Los psiquiatras han observado un aumento de los trastornos de conducta, del desarrollo y del vínculo del apego en los menores en los últimos años, pero los que más acusan estas alteraciones son los niños que han vivido situaciones de adversidad preadoptiva como abusos, maltrato, negligencia y largos periodos de internamiento en orfanatos. Los más afectados son que proceden de Rusia y de los países del Este, "cuando llegan a la consulta, acuden ya con el problema", declaró a Levante-EMV la psiquiatra infantil Gemma Ochando, que trabaja en el hospital La Fe.
Los trastornos más habituales son los de conducta, aprendizaje, de déficit de atención e hiperactividad y los que están relacionados con la adaptación. En menor grado, sufren las consecuencias de un débil vínculo del apego al haber sido abandonados, alteraciones del sueño y ansiedad ya que temen un segundo abandono por parte de los padres adoptivos.
Ochando explicó que hay tres periodos críticos: cuando el niño llega a su nuevo hogar, cuando se hace púber y cuando tiene su primer hijo, que revive su experiencia de pequeñín.
Con la llegada a su nueva familia, el menor sufre dificultades porque pierde todos sus referentes: el idioma, la cultura, compañeros, la religión y, en ocasiones, hasta el nombre, "que hace que este cambio sea especialmente delicado, ya que pasa de vivir con los cuidadores en un orfanato a conocer a una familia y a unos padres que para él son unos desconocidos", indica la psiquiatra que agrega que, en muchas ocasiones, los niños se sienten culpables porque han dejado amigos en el orfanato que echan de menos y cuya pérdida también tienen que superar.
Un proceso de por vida
A esta situación absolutamente nueva se suma el estrés de la escolarización, el aprendizaje de otra lengua y la dificultad que tienen para expresar sus sentimientos de miedo e inseguridad.
"Por eso recalcamos que la adopción es un hecho puntual y que el proceso va a durar toda la vida", indica la experta.
La segunda fase crítica es la pubertad, sobre todo para los niños que la viven muy precozmente: entre los 8 y 9 años, "porque sienten más reafirmar su identidad", expresa Gemma Ochando que afirma que los padres deben de estar preparados para afrontar los cambios que se produzcan. A los 18 años se produce otra crisis porque querrá conocer sus orígenes, "y la tercera es cuando tienen un hijo, porque reviven los primeros momentos de su vida, aunque cuando se mueren los padres adoptivos también entran en una crisis importante porque sienten un segundo abandono".
La psiquiatra aconseja a los padres que acudan a los servicios sociales o médicos cuando observen algún rasgo anómalo, "sin tener miedo a que se les cuestione su valía como padres porque lo más primordial en estos casos siempre es la prevención".
Pilar G. del BurgoLevante-emv.com
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