"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
“Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no
puede ver el reino de Dios”.
Nicodemo es un personaje que aparece solamente
en el relato evangélico de Juan (al igual que Lázaro), y que es importante
porque sirve de contrapunto en un diálogo profundo con Jesús, que ocupa una
buena parte del capítulo 3 del relato. Nicodemo era un fariseo rico que,
intrigado y atraído por el mensaje de Jesús, decide ir a visitarlo de noche.
Ahí se suscita el primer encuentro con Jesús, cuyo inicio recoge la lectura evangélica
que nos ofrece la liturgia para hoy (Jn 3,1-8).
El saludo de Nicodemo y el inicio del diálogo
son importantes para entender la mentalidad y la actitud con que Nicodemo se
presentó ante Jesús, y nos ayudarán a entender el resto del diálogo: “‘Rabí,
sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer
los signos que tú haces si Dios no está con él’. Jesús le contestó: ‘Te lo
aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios’. Nicodemo le
pregunta: ‘¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda
vez entrar en el vientre de su madre y nacer?’”.
Es esa pregunta de Nicodemo la que provoca las
palabras de Jesús con que finaliza la lectura de hoy: “Tenéis que nacer de
nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde
viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”. Nicodemo es
incapaz de comprender lo que le dice Jesús. Su mentalidad de fariseo no le
permitía ver más allá de la Ley y su cumplimiento. El concepto de libertad en
el Espíritu que Jesús le planteaba resultaba incomprensible para él. La idea de
“nacer de nuevo” resulta irrisoria, imposible, para todo aquél que no ha
conocido el Amor de Dios, ese Amor que nos hace comprender que, para Dios, todo
es posible.
Y es el Espíritu el que nos hace “nacer” a una
nueva realidad que nos permite “ver” el Reino, más allá de los signos que lo
anuncian. Es el Espíritu que hace posible que cumplamos la misión que, por
nuestras propias fuerzas, dependiendo de nuestra humanidad, no podemos
realizar. Ese “nacer de nuevo” nos evoca el “hacernos como niños” (Cfr. Mt 18,3) que Jesús nos propone, tan necesario
para aceptar que dependemos de Dios para nuestra salvación, ya que por nuestro
propio esfuerzo es imposible.
Y fue precisamente ese concepto de libertad en
el Espíritu que nos plantea Jesús lo que le hizo optar libremente por la Cruz,
que en el Evangelio de mañana (Jn 3,7b-15) Él anuncia y Nicodemo no puede
entender: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna”. Con su muerte de Cruz Jesús transformó una forma de muerte ignominiosa
en glorificación y medio para alcanzar la vida eterna, para pasar de la muerte a
la Vida. Es el legado de su Misterio Pascual (pasión, muerte, resurrección y
glorificación) que hemos estado contemplando en las pasadas dos semanas.
Él nos mostró el camino (no es fácil), y somos
testigos de su Resurrección. ¿Te animas a seguirlo?



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