"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
“Jamás ha hablado nadie como ese hombre”.
En las lecturas que contemplamos hoy se percibe
un ambiente de tensión. Ya se ve en el horizonte el drama de la Pasión…
La primera lectura (Jr 11,18-20) continúa
prefigurando la Pasión, con la imagen del “cordero manso, llevado al matadero”.
Seis siglos antes que Jesús, Jeremías también había sido perseguido por
anunciar la palabra de Dios e invitar a su pueblo a la conversión.
Esa imagen del cordero, tan asociada al
“cordero pascual” que representa la figura de Cristo, enfatiza la inocencia de
la víctima y la injusticia del sacrificio; sacrificio que fue justificado por
la Ley.
En la lectura evangélica (Jn 7,40-53)
encontramos a los judíos divididos en cuanto a su opinión sobre Jesús. Jesús
siempre se presentó como una figura controversial. Ya Simeón había profetizado
que Jesús iba a ser “signo de contradicción” (Lc 2,34). Por otro lado, vemos
que los sumos sacerdotes y fariseos ya estaban poniendo en marcha su
conspiración para acabar con Jesús. Pero sus esfuerzos por arrestarlo
resultaban en vano. Los guardias del templo que tenían esa encomienda
regresaron ante ellos con las manos vacías. Furiosos ante el fracaso de su
gestión, increparon a los guardias: “¿Por qué no lo habéis traído?”, a lo que
éstos respondieron: “Jamás ha hablado nadie como ese hombre”. El poder del
Verbo, la Palabra de Dios que creó el universo (Cfr. Gn 1), que separó las tinieblas de la luz;
que es capaz de apartar las tinieblas de los corazones que se abren a ella. Los
guardias no habían podido resistir ese Poder.
Los fariseos estaban tan concentrados en
estudiar la Ley y los profetas, en aprenderlos de memoria, en debatir sobre su
interpretación, en el estricto “cumplimiento” de la Ley, que no reconocieron a
Aquél de quien hablaban los profetas. Por eso insultan a los guardias: “¿También
vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído
en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos”.
Los compararon con los llamados “pecadores” de
su época. Este grupo lo conformaban aquellos que por falta de instrucción, y
desconocimiento de la Ley, estaban constantemente expuestos a incumplir sus
normas o preceptos, especialmente aquellos relativos a la pureza ritual, y eso
los convertía en “pecadores”. Los judíos los denominaban el “pueblo de la
tierra” o ham ha’ares. Solo esta
gente “ignorante” podía dejarse “embaucar” por Jesús.
Los fariseos estaban convencidos que solo
mediante el estudio de la Ley y las escrituras se podía alcanzar el favor de
Dios. Todavía, en pleno siglo XXI, existen sectas fundamentalistas que
sostienen que el que no sabe leer no puede salvarse, pues no puede leer la
Biblia. Los fariseos confundían el conocimiento de la Ley con el conocimiento
de Dios. Esa actitud resalta el contraste entre ellos y Jesús. Ellos se sienten
“superiores”, por encima de la plebe, mientras Jesús se identifica con los
pobres y marginados.
Al final de pasaje vemos que los fariseos
también apoyan sus prejuicios en las Escrituras cuando insultan a Nicodemo:
“verás que de Galilea no salen profetas”.
Hagamos examen de conciencia. Nosotros,
¿utilizamos las Escrituras para juzgar, y fundamentar nuestros prejuicios
contra ciertas personas o grupos? ¿Ponemos los preceptos por encima del amor?
“Misericordia quiero, y no sacrificio”…
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