Evangelio (Lc 1,26-38)
para este cuarto domingo de Adviento nos repite el que leíamos recientemente para la solemnidad
de la Inmaculada Concepción, que nos narra el hermoso pasaje de la
Anunciación.
Al comienzo del Adviento compartimos con ustedes un anticipo de los temas
que dominarían la liturgia del Adviento. Decíamos entonces que el primer
domingo era el domingo de VIGILANCIA, el segundo de CONVERSIÓN, el tercero de TESTIMONIO, y
este cuarto el del ANUNCIO.
Con la primera lectura para hoy (Sm 7,1-5.8b-12.14a.16) la liturgia nos
anuncia, a través del profeta Natán, el nacimiento de Aquél que habría de hacer
de la casa de David un Reino que duraría por toda la eternidad. Dice el Señor a
David por medio de Natán que: “el Señor te comunica que te dará una dinastía.
Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré
después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su
realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mí presencia;
tu trono permanecerá por siempre”.
En el Evangelio, el ángel del Señor le anuncia a María que ha sido ella la
elegida para que se cumpliese la promesa hecha por Yahvé a David por medio del
profeta, al decirle que el hijo que va a concebir “se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.
Estas lecturas son un ejemplo de lo que anteriormente hemos llamado la
perspectiva histórica, o del pasado, que nos presenta el “adviento” que vivió
el pueblo de Israel durante prácticamente todo el Antiguo Testamento,
esperando, anticipando, preparando la llegada del mesías libertador que iba a
sacar a su pueblo de la opresión, y cómo en María se hacen realidad todas esas
expectativas mesiánicas del pueblo judío. Su “sí”, su “hágase” hizo posible la
“plenitud de los tiempos” que marcó el momento para el nacimiento del Hijo de
Dios (Cfr. Gál 4,4).
Como dijera San Juan Pablo II: “Desde la perspectiva de la historia humana, la
plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de
Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas”.
Estamos a escasos cuatro días de esa fecha. La liturgia nos ha llevado in crescendo hasta este
momento en que nos encontramos en el umbral de la Navidad. Es el momento de
hacer inventario… ¿Hemos vivido un verdadero Adviento? ¿Estamos preparados para
recibir al Niño Dios? ¿Nos hemos reconciliado con nuestros hermanos, con
nosotros mismos y con Dios? ¿Hemos dispuesto nuestro pesebre interior para que
la Virgen coloque en Él a nuestro Señor y Salvador, como lo hizo aquella noche
en Belén? Es la perspectiva presente, el “hoy” del Adviento.
Todavía estamos a tiempo (Él nunca se cansa de esperarnos). En este cuarto domingo de Adviento, si tienes la oportunidad, acércate al sacramento de la reconciliación. Si por razón de la pandemia, o enfermedad, no te es posible, haz un acto de arrepentimiento, con el firme propósito de acudir al sacramento tan pronto puedas. Entonces sabrás lo que es la verdadera Navidad.
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