"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA
“Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis
que yo soy”.
En la lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para este martes de la quinta semana de cuaresma (Jn 8,21-30), san
Juan vuelve a poner en boca de Jesús la frase “yo soy”; el nombre que Dios le
revela a Moisés en el pasaje de la zarza ardiendo, cuando al preguntarle su
nombre Él le responde: “Así dirás a los Israelitas: Yo soy (יהוה
– Yahvé) me ha enviado a
vosotros” (Ex 3,14).
En el pasaje que contemplamos hoy, Jesús
primeramente nos remite a la necesidad de creer en Él para salvarnos (Cfr. Mc 16,16): “…si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados”. Luego repite
la frase para significar cómo en su “levantamiento” (su muerte y exaltación en
la Cruz) es que se ha de revelar quién es Él y cuál es su verdadera misión:
“Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy”. Este versículo guarda un paralelismo con la
primera lectura (Núm 21,4-9), en la que muchos ven una prefiguración de la cruz
y cómo por ella nos vendría la salvación.
La primera lectura nos relata cómo durante su
camino a través del desierto (en la Biblia el desierto es siempre lugar de
tentación y de prueba), el pueblo de Israel había comenzado a dudar de la
Providencia de Dios, y a murmurar contra Él y contra Moisés: “¿Por qué nos has
sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da
náusea ese pan sin cuerpo (refiriéndose al maná)”. Entonces aparecieron unas
serpientes venenosas que ellos interpretaron como un castigo de Dios.
Tal como nos sucede a nosotros cuando nos hemos
alejado de Dios y nos sentimos acosados por diversas circunstancias, los
israelitas, al verse acosados por las serpientes venenosas, reconocieron su
culpa y recurrieron a Moisés para que intercediera por ellos ante Yahvé. Como
dice el refrán popular: “Nos acordamos de santa Bárbara cuando truena”.
Entonces Yahvé instruyó a Moisés construir una
imagen de una serpiente venenosa y colocarla en un estandarte (la figura
resultante sería similar a una cruz), para que todo el que hubiese sido mordido
por una serpiente venenosa quedara sano al mirarla. ¿Quién curaba a los
Israelitas, el poder de aquella serpiente de bronce? ¡Por supuesto que no! Los
curaba el poder de Dios, cuya promesa ellos recordaban, y a quien invocaban al
mirar la imagen. Recuerden este pasaje cuando alguien les acuse de “adorar
imágenes”…
Del mismo modo, con el Yo soy de Jesús en el Evangelio de hoy, unido a la
alusión a su “levantamiento”, Jesús nos exhorta a buscar la presencia salvadora
de Dios en su persona, unida al sacrificio de la Cruz. En Jesús tenemos a Dios
mismo que puede decir: “Yo soy entre ustedes”. De ese modo el nombre de Dios se convierte en una realidad.
Ya no se trata de un Dios distante, terrible, cuyo nombre no se podía ni tan
siquiera pronunciar. Ahora Dios “es” entre nosotros (Cfr. Jn 1,14; Mt 28,20).
Al igual que los israelitas en el desierto eran
sanados al mirar el estandarte con la serpiente, nosotros, los cristianos,
somos sanados de nuestros pecados cuando fijamos nuestra vista en la Cruz, que
nos remite al Crucificado, y al único y eterno sacrificio ofrecido de una vez y
por todas para nuestra salvación. Si no lo has hecho aún, todavía estás a
tiempo. ¡Reconcíliate! Para eso Jesús nos dejó el Sacramento…
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