"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
¡VEN ESPÍRITU DIVINO!
19 Al atardecer de aquel día, el primero de
la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: « La paz con vosotros. »
20 Dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez:
« La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. »
22 Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: « Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos. » (Jn. 20,19-23)
El apóstol Juan, en su Evangelio, nos está hablando aquí
de dos realidades. La primera: “al anochecer”, “las puertas cerradas” y “el
miedo” que sobrecoge a los discípulos… Y la otra realidad que se impone a la
primera, por la presencia de Jesús, es: “Yo soy la Luz del mundo, el que me
sigue no camina en las tinieblas”; “Yo soy la Puerta, el que entre por Mí se
salvará” y ante el miedo: “Él es nuestra Paz”... Por esto, en su aparición,
Jesús les infunde su Paz por dos veces: “¡Paz a vosotros, soy Yo el que murió y
ha resucitado, mirad mis manos y mis pies!”... ¡Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor!...
Jesús disipa todo lo que puede enturbiar nuestra
alegría, porque, además, no viene solo, trae en su aliento el Espíritu Santo
que es el Amor de Jesús, el que le hizo dar la vida para salvarnos, porque nos
amó hasta el extremo... “Y sopló sobre ellos y recibieron el Espíritu Santo”.
De “entenebrecidos”, se volvieron hombres luminosos que reflejaban en sus
rostros la gloria de Jesús Resucitado. De “acorralados”, con las puertas de su
corazón atrancadas, entraban y salían a través de la Puerta que es Cristo, y
nada ni nadie podía retener su ir y venir, hablando de las maravillas de Dios.
Y de “miedosos y paralizados”, atados con cadenas a este mundo tenebroso, se
convirtieron en “los hombres de la Paz”, capaces de gozar en la Luz y de
contagiarla a todos los que los escuchaban y estaban a su lado... Y este cambio
nunca visto es obra del Espíritu de Jesús, que “trae la salvación en las alas”,
para arrastrar, ya en la tierra, a nuestros cuerpos y almas al mundo de la
gracia y de la Gloria de Dios, en donde nada es pesado, sino que todo asciende,
con el soplo del Espíritu, a la presencia de Dios...
Y el Espíritu Santo es el que perdona nuestros pecados
sin tenerlos en cuenta y nos da el espíritu de compunción y sentimiento hondo
de nuestra ingratitud, con las lágrimas del arrepentimiento, que éstas son las
que enjugan nuestras penas y nos hacen aceptos al Padre e íntimos de su Gloria
y de sus dones... ¡Qué gran Abogado y Consolador es el Espíritu Santo!...
¡Cuántas penas y congojas no se ha llevado para Sí, no dejando en nosotros su
huella amarga: ¡Él limpia lo que está sucio y “enmarañado” y clarifica con su
vuelo lo que está “empañado” en nuestro espíritu!... ¿Y qué más diremos del
Espíritu Santo?: ¡Que es bello y hermoso, luminoso, dador de todo bien, imán
para nuestras almas de todo lo que Él puso en nosotros al crearnos con su Amor:
¡su imagen indeleble, de que somos hijos de Dios y herederos de su Gloria
eterna!...
¡Seamos muy amigos y deudores del Espíritu Santo!...
¡Tengámosle siempre presente en nuestra alma para invocarle de continuo: en las
cosas sencillas de nuestra vida y en los momentos importantes, ¡donde su
fortaleza y discernimiento nos serán muy necesarios!...
¡Ven Espíritu Santo, ven ya y llénanos de tu santidad y divinidad!...
¡Amén, amén, que así se haga por tu bondad!...
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