"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA QUINTA SEMANA
DE CUARESMA
“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no
peques más”.
En la primera lectura de hoy (Dn
13,1-9.15-17.19-30.33-62) se nos presenta la historia de la casta Susana que
confía en el Señor y prefiere enfrentar a sus calumniadores antes que pecar
contra Él. Es una historia larga, que termina desenmascarando a los acusadores
y librando a Susana del castigo. Susana había implorado al Señor, y el Señor
escuchó su plegaria, suscitando el Espíritu Santo en el joven Daniel, quien la
salvó de sus detractores, porque “Dios salva a los que esperan en él”.
De no ser por la intervención providencial del
joven Daniel, todos estaban prestos a condenarla, sin mayor indagación,
confiando tan solo en el testimonio de los dos ancianos libidinosos. En
ocasiones anteriores hemos hablado de cuán prestos estamos a juzgar y condenar
a los demás sin juzgarnos antes a nosotros mismos. Hoy vemos cómo, inclusive,
lo hacemos sin darles una oportunidad de defenderse, sin escuchar su versión de
los hechos, y cómo somos dados a la especulación cuando llega el momento de
juzgar y condenar. Y, peor aún, con cuánta facilidad repetimos un “chisme”, sin
averiguar su veracidad, y sin detenernos a pensar el daño que le causamos al
prójimo al hacerlo. Por eso alguien ha dicho que el órgano del cuerpo que más
nos hace pecar es la lengua.
En más de una ocasión el papa Francisco nos ha
instado a evitar los chismes y no caer en la tentación de usar una “lengua de
víbora”. “También las palabras pueden matar, por lo tanto no sólo no debemos
atentar contra la vida del prójimo, tampoco lanzar sobre él el veneno de la ira
y golpearlo con la calumnia”, nos ha dicho.
Más allá del chismorreo, si nos detuviéramos a
juzgarnos nosotros mismos antes de hacerlo con los demás, de seguro seríamos
más benévolos con ellos, aun cuando lo que se le imputa al otro fuera cierto,
como en la lectura evangélica de hoy (Jn 8,1-11) que trata sobre el perdón, y
nos presenta la historia de una mujer “sorprendida en flagrante adulterio”.
Esta vez no se trataba de una calumnia, la mujer era culpable.
Los escribas, fariseos y sumos sacerdotes, que
ya habían decidido “eliminar” a Jesús, vieron en esta situación una oportunidad
para acusarlo o, al menos, desacreditarlo ante sus seguidores: “Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Una pregunta “cargada”. Si
contestaba que sí, echaba por tierra todo lo que había predicado sobre el amor
y el perdón. Si contestaba que no, lo acusaban de violar la ley de Moisés.
Jesús decide ignorar la pregunta y les contesta
con la frase: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Nos dice
la escritura que todos se escabulleron, “empezando por los más viejos”.
Entonces Jesús dijo a la mujer: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no
peques más”.
Jesús, la Misericordia encarnada, no nos juzga,
no nos condena. Tan solo nos pide que reconozcamos nuestra culpa y no pequemos
más. Se trata de la manifestación más pura del amor. El amor de una madre…
En lo que poco resta de esta Cuaresma (nunca es
tarde), hagamos un examen de conciencia. ¿Con cuanta facilidad juzgamos a
nuestro prójimo? ¿Con cuánta facilidad le condenamos?
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