"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA
La liturgia Pascual
continúa proponiéndonos el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hc 13,44-52) y
la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la Iglesia. El pasaje de hoy
nos presenta a Pablo y Bernabé predicando la Buena Nueva que “se iba difundiendo
por toda la región” de Pisidia. Pablo acababa de decirles a los de Antioquía
que la justificación que ellos no habían podido alcanzar por la Ley de Moisés,
gracias a Jesús, la alcanzaría todo el que cree (13,38b-39). Como siempre, la
Palabra fue acogida con agrado por los gentiles y rechazada por los judíos,
quienes en su mayoría se radicalizaban en su apego a la Ley por encima de la
predicación de Pablo y Bernabé.
No pudiendo rebatir esa predicación, optaron por desacreditarlos,
valiéndose de “las señoras distinguidas y devotas” y los principales de la
ciudad, [quienes] provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los
expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta
contra la ciudad, y se fueron a Iconio” a continuar su labor evangelizadora.
Termina diciendo el pasaje que “los discípulos quedaron llenos de alegría y de
Espíritu Santo”. Y no es para menos. A pesar de los inconvenientes y las
persecuciones, estando llenos de Espíritu Santo y llevando la Palabra en sus corazones,
se sentían acompañados por Jesús, quien antes de subir al Padre les había
prometido: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”
(Mt 28,20).
En la lectura evangélica (Jn 14,7-14) encontramos a Jesús nuevamente
estableciendo esa identidad entre el Padre y Él: “Si me conocéis a mí,
conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Y ante
la insistencia de Felipe de que les muestre al Padre, Jesús le responde: “¿Cómo
dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre
en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece
en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no,
creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras
que yo hago, y aún mayores”.
Jesús no solo nos está diciendo que Él es quien nos puede mostrar al Padre
en Su propia persona, sino que el Padre y su Reino se hacen también presentes
en este mundo a través de las obras de los que creen en el Hijo y le creen al
Hijo, porque “lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.
El creyente, la persona de fe, está llamada a continuar la misión que el
Padre le encomendó al Hijo, y que Él nos ha delegado. Y en el desempeño de esa
misión lo acompañarán grandes signos, como nos decía el evangelio según san
Marcos que leemos en su Fiesta: “echarán demonios en mi nombre, hablarán
lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal,
no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos” (Mc 16,
17-18). Esto es una promesa del Señor, y Él nunca se retracta de su Palabra.
Señor, que tu Hijo esté presente en todas las obras que hagamos en Tu nombre para que al igual que Él, seamos signos de Tu presencia en el mundo.
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