"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA
Continuamos nuestra ruta hacia Pentecostés, y el Espíritu Santo Santo sigue ocupando un papel protagónico en la liturgia pascual.
La primera lectura de hoy (Hc 20,17-27) nos presenta el discurso de
despedida de Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Pablo hace un
recuento de la labor que ha realizado en esa comunidad (“Vosotros sabéis que
todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse pie en
Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas”…) y,
aunque reconociendo sus limitaciones humanas, manifiesta haber cumplido su
misión.
Al mismo tiempo encontramos a un Pablo que se muestra dócil a la voz del
Espíritu Santo y reconoce que es Él quien le guía en su misión: “Y ahora me
dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo
sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan
cárceles y luchas”. Por eso reconoce que su misión no ha concluido y, más aún,
que le esperan grandes retos, persecuciones, encarcelamientos, luchas. “Pero a
mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir
el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la
gracia de Dios”.
Igual sentido de “misión cumplida” encontramos en la lectura evangélica
que nos propone la liturgia para hoy (Jn 17,1-11a), que es el comienzo de
llamada “oración sacerdotal” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 17 del
evangelio según san Juan.
Luego de concluida la “despedida” de sus discípulos que hemos estado
leyendo en los días anteriores, Jesús se dirige al Padre con la satisfacción de
haber cumplido la misión que este le había encomendado: “Yo te he glorificado
sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste… He manifestado tu
nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me
los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me
diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste,
y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y
han creído que tú me has enviado”.
Concluida Su vida terrenal corresponde a los discípulos (eso nos incluye a
nosotros) cosechar los frutos de su misión y continuar la misma. Por eso le
ruega al Padre por sus discípulos, por nosotros: “Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú
me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en
ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en
el mundo, mientras yo voy a ti”.
Hace dos días celebramos la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos. Ahora
quedamos nosotros “en el mundo”.
En la primera lectura vimos cómo Pablo entendió cuál era su misión y estuvo dispuesto a pagar el precio. Y tú, ¿estás dispuesto a pagar el tuyo?
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