"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA
Celebrando la Eucaristía en Filipos, en un
pequeño islote en medio del río justo en el lugar en que Pablo bautizó a Lidia,
la primera cristiana bautizada en el continente europeo (Hc 16,13-15). Una
experiencia inolvidable. Allí celebramos la misa de la vigilia de Pentecostés.
Foto tomada durante nuestra peregrinación del 2014.
La liturgia pascual continúa presentándonos la
historia de la Iglesia primitiva y su expansión por todo el mundo conocido,
gracias a la acción del Espíritu Santo. La primera lectura para hoy (Hc
16,11-15), en un pasaje aparentemente sencillo, nos presenta un hecho
trascendental en la historia de la Iglesia. El relato de un viaje en barco nos
presenta a Pablo, ya acompañado por Lucas, poniendo pie y predicando por
primera vez la Buena Noticia de Jesús en el continente europeo. El viaje nos
muestra a Pablo llegando primero a Neáplois, y luego a Filipos, donde
permaneció un tiempo y fundó la primera comunidad cristiana en Europa;
comunidad a la que más tarde escribiría la carta que también forma parte del
Nuevo Testamento. Corría aproximadamente el año 50.
Gracias a ese viaje misionero de Pablo llegó
también el Evangelio a tierras americanas, por voz de aquellos primeros
misioneros europeos que arriesgaron sus vidas cruzando el Atlántico para traer
el mensaje de salvación a estas tierras.
Hay un dato que no quiero dejar de mencionar.
Si nos fijamos, de este punto en adelante la narración de los Hechos de los
Apóstoles cambia de tercera persona a primera persona (“zarpamos”, “salimos”,
“nos detuvimos”, etc.); lo que significa que desde ese momento en adelante, ya
Lucas, el autor del libro, acompaña a Pablo en sus viajes.
En ese primer encuentro con unas mujeres que
estaba orando, sobresale la figura de Lidia, una comerciante a quien “el Señor le
abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo”. Vemos la acción del
Espíritu abriendo caminos, ayudando a los misioneros, proveyéndoles los medios.
Habiendo escuchado y aceptado el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, Lidia
se hizo bautizar e invitó a Pablo y Lucas a hospedarse en su casa (Cfr. Lc 10,5-7).
La lectura evangélica (Jn 15,26 -16,4a)
continúa narrándonos el discurso de despedida de Jesús, en el cual Jesús
instruye y prepara a sus discípulos para lo que les espera, incluyendo el martirio.
Les asegura que ha de enviarles el Paráclito que dará testimonio de Él; y que
ellos también darán testimonio de Él. La palabra “testimonio”, según utilizada
en el Nuevo Testamento, es sinónimo de martirio. Dar la vida por el Evangelio
es el gran Testimonio, confesar con la sangre la Verdad. Jesús les está
diciendo de tendrán que enfrentar el martirio: “llegará incluso una hora cuando
el que os dé muerte pensará que da culto a Dios”. Y les advierte que: “Os he
hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo
había dicho”.
Es el Espíritu quien ha de darles las fuerzas
para “dar testimonio”. Y mientras existan en el mundo el pecado, el egoísmo y
el mal, los cristianos seremos perseguidos, humillados, ridiculizados. La
mayoría de nosotros tenemos la dicha de proclamar nuestra fe en un mundo donde
no tenemos que confesar la Verdad con nuestra sangre, pero ello no nos exime de
la burla, la persecución, a veces abierta y (la peor) a veces vedada.
Desgraciadamente, todavía hoy existen aquellos que sufren el martirio por
profesar su fe, como está ocurriendo en Asia.
Señor, envía tu Santo Espíritu sobre nosotros,
para que tengamos la valentía y perseverancia de proclamar tu Evangelio, a
tiempo y a destiempo, sin importar las consecuencias.



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