Por Pbro. Cristóbal Gaspariano Tela
Aunque la influenza me declare la guerra no temeré, pues el Señor es mi defensor.
Ante
el virus de la influenza confiemos en nuestro Señor Jesucristo y
tomemos las precauciones necesarias que nos dan las autoridades
sanitarias. Jesús, como Señor, tiene poder para calmar cualquier
tempestad como lo señala el Evangelio de Marcos. A saber:
“Al
atardecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a
la otra orilla del lago.» Despidieron a la gente y lo llevaron en la
barca en que estaba. También lo acompañaban otras barcas. De pronto se
levantó un gran temporal y las olas se estrellaban contra la barca, que
se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa sobre un
cojín. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos?» El entonces se despertó. Se encaró con el viento y dijo al
mar: «Cállate, cálmate.» El viento se apaciguó y siguió una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía no tienen fe?»
Pero ellos estaban muy asustados por lo ocurrido y se preguntaban unos a
otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc
4,35-41).
Así
como Jesús calmó la tempestad en aquel tiempo hoy también tiene poder
para hacerlo ante el virus de la influenza, por eso no dudemos en
pedírselo.
El
está con nosotros en la tempestad, aunque pareciera de repente que no
hace nada, que se queda dormido, como si no le importara en modo alguno
la situación. Pero no es así, él tiene su tiempo; y el tiempo de Dios no
es el mismo del hombre. Por eso no tengamos miedo como los discípulos
sino fe en él de que todo lo cambiará.
Las
pruebas deben acrecentar nuestro amor por Cristo y nada ni nadie nos
debe separar de él como lo hizo San Pablo: “¿Quién nos separará del amor
de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre,
la falta de todo, los peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por
tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como
ovejas destinadas al matadero. Pero no; en todo eso saldremos
triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el
futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos,
ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 8, 35-39)
Así
pues, el virus de la influenza no nos hará dudar ni nos separará del
amor de Cristo sino que nuestro amor se acrecentará y con él saldremos
victoriosos de toda adversidad.
Los
cristianos no tenemos miedo a lo que pueda matar nuestro cuerpo, pues
seguimos las enseñanzas de nuestro Señor que dijo: “No teman a los que
sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que
puede destruir alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso un par de pajaritos
no se venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin
que lo permita vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos
están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo
tanto no tengan miedo” (Mt 10, 28-31).
La
influenza solo puede matar nuestro cuerpo, pero nunca nuestra alma, por
eso no le tenemos miedo, pues nuestra alma le pertenece al Señor y
nadie se la arrebatará si nos aferramos a él.
La influenza no tiene poder para decidir nuestra muerte corporal, es el Señor quien decide cundo ya nos toca partir, nadie se adelanta ni se atrasa, uno parte cuando ya está en los planes de Dios.
Hoy
en día ante la influenza, me atrevo a pensar, que en realidad mucha
gente no le tiene miedo al virus sino a la muerte, pero nosotros los
cristianos no le tenemos miedo pues amamos y confiamos en Cristo y por
ello podemos decir como San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la
muerte una ganancia” (Fil 1, 21). Los cristianos si vivimos ganamos, si
morimos ganamos. La victoria en Cristo está asegurada.
Hermanos,
ante la epidemia de la influenza, sigamos depositando nuestra
confianza en el Señor como lo hace el salmista: “El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién he de temer? Amparo de mi vida es el Señor, ¿ante
quién temblaré?... Si me sitia un ejército contrario, mi corazón no
teme, si una guerra estalla contra mí, aún tendré confianza (Sal
27,1.3).
Aunque la influenza me declare la guerra no temeré, pues el Señor es mi defensor, es mi refugio y escudo. |
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