Corrían tiempos difíciles, y la familia apenas lograba salir adelante. Mientras el padre salía en busca de leña, los niños recolectaban fresas en el bosque.
Un día se alejaron tanto en pos de ese fruto, que, cuando quisieron darse cuenta, se habían extraviado. Hansel procuró tranquilizar a su hermanita.
- No pasa nada, Gretel. Si hemos perdido la senada podemos encontrarla.
- ¡Ojalá tengas razón! – contestó ella -. Sólo de pensar que se nos haga de noche aquí, me entran escalofríos.
- Confía en mi sentido de la orientación.
Sin embargo, por más vuelta que daban, no salían del atolladero. En el bosque las pistas se borran rápidamente y uno se desorienta con facilidad.
- ¡A cada paso nos adentramos más en el bosque, Hansel! – advirtió la niña, muy alarmada.
- Es verdad – dijo Hansel-. La cosa se complica.
- ¿Y qué podemos hacer?
- Seguir andando. Es lo único que se me ocurre.
Un grito lejano surgió de la espesura; parecía doloroso y, bajo su son, los troncos de los árboles adquirieron siniestros rasgos.
- ¿Has oído? – exclamó la niña, atemorizada.
- ¡Sigue, he oído!
- ¡Alguien está en peligro! – dijo Gretel, temblando.
- El grito venia de allí. ¡Sígueme! – ordenó Hansel, echando a correr.
Orientados por nuevos gritos, nuestros amigos llegaron a un gran claro del bosque y se pusieron a mirar en torno. Pronto descubrieron una figurilla a cuatro patas, que forcejeaba con algo.
Al acercarse un poco, vieron que se trataba de un enanito cuya larguísima barba blanca estaba aprisionada bajo un pedrusco. De nada servían sus tirone.
- ¡Ayudadme, os lo suplico! – gimió el pobrecillo.
- ¿Qué os ha pasado para terminar así? – le preguntó Hansel, mientras echaba mano al pedrusco, intentando moverlo.
- Estaba buscando setas cuando esta roca rodó hacia mí. Un poco mas y me aplasta.
- ¡Eh, princesa, arrima el hombro! – gritó Hansel.
- ¡Eso, eso, entre los dos podréis moverla! – afirmó el enanito.
- ¡Uf, qué lata! – se quejó ella, roja por el esfuerzo.
- ¡Ya parece que se levanta! – les animó el enanito.
El peñasco rodó por la suave pendiente del claro, y todos quedaron contentos, en especial el liberado.
- ¡Cuánto os los agradezco! ¡Si no llega a ser por vosotros! – dijo, un poquitín emocionado.
Siguieron charlando animadamente. De repente, los ojos del enanito se clavaron en la bruja del bosque, quien a gran velocidad, se acercaba por los aires montada en su escoba mágica. Era un vieja horriblemente fea, motivos tenía el hombrecillo para asustarse.
- ¡Huid, rápido! ¡Esa maldita bruja quiere atraparos! – gritó a los niños, señalaban con el dedo.
- ¿Quién…? ¿Dónde? – farfulló Hansel, completamente despistado…
- ¡Corred hacia la espesura y no hagáis preguntas! – insistió el enanito, ya muy nervioso.
Pero la bruja aterrizaba en ese momento junto a ellos, sonriendo malignamente, sin dar tiempo a que los niños reaccionaran. Lo primero que hizo fue ahuyentar al pobre enanito a escobazos. Luego, con fingida cortesía, se volvió hacia sus víctimas:
- ¡Hola, pequeños! ¿Qué hacéis en este apartado rincón del bosque?
- Pues… oímos gritos y vinimos a ver… - balbuceó Hansel, pálido como la cera.
- ¿Qué quiere de nosotros? – preguntó Gretel, incapaz de controlarse.
- Nada malo, hijita – aseguró la bruja, enseñando los dientes -. Me figuré que os gustaban los caramelos, el turrón, el mazapán, el chocolate…
- ¡Oh, claro que nos gustan, señora! – exclamó Hansel, poniendo los ojos en blanco.
- Entonces, permitidme que os lleve a mi casa. Allí podréis hartaros de golosinas.
- Es que vivimos muy lejos de aquí, y nuestro padre ya debe estarnos esperando – objetó Gretel, con más pena que otra cosa.
- ¡Si es cuestión de unos minutos! – apremió la bruja-. Mirad, en mi escoba podemos llegar a casa en un momento, os hartáis de golosinas, y yo misma os acompaño de regreso a vuestro hogar. ¿Vale?
Los niños, tentados por la oportunidad que se les ofrecía de comer dulces, aceptaron la invitación. Debido a su pobreza, jamás habían podido paladearlos. Ni por un instante recordaron la advertencia del enanito.
Antes de darse cuenta, surcaban los aires montados en la escoba, junto a la malvada bruja. Desde luego, era impresionante volar tan deprisa y ver el bosque allá abajo, chiquito como si fuera de juguete.
La escoba se puso suavemente frente a la casa de la bruja, y sus pasajeros saltaron a tierra. Hansel y Gretel, asombrados por lo que veían, dejaron de moverse, y únicamente miraban, miraban.
Ante ellos se alzaba una casa hecha exclusivamente de golosinas. Sus paredes eran bloques de turrón y mazapán; su tejado, una gran pieza de chocolate. En sus ventanas brillaban cristales de caramelo tranparente, y adornos de flan y helado. Por toda la fachada, abundaban muñecos de tarta y, entre la hierba del jardín, brotaban cestos y bastones de caramelo.
- ¡Fantástico! ¡Maravilloso! – gritaron los dos hermanos-. ¿Podemos comernos todo eso?
- ¡Adelante! ¡A ver lo que dan de sí vuestros estómagos! – les azuzó la vieja.
No necesitaron más los chiquillos para lanzarse al ataque. Durante un buen rato, comieron a dos carrillos, como desesperados. Mientras Hansel prefería la parte del tejado y de los muros, Gretel barría el jardín y las ventanas con tremendos lengüetazos.
A punto ya de reventar, decidieron volver a su hogar. La bruja, al principio, quiso retenerlos amablemente, pero viendo que no iba a conseguirlo, se destapó con el mayor descaro:
- ¡De aquí no os marcháis así como así! – gritó, cogiéndoles por el cogote -. ¡Je, je, je! ¡Incautos parvulillos! ¡Ya veréis lo que es bueno!
Hansel y Gretel fueron arrastrados al interior de la casa; la vieja tenía una fuerza descomunal.
- ¡Adentro! – resolpló la bruja, mientras empujaba a Hansel al fondo de una jaula de fuertes barrotes.
- Quiero alimentaros bien para poder comeros – confesó la bruja, echando el candado a la puerta.
- ¡Va a comernos! – exclamó Gretel, antes desaparecer bajo la losa que taponaba un oscuro sótano.
- ¡Aciertas, hijita! Con salsa y tomate estaréis de rechupete – dijo la arpía, antes de soltar una horripilante carcajada.
En contraste con su aspecto externo, la casa era lóbrega y sucia por dentro. Ello hacía que los temores de Hansel creciesen sin cesar.
- ¡Pobre Gretel! ¡Tiene que pasarlo muy mal ahí abajo! – se dijo, mirando con angustia la losa. Cerca de su jaula, y sentada en un tosco sillón de madera, dormía la bruja su siesta de costumbre.
De súbito, Hansel vio que giraba el picaporte de la puerta. Alguien quería entrar. La hoja se abrió con lentitud, y apareció el enanito que tan bien conocemos.
El intruso caminó de puntillas hacía donde estaba la bruja, no sin hacerle señas para que no hablase. Con todo sigilo, hurgó el enanito en un bolsillo de la vieja, hasta dar con la llave del candado que cerraba la jaula.
El clic del candado al abrirse hizo que la bruja despertara. Tan pronto reparó en el hombrecillo, salió tras él, gritando con furia inaudita:
- ¡Canalla, bribón! ¿Vienes a estropearme la fiesta? ¡Espera a que te coja!
De acuerdo con un plan minuciosamente trazado, el enanito corrió hacia un esbelto cisne que le aguardaba, montó en él, y emprendió raudo vuelo. La bruja hizo lo propio con su escoba, y, armada con un garrote, siguió de cerca a su enemigo: - ¡De nada te valdrán estas refinadas artimañas! – vociferaba -. ¡Pienso molerte las costillas!
Hansel, entretanto, quitó el candado, salió de su jaula, y corrió hacia la losa que impedía la entrada al sótano. Con gran ansiedad, forcejeó para levantarla.
- ¡Animo, Gretel, que voy a sacarte de ahí! – gritaba de vez en cuando.
Por fin y tras un agotador esfuerzo, dejó la abertura al descubierto. Gretel surgió de la oscuridad inmediatamente, y abrazó a su hermano.
- ¡Deprisa, Gretel! ¡Tenemos que alejarnos de aquí enseguida! – apuró él, tirando de su brazo. Instantes después, se había esfumado entre los árboles.
La bruja, por su parte, cortaba el aire con pos del enanito, segura de darle alcance pronto. Su furia, lejos de templarse, arreciaba en amenazas e insultos:
- ¡Me las pagarás todas juntas, bellaco!
Tal era su arrebato, que no advirtió la trampa dispuesta por el enanito. Dos colegas de éste, encaramados a sendos cisnes, salían a su encuentro provistos de arcos y flechas. Hostigada por los flechazos, la vieja brujuleaba de un lado para otro. Siempre que podía, soltaba garrotazos a voleo.
- ¡Miserables! ¡Os voy a romper el cráneo!
Los enanitos sorteaban fácilmente sus acometidas, y parecían divertirse con el juego. Bajo el cuarteto volador, Hansel y Gretel disfrutaban del espectáculo, escondidos entre unos arbustos.
Uno de los enanos, empuñando un afilado cuchillo, se acercó a la bruja por detrás y partió su escoba en dos. La malvada, privada ya de sus atributos mágicos, se precipitó al suelo.
Por un curioso azar, la bruja cayó en el interior de un árbol hueco, cerca de donde estaban los niños. Hansel cogió una cuerda, se lanzó con ella hacia la malvada, y la ató de tal manera que la vieja quedó aprisionada.
Los enanitos descendieron muy pronto y saludaron a los hermanos cordialmente.
- Tomad – dijo el enanito alargando a Hansel una bolsa repleta de oro y diamantes -. Esta fortuna os permitirá vivir dignamente sin necesidad de buscar fresas por el bosque.
Y los hermanos se fueron felices hacia su casa.
Autor: Hermanos Grimm
No hay comentarios:
Publicar un comentario