"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1)
“Tened fe en Dios. Os
aseguro que si uno dice a este monte: ‘Quítate de ahí y tírate al mar’, no con
dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo:
Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la
obtendréis. Esas palabras nos las dice Jesús en el evangelio para hoy (Mc
11,11-26)”.
La fe es un don, un regalo de Dios, pero lo recibimos como un diamante en
bruto que tenemos que cortar y pulir para que adquiera todo su brillo y
resplandor. ¿Y cómo logramos eso? A través de la lectura de la Palabra, los
sacramentos, y la práctica asidua de la oración y las obras de misericordia
espirituales y corporales (sin limitarlas a las catorce que se estereotipan,
sino como respuesta amorosa a todas las miserias que encontremos en nuestro
caminar).
Tenemos que hacernos “uno” con Jesús, identificarnos con Él de tal manera
que podamos decir con Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga
2,20). Esa ha de ser nuestra aspiración como cristianos. Y el comienzo es
admitir nuestra pequeñez y nuestra incapacidad de lograr ese grado de
perfección por nosotros mismos. Tenemos que adorar, tenemos que orar, pidiendo
a Dios que aumente nuestra fe para que alcance la plenitud de que nos habla
Jesús en el evangelio de hoy. Y si Él nos dice que podemos alcanzar ese grado
de perfección, y le creemos, sabemos que podemos lograrlo.
Nosotros, como cristianos, tenemos que vivir de tal modo que nuestra fe se
note en nuestras obras al punto que nuestros hijos nos imiten. Esa es la mejor
herencia que podemos dejarles.
No se trata de estudiar y escudriñar los pensamientos y escritos de los
grandes teólogos de nuestra Iglesia. No estoy diciendo que eso esté mal, o que
sea un ejercicio fútil, pero eso no va a aumentar nuestra fe. Esto solo puede
lograrse mediante un encuentro personal con el Resucitado. Y eso no se aprende
en los libros.
Te invito a que visites a Jesús sacramentado. Si no tienes cerca una
capilla de adoración perpetua, ve al primer templo que encuentres abierto.
Allí, póstrate ante Jesús en el sagrario, míralo, y déjate amar por Él. Si es
posible, vete cada día a visitarlo, aunque sea por diez minutos. Te lo aseguro;
allí aprenderás más que en los libros.
Escucha su Palabra, como María de Betania, que estaba a los pies de Jesús.
Pon en sus manos tus problemas y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos,
del mundo entero, pues todo le interesa. Allí, contemplando el santísimo,
sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. Él sosegará tu
ánimo y te dará fuerzas para seguir adelante. Él te dirá como a Jairo: No tengas miedo, solamente confía en Mí [ten
fe] (Mc 5,36).
Por eso hoy nuestra oración ha de ser: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.
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