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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

miércoles, 10 de agosto de 2011

Jesús calma la tempestad


Por  Pbro. Cristóbal Gaspariano Tela

Aunque la influenza me declare la guerra no temeré, pues el Señor es mi defensor.
Ante el virus de la influenza confiemos en nuestro Señor Jesucristo y tomemos las precauciones necesarias que nos dan las autoridades sanitarias. Jesús, como Señor,  tiene poder para calmar cualquier tempestad como lo señala el Evangelio de Marcos. A saber:
“Al atardecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla del lago.» Despidieron a la gente y lo llevaron en la barca en que estaba. También lo acompañaban otras barcas. De pronto se levantó un gran temporal y las olas se estrellaban contra la barca, que se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa sobre un cojín. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» El entonces se despertó. Se encaró con el viento y dijo al mar: «Cállate, cálmate.» El viento se apaciguó y siguió una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía no tienen fe?» Pero ellos estaban muy asustados por lo ocurrido y se preguntaban unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,35-41).
Así  como Jesús calmó la tempestad en aquel tiempo hoy también tiene poder para hacerlo ante el virus de la influenza, por eso no dudemos en pedírselo.
El está con nosotros en la tempestad, aunque pareciera de repente que no hace nada, que se queda dormido, como si no le importara en modo alguno la situación. Pero no es así, él tiene su tiempo; y el tiempo de Dios no es el mismo del hombre. Por eso no tengamos miedo como los discípulos sino fe en él de que todo lo cambiará.
Las pruebas deben acrecentar nuestro  amor por Cristo y nada ni nadie nos debe separar de él como lo hizo San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como ovejas destinadas al matadero. Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 8, 35-39) 
Así pues, el virus de la influenza no nos hará dudar ni nos separará del amor de Cristo sino que nuestro amor se acrecentará y con él saldremos victoriosos de toda adversidad.
Los cristianos no tenemos miedo a lo que pueda matar nuestro cuerpo, pues seguimos las enseñanzas de nuestro Señor que dijo: “No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo tanto no tengan miedo” (Mt 10, 28-31).
La influenza solo puede matar nuestro cuerpo, pero nunca nuestra alma, por eso no le tenemos miedo, pues nuestra alma le pertenece al Señor y nadie se la arrebatará si nos aferramos a él.
La influenza no tiene poder para decidir nuestra muerte corporal, es el Señor quien decide cundo ya nos toca partir, nadie se adelanta ni se atrasa, uno parte cuando ya está en los planes de Dios.
Hoy en día ante la influenza, me atrevo a pensar, que en realidad mucha gente no le tiene miedo al virus sino a la muerte, pero nosotros los cristianos no le tenemos miedo pues amamos y confiamos en Cristo y por ello podemos decir como San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Fil 1, 21). Los cristianos si vivimos ganamos, si morimos ganamos. La victoria en Cristo está asegurada.
Hermanos, ante la epidemia de la influenza, sigamos  depositando nuestra confianza en el Señor como lo hace el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Amparo de mi vida es el Señor, ¿ante quién temblaré?... Si me sitia un ejército contrario, mi corazón no teme, si una guerra estalla contra mí, aún tendré confianza (Sal 27,1.3).

Aunque la influenza me declare la guerra no temeré, pues el Señor es mi defensor, es mi refugio y escudo.




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