"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES SANTO (MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR)
Al concluir un retiro espiritual que reunió en
casa Santa Marta a los dos adversarios políticos de Sudán del Sur, el Papa
Francisco tuvo un gesto imprevisto. Se agachó para besar los pies de los dos
líderes que habían llevado al país a la guerra civil. Francisco les pidió “de
corazón y con sus sentimientos más profundos” que mantuvieran la paz. Ese gesto
imprevisto abonó el terreno para el eventual cese de las hostilidades y la
guerra civil. Porque un gesto vale más que mil palabras…
La liturgia para el Jueves Santo es un
verdadero festín. En la Misa Vespertina de la Cena del Señor celebramos la
institución de la Eucaristía (que quiere decir “acción de gracias”) y el
sacerdocio. Es el comienzo del Triduo Pascual. A pesar de estar tan cercanos a
la Pasión, estamos de fiesta; por eso los ornamentos litúrgicos son blancos.
Las primeras lecturas tratan más directamente
el tema de la Eucaristía, mientras el pasaje evangélico nos presenta un
episodio relacionado: el lavatorio de los pies.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo
(12,1-8.11-14), hace memoria del hecho liberador más importante en la historia
del pueblo de Israel, su liberación de la esclavitud en Egipto. La primera
Pascua, y la celebración de la primera cena pascual, signo de la Alianza entre
Dios y su pueblo a través de la persona de Moisés. Ese hecho liberador se
convirtió en “memorial” (zikkaron) para los judíos. Por eso, al celebrar la Pascua, cada judío se considera
que él mismo (no sus antepasados) fue liberado de la esclavitud en Egipto.
La segunda lectura nos presenta la mejor
narración de la institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo
Testamento, curiosamente por alguien que no estuvo allí, pero que la recibió
por la Tradición: el apóstol san Pablo (1 Cor 11,23-26). Esa institución se dio
durante la cena de Pascua que Jesús compartía con sus discípulos. Y en medio de
esa celebración, Jesús se ofrece a sí mismo como signo de la Alianza nueva y
eterna, y al ofrecer el pan y el vino pronunciando la acción de gracias,
instituye la cena como zikkaron (memorial) de su Pasión: “Haced esto en memoria mía”.
La lectura evangélica, tomada del evangelio
según san Juan (13, 1-15), contiene una de las frases más hermosas y profundas
del Nuevo Testamento, y que le da sentido al Triduo Pascual que estamos
comenzando: “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo”. Tanto nos amó que no quiso separarse de nosotros. Por el contrario,
quiso quedarse con nosotros en todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo
las especies eucarísticas de pan y vino. Nos amó hasta el extremo, nos amó con
pasión…
Este pasaje nos narra, como dijimos, el
lavatorio de pies, que ocurre justo antes de la cena pascual. Todos conocemos
el episodio. Lo importante es lo que Jesús les dice al terminar de lavarles los
pies: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el
Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el
Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis”.
Él estaba a punto de marcharse, pero quería
“sentar la tónica” del comportamiento que sus discípulos debían seguir.
Podríamos desarrollar toda una catequesis sobre el significado de este gesto de
Jesús, pero, como he dicho antes, el Espíritu Santo nos ha regalado la persona
del papa Francisco, quien encarna ese mensaje de humildad y servicio. Les
invito una vez más a mirarlo e imitarlo. Nuestra Iglesia está viviendo una
nueva era, y nos ha tocado la gracia de ser testigos.
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