Como era un solemne holgazán, apenas se esforzó. Clavó cuatro estacas en el suelo, alzó sobre ellas un armazón de insignificantes ramitas, y dijo:
- Ahora lo recubro todo con paja, y me quedará una casita preciosa.
Eso hizo, sin ocurrírsele que un simple ventarrón podía llevarse en tinglado por los aires. Deseaba terminar cuanto antes para poder seguir tocando la flauta, que era lo que verdaderamente le gustaba.
Así que cogió la flauta y se alejó vereda adelante, en busca de su hermano, el Cerdito Violinista.
Flautista llegó a la propiedad de su hermano, que también estaba construyendo un hogar. Bueno, lo de hogar es mucho decir; habría que emplear igualmente la palabra “chapuza” para nombrar aquel amasijo de palotes entrelazados de cualquier manera. Su apariencia era algo más fuerte que la del caso anterior, pero, de todas formas, poco se llevaban.
- ¿Te falta mucho?
- Ya acabo. Es una lata, chico, dedicar dos horas a un trabajo como éste – Opinó el Violinista.
- Piensa que, a cambio del esfuerzo, vas a tener un hogar para toda la vida – le consoló Flautista.
- ¡Toma, por eso me he metido en el follón! ¡Sí no, a buenas horas!
- Bien mirado, te estás pasando – dijo Flautista, al observar el quehacer de su hermano -. Poner esos palitroques ahí es un derroche de energía. Con unas ramitas forradas de paja tendrías de sobra.
- ¿Así has hecho tu casa? – se extrañó Violinista.
- ¡Naturalmente! Me horroriza exagerar.
Violinista no quedó muy conforme con los consejos de su hermano, pero sí con su obra. Tampoco a él se le ocurrió pensar que los cambios de tiempo exigían edificaciones robustas, hechas con esmero.
- ¡Listo! – anuncio Violinista momentos después.
- Pues vamos a ver la casa que se está haciendo Práctico – Sugirió Flautista, refiriéndose a un tercer hermano de ambos.
- ¡Uh!, ése, con lo maniático que es para los detalles, aún estará empezando – se alarmó Violinista, mientras echaba mano de su instrumento predilecto.
Los dos Cerditos se pusieron en marcha, tocando a dúo baladas muy motivadoras. Lo suyo era la música.
Flautista y Violinista no paraban de reír, aunque el ceño fruncido de Práctico desaconsejase las bromas. Encontraba graciosísimo que su hermano emplease ladrillos y cemento en la construcción de su hogar:
- ¡Ja, ja, ja! ¡Esto es el colmo! – exclamó el Flautista.
- ¿Para qué quieres semejante mamotreto de casa?
- ¿Es que piensas resguardarte de un elefante? ¡Ja, ja, ja! – parloteaba Violinista, muy divertido
- No lo veo nada de gracia – contestó Práctico, algo irritado-. Estoy haciendo una casa como es debido.
- ¡Pero si no hace falta tanto rollo, hermanito!- aseguró Flautista.
- Me gustaría ver las casa que os habéis hecho vosotros – dijo Práctico, con el natural recelo.
- Pues son cómodas y fresquistas.
- ¡Ya, ya! Esperad a que el Lobo Feroz quiera ajustaros las cuentas – dudó Práctico.
- Ese tipejo no nos da miedo, hermanito – se jactó Violinista.
- Bueno, si habéis vino para burlaros de mí, ya os estáis largando; aun tengo tarea por delante – rezongó Práctico.
- ¡Está bien, ya nos vamos!
- ¡Hasta luego, hermanito! – se despidió Violinista.
De regreso a sus hogares, los dos Cerditos entonaron a voces una canción que decía:
“Tanto Lobo Feroz, que si come, que si asusta… En el fondo, es un guasón. ¡Tra-la-ra-la-rá…!”
El lobo debió escuchar el reclamo, porque les salió al encuentro a mitad de camino.
- ¡Dichosos los ojos, amigos míos! – les saludó, relamiéndose.
- ¡Oooh, el Lobo Feroz! – gritaron los Cerditos.
- ¿Tanto miedo os doy? – ironizó el lobo-. ¡Al oíros cantar, creí que me tomabais por un corderito!
- ¡Huyamos! – ordenó Flautista a su hermano.
- ¡Eh, esperad! ¡Tenéis que explicarme la letra de esa canción! – exclamó el lobo mientras corría.
Ambos Cerditos corrían desolados hacia sus respectivos hogares, perseguidos muy de cerca que el lobo. Flautista fue el primero en llegar a casa. Tan pronto se vio dentro, cerró de un portazo.
- ¡Abre la puerta! – gritó el lobo.
- ¡Márchate! ¡No quiero nada de ti!
- ¿Quieres que tire la casa abajo? – amenazó el lobo, impaciente.
- ¡No podrás! ¡Es demasiado fuerte! – le desafió Flautista.
- ¡Bah, de un soplido la pongo a volar! – se jactó el lobo.
- ¡Ya será menos!
El lobo llenó de aire sus pulmones y sopló con todas sus fuerzas. La “casita” de Flautista se derrumbó como un castillo de naipes.
El propio Flautista se elevó del suelo unos metros, para aterrizar la cabeza algo más allá de las ruinas. Espabilado por el pánico, se incorporó y echó a correr sin dar tiempo a que el lobo le atrapase.
- ¡Ven aquí! Rugía su perseguidor.
Muy poco después, Flautista estaba ante la covacha de Violinista.
- ¡Ábreme, que el Lobo quiere merme!
La puerta se entornó lo suficiente para que él entrase, y volvió a cerrarse de inmediato.
Pasó el tiempo. Al fin, alguien provisto de una cesta y cubierto por una piel de cordero, se aproximó a la casa y llamó con los nudillos repetidas veces.
- ¿Quién es? – preguntó Violinista, sin asomarse.
- ¡Un pobre corderillo abandonado que necesita vuestra ayuda! – maulló el lobo, en falsete.
Los dos Cerditos observaron atentamente al visitante y descubrieron, con horror, la cola y el puntiagudo hocico del lobo, a uno y otro extremo del disfraz.
- ¿Es que nos crees idiotas? ¡Media vuelta, y a tu madriguera, bribón! – le conminó Violinista, irritado.
- ¡Abrid, o armo un gran estropicio! – amenazó el lobo, ya sin careta.
- ¡Tus bravatas son inútiles, lobito! ¡Esta casa no la puedes tirar de un suplido! – le reto Violinista.
- ¡Un momento, que vamos a comprobarlo!
El soplido del lobo fue esta vez más fuerte que el anterior, y produjo idéntico efecto. Con gran estrépido, la casa se vino abajo.
Flautista y Violinista corrieron hacia la casa de su otro hermano como alma que lleva el diablo. Sabían que, de lograr alcanzarla, sus apuros habrían terminado.
- ¡Corred, que no tenéis escapatoria! ¡Ay cuando os ponga las garras encima! – bramó el lobo.
- ¡Socorro, hermanito, auxilio! – gritó Flautista.
- ¡Que nos alcanza! – jadeó Violinista.
Moviendo la cabeza con gesto penado, Práctico se dispuso a abrirles. Ya se esperaba esto.
- ¡Adentro los dos! – exclamó cuando llegaron.
- ¡Uf qué desastre! ¡Tirará esta casa también! – se lamentó Flautista, dejándose caer en un sillón.
- No temáis. La he construido a conciencia, y resistirá – les tranquilizó Práctico.
- ¡Ojalá tengas razón! – se animó Flautista.
- Supongo que habéis aprendido la lección, ¿no? Las cosas. O se hacen bien, o no se hacen – les respondió Práctico, con el ceño fruncido.
- Te prometemos, hermanito, que de ahora en adelante actuaremos de otra forma – dijo Violinista, arrepentido.
- ¡Abrid la puerta ahora mismo! – rugió el lobo allá fuera, trastornado por la rabia.
- ¡Aquí no puedes entrar! ¡Es mucha casa para ti! – quiso persuadirle Práctico.
- ¡Otra más fuerte he pulverizado!
- ¡Que se vea! ¡Que se vea! – corearon los tres.
Como es lógico, la casa resistió impertérrita los frenéticos soplidos del lobo.
- ¿Qué pasa lobito? ¿Ya no te queda aliento? – se burló Práctico.
Tumbado frente a la casa, pensó la manera de entrar en ella. De pronto, se fijó en la airosa chimenea que humeaba en lo alto del tejado.
- “¡Ya lo tengo! – exclamó para sí -. Subo al tejado, me cuelo por la chimenea abajo, y les pillo desprevenidos. Con dos vueltas de llave en cerradura, no podrán escapar. ¡Qué gran comilona me espera!”
Encaramándose a un árbol próximo a la casa, el lobo alcanzó el remate de la chimenea, y comprobó que ésta era lo bastante ancha como para deslizarse por ella.
Al no dar el lobo nuevas señales de vida, Práctico entró en sospechas. Fijó su mirada en el lugar de la chimenea, y cayó hollín desde arriba.
- Me parece que tenemos visita – dijo a sus hermanos, señalando la chimenea.
- ¿Por ahí quiere meterse? – preguntó Violinista, maravillado.
- No es tan mala entrada – comentó Práctico mientras destapaba el gigantesco caldero situado en la lumbre. Lo utilizaba para hacer sopa, y el agua hervía en su interior.
- ¡Ya lo creo que no! ¡Más aún, es magnífica! – aprobó Flautista.
De improviso, el Lobo Feroz aterrizó… ¡justo sobre el agua hirviendo!
- ¡Uaaah…! – aulló el invasor, antes de salir disparado por donde había venido, sin más propulsión que una terrible quemadura.
- Va a salir escaldado – bromeó Flautista.
En medio de un estruendo de tejas rotas y alaridos salvajes, el lobo resbaló por el tejado de la casa, cayó al suelo, y salió de estampida.
Y nunca más molestó a los tres Cerditos
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