"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DOMINGO (B)
Hoy celebramos la
solemnidad de la Santísima
Trinidad, ese misterio insondable del Dios Uno y Trino. Un solo
Dios, tres personas divinas. Y la lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para hoy (Mt 28,16-20) es la conclusión del Evangelio según san Mateo.
En ese pasaje Jesús afirma en forma inequívoca que todo el poder que se le ha
dado, y que Él transmite a sus discípulos al enviarlos a hacer discípulos de
todos los pueblos proviene del Dios Uno y Trino. Por eso los envía a bautizar
“en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Durante la cincuentena de Pascua, mientras nos preparábamos para la
solemnidad de Pentecostés, leíamos el libro de los Hechos de los Apóstoles que
centraba nuestra mirada en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el
Espíritu Santo consolador que los apóstoles recibirían en Pentecostés reunidos
en torno a María, la madre de Jesús y madre nuestra, dando origen a la Iglesia
misionera.
Eso le infunde un carácter Trinitario a la Iglesia, ya que esta nace de la
promesa del Padre que se hace realidad en Pentecostés a fin de que la comunidad
dé testimonio de Jesús; y es el Espíritu quien guía la obra de evangelización y
le da la fuerza necesaria para dar testimonio de Jesús en medio de persecuciones
y luchas.
“Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ‘¡Abba!’ (Padre). Ese Espíritu
y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si
somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”
(Segunda lectura de hoy (Rm 8,14-17).
Es decir, que podemos participar de la vida eterna gracias a ese amor
entre el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros en la forma del Espíritu
Santo. La fórmula es sencilla: El Padre ama al Hijo con amor infinito y el Hijo
ama al Padre de igual modo; y ese amor es el Espíritu de la Verdad que se
derrama sobre nosotros y nos conduce a la Verdad plena, que es el Amor
incondicional de Dios.
Esa identidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu es la que hace posible
la promesa de Jesús a sus discípulos al final del Evangelio de hoy: “Y sabed
que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Porque donde
está el Padre está el Hijo, y está también el Espíritu; y donde está el
Espíritu están el Padre y el Hijo. De este modo, en la acción del Espíritu
Santo se nos revela, no solo el amor de Dios, sino la plenitud de la Trinidad.
De eso se trata la Trinidad, pues todo el misterio de Dios se reduce al amor: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4,7-8).
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