"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS EN LA
PASIÓN DEL SEÑOR. (B)
Hoy celebramos el
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, y la liturgia nos ofrece como lectura
evangélica para la Bendición de los ramos (Mc 11,1-10) la versión de Marcos de
la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, mientras la multitud le vitoreaba
gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el
reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”. Esa misma
multitud anónima que recibió a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén es la
misma que, en el Evangelio propio de la misa dominical (Mc 15,1-39), que nos
presenta un adelanto de la Pasión, pide que liberen a Barrabás mientras todos
gritan a viva voz: “¡Crucifícalo!; ¡Crucifícalo!”
Si comparamos la actitud de esa multitud anónima en ambas lecturas, vemos
cuán volubles y manejables son las masas. Lo mismo podemos decir de nosotros.
En un momento estamos alabando y bendiciendo al Señor mientras le recibimos en
nuestros corazones, y al siguiente nos dejamos seducir por el maligno y
terminamos dándole la espalda y “crucificándole”. Sí, cada vez que pecamos,
estamos dando un martillazo en uno de los clavos que taladraron las manos y los
pies de Jesús. Pero Él nos ama tanto que aun así ofreció su vida por los que lo
asesinaron. “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando
todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).
Esta Semana Santa que comienza hoy nos presenta otra oportunidad de hacer
introspección, examen de conciencia sobre nuestra actitud hacia Dios. ¿A cuál
de las dos multitudes pertenezco?
Este año será diferente pues, por las medidas sanitarias impuestas por la
pandemia, no se nos entregarán ramos, sino que se bendecirán los ramos que
llevemos a la celebración litúrgica. Unos ramos frescos, llenos de vida. Esos
ramos eventualmente van a secarse, y luego serán quemados para convertirse en
la ceniza que se nos va a imponer el miércoles de ceniza del próximo año. Así
de efímera es nuestra vida, y en eso nos vamos a convertir. Hoy se nos brinda
otra oportunidad. No sabemos si vamos a estar aquí el próximo año, el próximo
mes, la próxima semana, mañana. Esta noche… ¿En cuál de las multitudes nos
sorprenderá?
Jesús nos ama con locura, con pasión; quiere relacionarse con nosotros;
quiere nuestra salvación, para eso nos creó el Padre, por eso cuando le
fallamos envió a su Hijo. Pero, como nos decía el P. Larrañaga, “Dios es un perfecto
caballero”, es incapaz de imponerse. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo” (Ap 3,20).
Jesús se ofreció a sí mismo como víctima propiciatoria por todos los
pecados de la humanidad, cometidos y por cometer; los tuyos y los míos. Pero
para poder recibir el beneficio de esa redención tenemos que acercarnos a Él,
reconocerle, y reconocer nuestra culpa como lo hizo el buen ladrón. Y para eso
Jesús nos dejó el sacramento de la reconciliación, y se lo encomendó a Su
Iglesia a través de los apóstoles (Jn 20,22-23).
Si no la has hecho aún, esta Semana Santa es el momento propicio; ¡reconcíliate!
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