"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros
pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados.
1 Juan 1: 8-9
¡Ahí está el problema!
Fabián es honesto, serio, trabajador. Es un
buen marido, un buen padre de familia, un buen vecino, un buen compañero de
trabajo… No hace daño a nadie, es servicial. Todo el mundo lo aprecia. Fabián
podría pensar: “No tengo nada que reprocharme. Si alguien merece el paraíso,
ese soy yo”. Pero ¿qué dice Jesús? “No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5: 32). “Los sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9: 12).
Fabián piensa ser “justo” y estar “moralmente
sano”, no hace caso a los llamados del Salvador, vive muy bien sin él, y ahí
está el problema…
Para otros, Fabián es un hombre “respetable”,
pero Dios ve hasta lo profundo de su corazón. Un pensamiento impuro, una
pequeña mentira o un poco de egoísmo bastan para revelar que él es un pecador…
Y su vida ejemplar no puede borrar un solo pecado. El paraíso, lugar donde el pecado
no puede entrar, le es cerrado.
En realidad, ante Dios, Fabián no es “justo”,
pues “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3: 10), y tampoco está “en buena
salud moral”, pues “engañoso es el corazón… y perverso” (Jeremías 17: 9).
Es preciso aceptar el veredicto de Dios: “No
hay justo”, y reconocer su gran amor. Dios envió a su Hijo para que llevase el
castigo que merecían nuestros pecados. Jesucristo derramó su sangre en la cruz
para limpiarnos de todo pecado (1 Juan 1:7). Gracias a ese precio, y solo a ese precio, el que cree en Jesucristo puede ser
justo ante Dios.
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