Espiritualidad
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
La palabra amor en el mundo actual encierra desde los más viles
hasta los más nobles sentimientos del hombre. Todos son capaces de amar. En
nuestro cotidiano esta facultad se direcciona a diversas criaturas. Se ama a
los familiares, vecinos y amigos, se ama hasta incluso los animales domésticos
y objetos inanimados.
Ahora, si el hombre es capaz de amar, ¿qué se dirá de Dios? Y de
hecho, Dios no posee propiamente amor; en verdad, como escribió San Juan,
"Dios es amor" (1 Jn 4,6), pues el propio ser de Dios es Amor. Por
tanto, esta frase no es solamente poética, sino que en ella se encuentra un
enigma, una verdad teológica con una profundidad insondable explicada en
términos por el catecismo de la Iglesia.
El amor del hombre semejante al amor de Dios.
Para comprender algo del amor divino, es necesario antes definir
el amor humano. Santo Tomás de Aquino enseña que, por más que sintamos el pecho
latir más intensamente, el amor no es solo un sentimiento expresado por el
corazón [1]; amar no es permanecer largas horas pensando en una persona e
imaginando situaciones. "Amar" tampoco es simplemente un "verbo
transitivo directo", como refería un escritor brasileño, ni incluso la
simple inyección de la hormona dopamina...No solamente la ciencia, la poesía y
la literatura son capaces de decirnos algo sobre el amor. La teología enseña
que en el fondo, amar es querer el bien del otro. Es el primer movimiento de la
voluntad humana. Cuando queremos algo, amamos. Nuestro apetito, nuestra
voluntad tiende sobre todo al bien, porque el amor se caracteriza por entender
el bien existente en las criaturas, admirar y tener la voluntad de poseerlo;
esto es tener benevolencia, es querer bien. Así, amar es un acto de la
inteligencia y la voluntad humana que muchas veces es corroborado por nuestra
sensibilidad. San Agustín afirma que "la consumación de todas nuestras
obras es el amor. Es en él que está el fin: es hacia la conquista de él que
corremos; corremos para llegar allá y, una vez llegados, es en él que descansamos".
[2]
Cuando poseemos lo que amamos tenemos alegría y placer. Cuando
éste bien amado no está a nuestro alcance, poseemos deseo y esperanza. El amor
es más verdadero cuanto más es racional, por eso, cuanto más se conoce, más se
ama. De la misma manera que el verdadero amor humano, el amor de Dios jamás es
irracional, como, a veces, se encuentra nuestro amor, cuando es manchado por el
egoísmo. En Dios no existe pasión como la que es capaz de arrastrarnos a perder
el control de nosotros mismos, cuando deseamos algo fuera de la voluntad de
Dios y perdemos la razón. Este es un amor imperfecto. Ahora, si Dios es
omnisciente, se diría que ama todas las cosas con la máxima intensidad posible.
Semejante al nuestro, el amor de Dios se caracteriza por querer para lo amado
aquello que es bueno, pero de modo enteramente racional. Es el amor máximamente
perfecto.
Amor creador.
Como enseña el libro del Génesis, el Universo fue creado por Dios
según su sabiduría y no es solo fruto de un destino ciego o del acaso. En
verdad, todo el universo procede de la voluntad libre de Dios, que quiso hacer
las criaturas participantes de su Ser, su sabiduría y su bondad (Cf. Sb 9,9).
La Iglesia enseña que el amor de Dios tiene una peculiaridad: infunde y crea la
bondad en las criaturas [3]; por eso, "este mundo fue creado y continúa
siendo conservado por el amor del Creador".[4]
El amor de Dios no se direcciona a algo apenas por aquello ser
bueno, sino en verdad todo aquello que existe de bello y bueno en la Creación,
existe porque Dios lo amó antes de crear, o sea, el amor de Dios es creador,
crea porque ama. Por esta razón, todo lo que existe fue amado por Dios: el mar,
las montañas, las florestas, los animales, el Cielo, inclusive el infierno y el
demonio. Dios amó sobre todo al hombre haciéndolo rey de la creación, capaz de
retribuir este amor divino.
De hecho, el amor de Dios desea reciprocidad. Todavía, aunque no
exista gratitud el amor de Dios no cesa, pues es gratuito. La benevolencia de
Dios es infinita, sin límites. Santo Tomás de Aquino enseña que este amor
divino a los hombres tiene dos características esenciales: por la fuerza de
unión, quiere unirse a nosotros, dándose a sí mismo, viviendo en nosotros a través
de la gracia; y en virtud de la cohesión, quiere perfeccionar a quien Él ama,
quiere ayudarnos en nuestros dolores, en nuestras caídas, Él quiere
santificarnos [5].
Por esta razón, el amor de Dios al hombre no se manifiesta solo en
las cosas visibles, ni siquiera en los alimentos y los bienes de este mundo.
Este amor quiere comunicar el mayor bien de la creación que es la gracia, o
sea, la participación en su vida bienaventurada, que nos hace semejantes a Él y
nos da la posibilidad de conocerlo y amarlo [6]. Dios quiere conversar con el
hombre, consolarlo en sus aflicciones, compartir su alegría infinita, quiere
ser nuestro padre, amigo y hermano.Por Marcos Eduardo Melo dos Santos_____[1]
S. Th. 1,20,1.[2] Santo Agostinho, In epistulam Iohannis ad Parthos tractus 10,
4: PL 35, 2056-2057.[3] S. Th. 1,20,2.[4] II Concílio do Vaticano, Const. past.
Gaudium et spes, 2: AAS 58 (1966) 1026.[5] S. Th. 1,20,1, ad.3.[6] II
Concílio do Vaticano, Decr. Ad
gentes, 2-9: AAS 58 (1966) 948-958.
¿Dios ama más a unos que a otros? [7]
Debido a la mentalidad moderna, esta pregunta puede herir a los
defensores del igualitarismo completo, que quiere restringir a esta ley utópica
incluso hasta el amor del Creador, diciendo que su amor es idéntico a todos los
hombres fundamentalmente iguales.
Es verdad que como acto propio de Su voluntad, Dios ama todas las
cosas igualmente, pues una sola es su voluntad, por la cual ama como con el
mismo ‘instrumento' a todos los hombres.
Dios puede amar, sin embargo, más intensamente queriendo un bien
mayor a uno que a otro. Como la voluntad y el amor de Dios son la causa de la
bondad en las criaturas, Dios ama ciertas cosas más que otras, pues algunas son
más perfectas que otras. Cuanto más excelente es una criatura más fue amada por
Dios [8], por eso, "los mejores son más amados por Dios" [9].
Así, una planta fue más amada que una piedra, pues posee vida. Un
hombre más que el animal, porque posee inteligencia. Un hombre puede haber sido
más amado por Dios que otro, por esta razón algunos poseen más fuerza,
inteligencia, belleza o dotes naturales que otros.
Además, cuanto más el hombre posee la gracia y dones
sobrenaturales más es amado por Dios, pues, "el bien sobrenatural de un
solo individuo está encima del bien natural de todo el universo" [10]. Por
esta razón, caso fuese posible reunir la gracia como una gotita de agua, esta
valdría más que todo el oro del mundo, más que todos los astros y seres
visibles. Es la misma razón, que hace concluir que un santo es la criatura de
Dios más amada del Universo.
Un alma santa posee la gracia de Dios y responde con amor y
adoración a la benevolencia divina. Por esto, Dios manifiesta su poder para el
bien de los hombres a través de almas bienaventuradas que se entregaron
enteramente al amor del Creador. La criatura más amada por Dios fue María, la
Virgen llena de gracia, "hija bien amada del Padre Eterno".
El amor de Dios a los pecadores
Ni siquiera el pecado es un límite para este amor. Se diría que
Judas al traicionar al divino Maestro, cometiendo el mayor crimen de la
Historia al cambiar por treinta monedas la vida de Jesús, había perdido
cualquier capacidad de ser objeto del amor divino.
Entretanto, como nos lo recuerda San Bernardo, si Judas después de
su crimen horrendo hubiese implorado el amor de Dios, habría sido perdonado. Si
él hubiese recurrido a Nuestra Señora, sería hoy venerado entre los Apóstoles
de la Iglesia. De hecho, ni el deicidio es un límite para el amor divino. Este
amor de Dios quiere nuestro bien, quiere santificarnos. Dios ama al hombre,
aunque haya caído "bajo la esclavitud del pecado" porque este amor
omnipotente puede sobreponerse hasta a las peores infidelidades.
Leemos en la Biblia que Dios manifestó por los profetas un gran
amor al "pueblo elegido". El amor de Dios es eterno, pues "los
montes pueden cambiar de lugar y las colinas pueden sacudirse, pero mi amor no
cambiará" (Is 54,8-10; Jr 31,3). El amor de Dios es comparado al amor de
un esposo por su bien amada. Este amor es más fuerte que el amor de un padre, o
incluso de una madre, por sus hijos; pues así como el padre del hijo pródigo lo
perdonó, cuando el pueblo de Israel se alejaba de este amor, Dios los perdonaba
en sus infidelidades y los galardonaba de bienes [11]
La cumbre de la manifestación del amor
de Dios
Este Amor por la humanidad - aunque pecadora - culmina en la
Encarnación de Jesús, pues "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo
único" (Jn 3,16).
El Divino Maestro manifestó este amor de Dios en diversas
parábolas como la de la moneda perdida, el banquete a los lisiados, el
samaritano, el publicano, y sobre todo en la parábola del hijo pródigo y de la
oveja perdida. Jesús es el pastor que se alegra más con el encuentro de una
oveja perdida, es como el padre que encuentra a su hijo perdido.
Por esta razón, el pecador jamás debe perder la confianza en este
amor infinito del Creador demostrado por la pasión y muerte de Jesús en la Cruz
[12]. Jesús sería capaz de entregarse por un solo hombre a todos los suplicios
del Calvario. Como una vez Jacob sacrificó a su único y amado hijo Isaac, Dios
Padre entregó a Cristo en rescate de todos los hombres.
De tal manera Dios es amor, que la relación que existe entre las
personas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo es sobre todo
de amor. Amor eterno sin comienzo, ni fin. Enseña el Catecismo que "al
enviar, en la plenitud de los tiempos, a su Hijo único y al Espíritu de Amor,
Dios revela su secreto más íntimo: Él mismo es eternamente intercambio de amor:
Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos destinó a participar de esta
convivencia" [13]. A través de la gracia de Dios somos capaces de amarlo
como Él mismo se ama. Dios como que nos presta su propia capacidad de amar.
El amor de Dios en nuestra vida
Es este amor el que mueve al cristiano a practicar los
mandamientos de Dios y a soportar todos los sufrimientos de la vida presente.
Es la firme convicción de este amor de Dios por cada hombre, aunque pecador, el
que nos hace querer conocer los misterios insondables de la Fe y ser firmes en
los propósitos de santidad.
Por esta razón, los santos son la más perfecta imagen del amor
divino, pues corresponden a este amor. Almas ardientes de caridad divina
reflejan este amor en la benevolencia para con el prójimo. Como los mártires,
son capaces de entregar sus vidas y abandonar todas las cosas terrenales por
causa de este amor.A este amor todos los cristianos son llamados, pues la
santidad es un camino universal, para todos los hombres, para usted, que lee
este artículo.
Garrigou-Lagrange enseña que "el amor de Dios para con
nosotros es, pues, un amor de benevolencia y amistad, amistad tanto más
generosa cuanto más pobres nosotros seamos" [14]. Qué confianza el
cristiano debe tener en este amor Divino, especialmente en las amarguras y
dificultades de la vida presente.
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