Carta del Arzobispo
+ ANTONIO MONTERO MORENO
Arzobispo de Mérida-Badajoz
¿Quién mueve el corazón humano?
Por corazón entendemos los humanos algo infinitamente más rico y más profundo que el bombeo de la sangre en el sistema circulatorio. Siendo éste esencial para vivir, los diccionarios de citas acumulan innumerables definiciones de un órgano tan especial, cargadas todas ellas de metáforas y símbolos. Escojo entre las que conozco ésta de Karl Rahner: "El corazón es el punto donde se concentra la totalidad de nuestro ser, bajo el triple signo de la unidad, la interioridad y la soledad" O sea, mi corazón, soy yo mismo, lo más mío de mí, la clave secreta de mis sentimientos, mis actitudes, mis decisiones.
Se le contrapone a la mente, a la inteligencia, a la razón, las cuales, a su vez, se identifican y materializan con otro elemento superior y definitorio del cuerpo humano: la cabeza, el cerebro. Dicho con tosquedad, la cabeza es la sede del pensamiento y de las ideas, como el corazón lo es de los sentimientos y de los afectos. Tan esenciales para la vida humana el primero como la segunda, igual que el certificado de defunción lo mismo puede apoyarse en el paro cardíaco, que en el encefalograma plano. Cabeza y corazón, pensamiento y sentimientos, entendimiento y voluntad, se implican e imbrican en nuestra buena salud personal y en nuestra acción consciente y libre.
¡Oh, si la vida y las personas nos atuviéramos siempre a estos equilibrios, pensando rectamente y ejecutando lo justo! De la mente sale la ciencia, la técnica, el desarrollo, la riqueza y el poder. Pero está expuesta a la soberbia, a la frialdad, a la indiferencia, a la injusticia e incluso a la crueldad. Decía Oscar Wilde que conviene que todo el mundo sea un "gentleman" (un caballero), porque, si no, cuanto más sepa, peor.
En cuanto al corazón, andamos con las mismas; del corazón, como diré después, brotan todos los heroísmos y todas las empresas liberadoras; pero es el propio Jesucristo quien nos previene sobre su cara obscura. "Del corazón salen, dice, los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 19-20).
El manantial del amor
Veamos su cara luminosa: los sentimientos y la voluntad, los arranques y las decisiones. Y, por encima de todo, la fuente viva y misteriosa del amor. Porque ése sí que es el nombre más acertado para hablar del corazón. Los enamorados se llaman indistintamente entre sí ¡amor! o ¡corazón! De la voz latina "cor", vienen los derivados de cordial, cordialidad, misericordia (corazón compasivo); y al revés, discordia (ruptura de la unidad y el amor) y descorazonamiento (apagón del entusiasmo y los afectos).
El amor se despliega en múltiples versiones: esponsal, paterno y materno, filial y fraterno, amical, divino y humano, erótico y posesivo, o de donación y entrega sin reservas. (¡Cómo me gustaría volar más alto con San Juan evangelista: "El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor"; o con San Pablo en el himno sin par a la Caridad: "Si no tengo amor, yo no soy nada"; y, ¿cómo no?, con Jesús en la noche de la Cena donde "nos amó hasta el extremo" Pero el guión de hoy es otro, el corazón humano).
Nos preguntamos en el título que quién lo mueve. Otra manera de indagar lo mismo, sería interrogarse: ¿Cómo se conmueve el corazón? Dando por supuesto que, como fuente que es de sentimientos y palanca de las decisiones, puede estar inerte, frío, inamovible y en sus trece, para no inclinarse hacia nada ni hacia nadie. Tal vez el peor adjetivo que se le aplica al corazón, cuando se lo merece, es el de empedernido, que viene de piedra. ¿Saben lo que es un pedernal? Pues, eso. Lo mismo que, aplicado a la cabeza, llamaríamos testarudo.
Metal duro y frío
Dura la cerviz y empedernida el alma. Son, decimos, gente sin corazón. O, con otros estilos, indivíduos de alma chata, metalizados por el dinero, embotados por los bienes materiales, degradados por el abandono de sentimientos morales o religiosos. Más bien tierra endurecida por falta de lluvia o de riego. Aquellos a quienes, aunque no practican el mal por sistema, se les ha muerto por dentro el niño que un día fueron, se les han evaporado los sentimientos nobles y altruistas que recibieron en la familia, la escuela o la Iglesia. Junto a ellos, proliferan los que por la frialdad de corazón, la tibieza religiosa, la indiferencia social, la mediocridad sostenida, denotan un corazón sin gas o, en todo caso, sin arrestos, para reiniciar por sí mismos el camino del bien.
¿Son situaciones irreversibles? Teóricamente, no, porque al igual, aunque más cuesta arriba, que se pasa del bien al mal, puede regresarse del mal al bien. Con gentes de menor edad, o de talante más receptivo, no hay que desdeñar, para cambiarlos a mejor, los apoyos de una legislación humanitaria, de unos agentes sociales sensibles y competentes, con psicólogos idóneos cuando llegara el caso. Pero pienso, y no por lastre profesional, que este es, desde los profetas bíblicos hasta hoy, el campo de la religión y, entre nosotros, el de la Iglesia.
Corazón de carne
A este propósito, no puede ser ni más vivo ni más vigoroso el tan conocido texto de Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (36, 26). Pero, ¡bueno!, si no somos autómatas ni marionetas, ¿dónde queda aquí el fuero de nuestra libertad? ¿La maneja Dios desde dentro con unos hilos invisibles? Yo no lo entiendo así. Su misteriosa aportación a nuestras decisiones personales no es para mermar la libertad, sino para iluminar y potenciar el buen uso del libre albedrío. Ni el buen carburante, ni los faros potentes, cambian la ruta del automovilista bien orientado.
¡Claro que hay resortes humanos para cambiar a mejor el corazón de las personas! En un proceso permanente opera en este sentido lo que Julián Marías y los doctores Enrique Rojas y Bernabé Tierno llaman la educación sentimental. Encauzar la voluntad y los impulsos afectivos en la asimilación de un sistema de valores. Toda la catequesis cristiana de la familia y de la Iglesia tienden a moldear nuestro corazón a la medida del de Cristo. ¡Danos un corazón grande para amar; danos un corazón fuerte para luchar! Ocurre también que un suceso impactante, una situación límite, un enamoramiento sublime, un contacto con el sufrimiento o la inocencia, cambian de repente el corazón en el camino del bien. Cosa explicable sin interpretaciones religiosas, pero mucho más legible desde la acción del Espíritu y la Providencia del Padre.
¿Quién cambió el corazón de Gorbachoff para que sacara a Rusia de la esclavitud marxista leninista y, con ella, la caída del muro y la nueva Europa comunitaria? ¿Quién puede convertir las entrañas de un etarra sanguinario o de tantos otros terroristas y narcotraficantes? ¿Quién, en otra escala, puede arrastrar al testimonio ferviente, al profetismo evangélico, a tantos cristianos mediocres, que nos debatimos entre el continuísmo y la apatía? ¿Por qué se meten entonces con el Cardenal Rouco y con otros pastores cuando recomendamos la oración para que Dios cambie el corazón propio y ajeno?
No hay comentarios:
Publicar un comentario