"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi
súplica.
Salmo 66: 19
En el día que temo, yo en ti confío.
Salmo 56: 3
¡Jóvenes, oren!
“Martín, si te encuentras en una dificultad,
¡ora a Dios!”, dijo hace años una madre a su hijo que partía a alta mar. Hasta
ese momento el joven nunca había aceptado someterse a la dirección de Dios. Su
madre, preocupada, pensaba: “¡Si al menos pensara en Dios cuando tenga momentos
difíciles!”.
Martín, lleno de energía como muchos jóvenes de
su edad, no veía la necesidad de orar. De todos modos, quería decidir por sí
mismo sobre su vida.
Sin embargo, desde la primera travesía, se vio
obligado a orar. Solo en la cubierta del barco, mientras hacía una tarea
ordinaria, que no hubiese hecho perder el equilibrio a un marinero
experimentado, fue arrojado por la borda debido a una sacudida brusca e
inesperada.
“¡Oh Dios, si existes, sálvame!”, gritó antes
de sumergirse en las aguas.
Dios estaba atento. En ese momento un marinero
fue a buscarlo, y al no ver a nadie en la cubierta, miró hacia abajo y vio la
cabeza de Martín que salía del agua. Con mucho esfuerzo logró salvarlo in
extremis. Martín, ya seguro a bordo, habló de su corta oración, pero nada
cambió en su vida.
Sin embargo, cuando volvió a casa después de
aquella travesía, pensaba que Dios existía y se lo había demostrado claramente.
¿Cómo podía permanecer insensible? Una voz interior le decía: “¡Martín, no
resistas más!”. Arrepentido, confesó a Dios que a menudo había despreciado sus
llamados. Recibió el perdón y la paz mediante la fe en Jesucristo.
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