"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
Hoy celebramos la
Solemnidad de la Anunciación del Señor, ese hecho salvífico que puso en marcha
la cadena de eventos que culminó en el Misterio Pascual de Jesús, selló la
Nueva y definitiva Alianza, y abrió el camino para nuestra salvación. La
Iglesia celebra esta Solemnidad el 25 de marzo, nueve meses antes del
nacimiento de Jesús.
La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está
tomada del profeta Isaías (7,10-14; 8,10), que termina diciendo: “Pues el
Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a
luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa
‘Dios-con-nosotros’”.
El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan
hermosa del evangelista sobre el anuncio de la Encarnación de Jesús (1,26-38),
uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo
que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.
Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María
contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la
dejó el ángel”.
“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor
profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la
certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero
que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad
de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de
la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención.
Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.
Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el
contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora,
la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la
historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial
Yahvé dijo: “Hágase la
luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del
“hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de
mí esta copa; pero hágase tu
voluntad y no la mía” (Lc 22,42).
El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su
“hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese
misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15),
anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por
muchos (Mt 2,1-11).
Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la
fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza
en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase
de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del
Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de
Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.
En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir con la pandemia del COVID-19, oremos
todos como Iglesia al Padre Misericordioso y digamos junto con María, hágase, haciendo todo lo que nos
corresponda, y abandonándonos a la Voluntad del Padre con la certeza de que Él
tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que
tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es Su voluntad.
¡Gracias, Mamá María!
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