Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Oración introductoria
Señor Jesús, ayúdanos a comprender este mensaje, porque no sabemos dónde está el final de la parábola y dónde comienza nuestra vida. Aquí como en otros evangelios descubrimos. Ayúdame a descubrir en tus evangelios la importancia de la autenticidad en nuestra vida. Pero es necesario que no sólo la entendamos, sino que la vivamos. Para esto necesitamos tu ayuda. Señor, enséñanos el camino.
Meditación
El viento nos pega en el rostro. A lo lejos Cristo, en una barca, nos quiere hablar. Levanta su voz y parece que se ayuda de las olas del mar para hacernos llegar su mensaje. Con la tranquila y suave brisa de la costa se escapan de los labios de Jesús unas «palabras» que, al parecer, sólo nos transmiten aspectos sencillos de la vida rural. Cual estadio de fútbol la muchedumbre clama con cada palabra de su boca. Algunas de estas palabras comienzan a retumbar en nuestros oídos:
“Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron” ¿Qué es esto? ¿En qué consisten todas estas semillas? Parece muy confuso, pero al momento continúan las siguientes casi sin dejarnos pensar: “Otras cayeron en terreno pedregoso”,. “Otras cayeron entre espinas”,. “Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto”. Mientras todas estas palabras resuenan en nuestro corazón, buscamos una solución. Cuando de pronto unas palabras, si se puede decir, más confusas misteriosas saltan de su boca: “¡El que tenga oídos, que oiga!”.
Nos tocamos, y sentimos que tenemos oídos, pero ¿escuchamos? Las palabras del Señor han dado en el clavo. Muchas veces parece que en los sermones de nuestros curas, sacerdotes, o en las palabras que nos dicen nuestros padres podemos oír a Dios, pero ¿escuchamos? Y podemos decir que muchas de todas estas palabras están en nuestra mente, pero ¿ya las hemos bajado al corazón?
Aquí está la clave del Evangelio. Escuchar es “prestar atención a lo que se oye”, y esto implica que toda nuestra persona se ha de involucrar. ¿Qué mejor manera de involucrarnos sino haciendo, realizando lo que escuchamos? Esta es nuestra parte del trabajo. Hemos oído al Maestro, y sus palabras han resonado en nuestro interior. Sólo tenemos que ponerlas en práctica, y lo mejor es que Él nos las explique.
Reflexión Apostólica
¿Qué tienen que ver con mi vida estas semillas? Todo. Sencillamente todo. En ellas está nuestra realización personal, y la verdadera autenticidad como cristianos. Las semillas son la palabra de Dios, lo dijo Cristo; pero no sólo son la palabra de Dios sino cualquier regalo que nos hace. Lo interesante es qué hacemos con estas semillas.
Las primeras caen al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Esto es cuando al escuchar la palabra de Dios – que nos puede hablar de muchas maneras, por el sacerdote que nos da la homilía en la Santa misa, por un amigo que nos ayuda, por una situación que estamos pasando, por nuestros padres, etc. – le hacemos caso más bien a esas otras muchas voces y no a lo que Dios quiere de nosotros ajenas al querer de Dios. Cuando un amigo nos dice que necesitamos ser más maduros y serios en nuestra vida, pero le preferimos hacer “oídos sordos” y escuchar a los medios de comunicación que nos enseñan que sólo conseguimos la madures y la felicidad abandonando nuestros principios... Cuando nuestros papás nos recomiendan hacer tal o cual cosa, tomar tal o cual medida, pero preferimos hacer lo que nos dictan nuestros caprichos.… Echamos en saco roto la palabra y los regalos de Dios.
Las siguientes caen en terreno pedregoso. Oyes los consejos y quieres ponerlos en práctica. En tu interior ves brotar los primeros retoños de una primavera prometedora, pero el viento sopla muy fuerte. En un inicio las otras voces que te quieren alejar de Dios parecen brisas que se apagan, pero luego se levantan tornados. Tu tierra no era profunda. Cuando buscaste en tu alma te diste cuenta que habías cavado poco. Viste entonces cómo las flores que se prometían nunca se abrieron, o se consumieron por el miedo a mostrar la belleza de lo que habían recibido. En ese momento se secó la planta.
Otras cayeron entre zarzas. ¿Cuáles son las zarzas en nuestra vida? Son todas aquellas seducciones que nos tiende el mundo: el dinero, las vanidades, los lujos, las comodidades superfluas, etc. La semilla es recibida por la tierra. Es una buena tierra, es una buena persona. El problema llega cuando chocan la palabra de Dios que hemos recibido y esto que se pone al alcance de la mano, lo fácil del mundo, que proporciona “felicidad” fácil y efímera. Hay que tener la valentía de escoger la felicidad verdadera porque sólo está ella, sólo existe para iluminar la conciencia y llenar de vida.
Las últimas caen en tierra buena. Tierra buena es esa que ha sido abonada y preparada con antelación, haciéndose para que sea fértil. ¡Debemos ser tierra buena para la semilla del amor! Amor de Dios que se nos muestra en los hombres, en nuestros amigos, en nuestra familia. Estos son los cristianos en los que ha fructificado la palabra de Dios. Han recibido la simiente y ha dado raíces. Las raíces sólo ayudan a que la planta pueda dar dos grandes dones a quienes lo rodean: La flor y el fruto. Flor que es la alegría de sentirse regalado por Dios. Flor que es el amor a Dios. Y Fruto, que no es otra cosa sino la manifestación de ese amor en quienes nos rodean. El Cristiano auténtico es el que lo demuestra en sus obras. Es el que vive con la consciencia de que la palabra de Dios es viva y eficaz y hace que él obre según la voluntad de Dios, que lo único que busca es su felicidad.
Propósito
Ayuda a que alguien a quien conozcas se sienta más cerca de Dios al estar contigo. Una palabra, un consejo, lo que quieras. Tú también eres sembrador. ¡Sal a sembrar!
Diálogo con Dios
Jesucristo, ya me has hecho ver qué es lo que no me deja hundir mis raíces en una vida de unión contigo. Te pido me ayudes a alejar de mi vida cualquier ocasión de pecado que me aparte de ti. Necesito que me des la fortaleza para poder ser sembrador en el corazón de las personas con quienes me encuentre hoy. Quiero ser un cristiano auténtico.
«Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta mono cultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana». En su viaje a Fátima el 13 de mayo de 2010, S.S. Benedicto XVI
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