"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Hermanos, teniendo libertad para entrar en el
Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él
nos abrió a través del velo, esto es, de su carne… acerquémonos con corazón
sincero, en plena certidumbre de fe. Hebreos
Hebreos 10: 19-20, 22
Entrada libre
“Entre sin llamar”, “privado”, “siga”,
“prohibido pasar”… Los avisos que vemos en las puertas son muy variados. Cuando
estoy frente a una puerta, mi actitud no depende solo del cartel ubicado en
ella, sino también de la persona que lo colocó, y de mi relación con ella. Si
soy “de la casa”, paso sin problema por la puerta cuyo mensaje dice: “Privado”.
Antiguamente Dios mismo moraba en medio del
campamento de Israel. Vivía en una tienda, en un lugar cerrado por un velo
precioso, cuya entrada estaba totalmente prohibida. Solo el sumo sacerdote
entraba solemnemente una vez al año, con la sangre, para que los pecados del
pueblo fuesen perdonados (Hebreos 9: 7).
Más tarde sucedió lo mismo en el templo de
Jerusalén. El acceso al “Lugar Santísimo” donde Dios moraba también estaba
prohibido, cerrado mediante un velo (o cortina).
Pero cuando Jesús murió, sucedió algo
extraordinario: “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo
27: 51). Dios lo rasgó para proclamar que, a partir de ese momento, gracias a
la muerte de Jesús, el creyente puede entrar y estar en su presencia.
Ahora todo cristiano puede acercarse a Dios sin temor. Dios es santo, pero la sangre de Jesús fue derramada: el que cree es purificado de todo pecado. Ya no entra en un templo construido por los hombres, sino en el cielo mismo, mediante la oración y la fe. ¡Allí encuentra a Jesús, su Salvador! (Hebreos 9: 11-12). Dios es para él un Padre, y siempre es bien recibido por él, pues forma parte de su familia.
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