Resignación
¡Bendito seas Señor,
por tu infinita bondad;
porque pones, con amor,
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad!
¡Qué triste es mi caminar!...
Llevo en el pecho escondido
un gemido de pesar,
y en mis labios un cantar
para esconder mi gemido.
Mi poesía soñadora
que, al murmurar, no se sabe
si es que canta o es que llora,
es agua murmuradora
de corriente mansa y grave.
Y es que temiendo, Señor,
que este mundo burlador
se burle de mis pesares,
voy ahogando entre cantares
los ayes de mi dolor.
No quiero que en mi cantar
mi pena se transparente;
quiero sufrir y callar,
no quiero dar a la gente
migajas de mi pesar.
´
Tú solo, Dios y Señor,
Tú que por amor me hieres,
Tú que, con inmenso amor,
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres.
Tú sólo lo has de saber,
que sólo quiero contar
mi secreto padecer
a quien lo ha de comprender
y lo puede consolar.
***
¡Bendito seas, Señor!...
Será el dolor que viniere
en buena hora recibido,
Venga, pues que Dios lo quiere...
¿qué me importa verme herido
si es mi Dios el que me hiere?
Yo no me quejo, Señor;
yo sé que el goce es dolor
si se sufre por amar,
y el padecer es gozar
si se padece de amor.
Sé que para el peregrino
que gusta el placer divino
de padecer por amores,
las espinas del camino
se van convirtiendo en flores.
Yo no me quejo, Señor,
yo quiero el alma tener
lacerada de dolor,
que el padecer por amor
es muy dulce padecer.
Yo quiero sufrir, Señor,
quiero, por amor, gozar,
la dulzura del dolor;
quiero hacer mi vida altar
de un sacrificio de amor.
***
Vivir sin penas de amores
es triste vivir sombrío,
es como el agua de un río
que sin árboles ni flores,
va por un campo valdío.
Vida de falsa alegría,
yo no te envidio: que el día
que fuera mi vida así,
temblando de horror diría:
¡Dios se ha olvidado de mí!
No huyáis penas y dolores
con flaqueza de cobarde,
ni busquéis falsos amores
que mueren, como las flores,
en el morir de la tarde.
Saber sufrir y tener
el alma recia y curtida
es lo que importa saber;
la ciencia de padecer
es la ciencia de la vida.
No hay como saber sufrir
con entereza el dolor
para saber compartir,
que el dolor es la mejor
enseñanza del vivir.
Él ayuda con su mano
las empresas duraderas
del vivir fecundo y sano;
Él sabe aventar del grano
la suciedad de las eras.
Él nos enseña a tener
siempre el alma apercibida
y a esperar y a no temer
y a dar su justo valer
a las cosas de la vida.
Nos enseña a caminar
por la vida, y a luchar
con ánimo bien templado,
para no desesperar
ni esperar demasiado.
Es saludable lección
para las vanas pasiones;
cauterio del corazón,
freno de las tentaciones
y escuela de perfección.
Por eso, Dios y Señor,
porque por amor me hieres;
porque, con inmenso amor,
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres.
Porque sufrir es curar
las llagas del corazón;
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación
a medida del pesar.
Por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor...
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!
Junto con su hermano César, procedía de una familia de la buena sociedad de Cádiz. Su padre fue el abogado en ejercicio y diputado conservador gaditano Juan Gualberto Pemán y Maestre, perteneciente a la familia política de la Restauración, y su madre María Pemartín y Carrera Laborde Aramburu, de entronque jerezano.
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