"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1)
“¿Quién te ha dado semejante autoridad?”
Ir por lana y salir trasquilado. Ese refrán
popular podría describir lo que le ocurrió en la lectura evangélica de hoy (Mc
11,27-33) a los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos que pretendieron
una vez más poner a prueba o, mejor aún, restarle credibilidad a Jesús
cuestionando sus acciones en el Templo (acababa de echar a los mercaderes). Ya
no encontraban cómo detener su mensaje. La única salida era desprestigiarlo,
minar su autoridad: “¿Quién te ha dado semejante autoridad?”
Jesús, que como hemos dicho en ocasiones
anteriores es un maestro del debate, los desarma con su respuesta, tan aguda
como inesperada. Los pone en “evidencia”, los desarma. “Os voy a hacer una
pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo
de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme”.
Los sumos sacerdotes, los escribas y los
presbíteros son personas inteligentes. Quieren desmerecer a Jesús, pero quieren
retener el favor de pueblo. Jesús les ha hecho un planteamiento respecto a una
figura importantísima para los judíos: Juan el Bautista. “Si decimos que es de
Dios, dirá: ‘¿Y por qué no le habéis creído?” Pero como digamos que es de los
hombres…’ (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que
Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: ‘No sabemos’”. Jesús les replicó:
“Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.
Fueron víctimas de su propio relativismo.
Querían desprestigiar a Jesús, pero querían mantener el favor del pueblo. En
otras palabras, querían estar con Dios y con los hombres. ¿Cuántas veces nos
ocurre eso a nosotros? Queremos seguir a Jesús y sus enseñanzas, pero queremos
mantener el favor de los que nos rodean. Queremos “disfrazar” la verdad, que
las cosas sean como nos gustaría que fueran, no necesariamente como Jesús nos
enseñó. Intentamos “acomodar” la doctrina de Jesús a nuestra conducta y a
nuestro discurso para no perder el favor de los que nos rodean. Preferimos
decir “no sabemos” antes que enfrentarnos a nuestra propia cobardía, a nuestra
conciencia moral.
Es lo que el papa emérito Benedicto XVI ha llamado
la dictadura del relativismo: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la
Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el
relativismo, es decir, dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de
doctrina’, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va
constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como
definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”.
Los fariseos hablan en términos de “autoridad”, pero conciben la autoridad en términos de dominio, de poder, de fuerza, “¿Quién te ha dado semejante autoridad?”. No comprenden que la única autoridad de Jesús es el amor, la capacidad de hacerse igual, hacerse uno con el otro, hacerse cercano. Pierden de vista que en hebreo la palabra procede de una raíz que significa “hacerse igual a”. La “autoridad” de Jesús brota de su amor infinito. Es la autoridad de la Cruz, del que ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros. “Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,30).
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