"Ventana abierta"
DOMINICAS LERMA
¿SABÍAS QUE…
… DOMINGO RESULTÓ SER UN VISIONARIO EN EL SECTOR DE LA
CONSTRUCCIÓN?
El Señor le había indicado a Domingo que su Orden debía
empezar con un monasterio femenino, y le había señalado incluso el terreno
donde debía construirse. Así pues, ¡solo había que ponerse manos a la obra! ¿Y
qué se necesita para construir un convento? ¿Piedras? ¿Cemento? Sí, todo eso es
muy bonito y muy idílico, pero dejémonos de poesía: lo que se necesita es
dinero. Mucho dinero. Y Domingo no tenía ni para comprar pipas.
Lo propio en una situación así es sentirse un tanto desconcertado:
¡ver clarísimo el camino que Jesucristo te marca y no tener los medios para
poder llevarlo a cabo! Pero lo cierto es que Domingo ni siquiera reparó en ese
detalle. Si Cristo le había ido guiando hasta aquí, ¡seguiría cuidándole!
Así pues, lo que Domingo hizo fue… ¡¡creer!! Pero creer
de verdad... Su estrategia fue la más sencilla del mundo: ir a visitar a los
poquitos habitantes que tenía la aldea de Prulla. Casa por casa, con toda la
tranquilidad del mundo, se presentaba como su “futuro vecino”. Y, con la misma
paz, les ofrecía su amistad, su disponibilidad para lo que necesitasen… y les
pedía su ayuda para cuando comenzase la obra del monasterio.
Imagina la cara de aquellos labriegos. Lo más seguro es
que pensaran que ese jovencito extranjero desarrapado estaba completamente
loco… ¡pero les cayó simpático!
Así que nada, a fuerza de visitas, encuentros amigables,
encendidas predicaciones y algún que otro trabajillo que les hizo nuestro buen
amigo, en unas pocas semanas la pequeña aldea de Prulla volvía a declararse
plenamente católica, Domingo era muy querido por todos… y sus nuevos amigos, a
pesar de sus escasos recursos, prometieron ayudarle fabricando ladrillos cuando
comenzase las obras de su monasterio. Igual alguno lo dijo por darle el gusto,
pero suponiendo que esa obra no empezaría nunca… ¡¡aunque Domingo seguía
viviendo como si la construcción fuese a realizarse de un momento a otro!!
Una mañana, Prulla entera entró en ferviente
expectación. A lo lejos, en el camino que venía de Fanjeaux, se divisaba una
pequeña comitiva avanzando hacia ellos. ¿Quién sería? ¿Quién querría visitar su
miserable y olvidada aldea?
Domingo se acercó a observar entre el revuelo de la
gente. Mil hipótesis cruzaban ya el ambiente, cuando, de pronto… ¡Domingo se echó
a reír de felicidad y salió a toda prisa al encuentro de los visitantes, dando
voces de alegría y casi saltando por el camino!
¿Pero quién era? ¿Y por qué el joven castellano se había
emocionado tanto?
Domingo, acompañado por la comitiva, entró en la aldea,
dando voces, avisando a todos… Y, con una sonrisa que no le cabía en el rostro,
les presentó a… el obispo Diego. Su obispo.
¡¡Imagina la alegría del reencuentro!! Después de tanto
tiempo, los dos amigos, que más bien eran padre e hijo, volvían a estar juntos.
Las cosas en la diócesis castellana andaban
estupendamente, no había grandes novedades que contar. Puesto que la situación
estaba tranquila, y enterado de la muerte de Raúl, Diego había venido a verle:
quería saber cómo estaba…
Y Domingo estaba… ¡¡exultante!! ¡No sabía ni por dónde
empezar a contar! Le habló de sus días de predicación sin fruto, de la
conversión de las mujeres cátaras… luego le habló de la bola de fuego, ¡y le
llevó a visitar las ruinas de la iglesia que quería convertir en convento!
El viejo obispo iba de hito en hito, asombrado,
emocionándose cada vez más… Y justo en ese momento, Domingo le manifestó el
problema: no sabía por dónde seguir. No tenía recursos.
A Diego le brillaron los ojos: ¡él sí que sabía cómo
continuar! En su opinión lo primero de todo era conseguir que el obispo de la
zona les cediera el terreno. El obispo en cuestión era un tal Fulco. Le habían
conocido en la reunión de abades de Montpellier, y parecía un hombre sensato… A
Domingo le pareció muy bien, pero, ¿qué proyecto podría presentar para pedir el
terreno? ¡Por ahora solo tenía ideas y un grupito de mujeres!
El entusiasmo de Diego solo hacía que crecer. En un
primer momento pensó encargarse personalmente de la reunión con el obispo, pero
de pronto cambió de opinión. Domingo podía visitar a Fulco… en lo que él volvía
a Osma. La diócesis castellana andaba sobrada de recursos… ¡y él era su
administrador!
-¡¡Los bienes de la Iglesia pertenecen a Dios y en
causas divinas deben emplearse!! -exclamó.
Generoso, espontáneo y un tanto impulsivo. Diego seguía
siendo el mismo de siempre, pensó Domingo, sonriendo.
Así pues, unos días más tarde, los dos amigos volvieron
a despedirse, esta vez con la promesa de un pronto reencuentro, con caminos
diferentes, pero unidos de nuevo en una misma misión.
PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor es experto en abrir caminos?
Ya se lo demostró a los israelitas cuando llegaron al
Mar Rojo: cuando parecía imposible, cuando dieron todo por perdido, el Señor
les regaló una salida por donde nadie podía imaginar: ¡les abrió un camino en
el mar!
Del mismo modo, Cristo se enfrentó a ese oscuro túnel
sin salida que era la muerte… ¡¡y lo convirtió en senda de luz!!
Ya no hay callejones sin salida para los que vamos con
quien es el Camino. ¡¡Esa es nuestra fe!! Sabemos que Él nos cuida. En
cualquier situación, con Él encontramos una salida, ¡aunque suele ser la que
menos esperamos! Nuestro desafío es seguir creyendo, confiar en que, en el
momento exacto, Cristo actuará. Los tiempos del Señor no son rápidos ni lentos,
¡son perfectos! Solo es cuestión de mantener la fe… y saber esperar “al tercer
día”. ¡Feliz Pascua!
VIVE DE CRISTO
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