"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna”.
Como decíamos en nuestra reflexión de ayer,
Nicodemo es un personaje que aparece solamente en el relato evangélico de Juan;
personaje importante porque sirve de contrapunto en un diálogo profundo con
Jesús que ocupa una buena parte del capítulo 3 del relato. Durante ese primer
encuentro con Jesús es que se desarrolla el diálogo que se recoge parcialmente
entre la lectura evangélica de ayer y la que nos ofrece la liturgia para hoy
(Jn 3,5a.7b-15).
Ayer leíamos cómo, cuando Jesús le dijo que “el
que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”, Nicodemo le preguntó:
“¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por
segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”.
Y es esa pregunta de Nicodemo la que provoca
las palabras de Jesús con que comienza la lectura de hoy: “Tenéis que nacer de
nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde
viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”.
Nicodemo es incapaz de comprender lo que le
dice Jesús. Su mentalidad de fariseo no le permitía ver más allá de la Ley y su
cumplimiento. Jesús le está hablando de la verdadera Libertad que solo el
Espíritu (que es el Amor entre el Padre y el Hijo) puede darnos. Ese concepto
de libertad en el Espíritu que Jesús le planteaba resultaba incomprensible para
él.
La idea de “nacer de nuevo” resulta irrisoria,
imposible, para todo aquél que no ha conocido el Amor de Dios, ese Amor que nos
hace comprender que para Dios todo es posible y que solo podemos alcanzar la
Libertad plena abrazando la Cruz de su Hijo.
Entonces Jesús le dice: “Y tú, el maestro de
Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que
hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis
cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” El
cielo del que le habla Jesús a Nicodemo (y a nosotros) no hay que buscarlo en
las alturas; es la experiencia de hacerse uno con el Padre como Él lo es. Es
esa toma de conciencia grande y profunda de que Dios está con uno y uno está
con Dios, en un pacto producto de la Libertad que solo puede provenir del Amor.
“Si permanecéis en mi palabra, verdaderamente
sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn
8,31-32); libres, no para “hacer lo que nos dé la gana”, sino libres para amar.
Porque como hemos dicho en ocasiones anteriores, la “verdad” a la que se
refiere Jesús es el Amor incondicional de Dios. Ese es el concepto de Libertad
que nos plantea Jesús; libertad que le hizo optar libremente por la Cruz, y que
Él trata de comunicar a Nicodemo pero que este no puede entender: “Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.
Y tú, ¿le crees?
No hay comentarios:
Publicar un comentario