"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES SANTO
“Ellos se ajustaron con él en treinta monedas”.
Ya estamos en el umbral de la Pasión. Es
Miércoles Santo. Mañana celebraremos la Misa vespertina “en la cena del Señor”,
y pasado mañana será el Viernes Santo. El pasaje evangélico que nos presenta la
liturgia para hoy es precisamente la preparación de la cena, y la versión de
Mateo de la traición de Judas (Mt 26,14-25). Pero el énfasis parece estar en la
traición de Judas, pues comienza y termina con esta. Los preparativos y la cena
parecen ser un telón de fondo para el drama de traición.
La lectura comienza así: “En aquel tiempo, uno
de los Doce, llamado Judas Iscariote, se presentó a los sumos sacerdotes y les
propuso: ‘¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?’ Ellos se ajustaron
con él en treinta monedas (Mateo es el único que menciona la cantidad acordada
de “treinta monedas” Marcos y Lucas solo mencionan “dinero”). Y desde entonces
andaba buscando ocasión propicia para entregarlo”.
La trama de la traición continúa
desarrollándose durante la cena: “Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar”. Luego sigue un intercambio entre Jesús y sus discípulos, que culmina
con Judas preguntando: “¿Soy yo acaso, Maestro?”, a lo que Jesús respondió: “Tú
lo has dicho”. Esto ocurría justo antes de la institución de la Eucaristía.
Siempre que escucho la historia de la traición
de Judas, recuerdo mis días de infancia y adolescencia cuando en mi pueblo
natal se celebraba la quema de una réplica de Judas. Era como si emprendiéndola
contra Judas, el pueblo entero tratara de echarle a este toda la culpa por la
muerte de Jesús; como si dijéramos: “Si yo hubiese estado allí, no lo hubiese
permitido”.
La realidad es que la traición de Judas fue el
último evento de una conspiración de los poderes ideológico-religiosos de su
tiempo, que llevaban tiempo planificando la muerte de Jesús. La suerte de Jesús
estaba echada. Judas fue un hombre débil de carácter que sucumbió ante la
tentación y se convirtió en un “tonto útil” en manos de los poderosos.
Es fácil echarle culpa a otro; eso nos hace
sentir bien, nos justifica. Pero se nos olvida que Jesús murió por los pecados
de toda la humanidad, cometidos y por cometer. Eso nos incluye a todos, sin
excepción. Todos apuntamos el dedo acusador contra Judas, pero, ¿y qué de
Pedro? ¿Acaso no traicionó también a Jesús? ¡Ah, pero Pedro se arrepintió y
siguió dirigiendo la Iglesia, mientras Judas se ahorcó! Esta aseveración
suscita tres preguntas, que cada cual debe contestarse: ¿Creen ustedes que Dios
dejó de amar a Judas a raíz de la traición? ¿Existe la posibilidad de que Judas
se haya arrepentido en el último instante de su vida? De ser así, ¿puede Dios
haberlo perdonado?
¿Y qué de los demás discípulos, quienes a la
hora de la verdad lo abandonaron, dejándolo solo en la cruz?
No pretendo justificar a Judas. Tan solo quiero
recalcar que él no fue el único que traicionó a Jesús, ni será el último.
¿Quiénes somos nosotros para juzgarlo? Hoy debemos preguntarnos: ¿Cuántas veces
te he traicionado, Señor? ¿Cuáles han sido mis “treinta monedas”?
El confesionario está abierto… Todavía estamos
a tiempo.
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