Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García S.J.
DOMINGO DE PASCUA. MISA DEL DÍA
FE adulta
P. José Luis Sicre
Las dos frases más repetidas por la
iglesia en este domingo son: «Cristo ha resucitado» y «Dios ha resucitado a
Jesús»; resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este
tema. Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no
tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección.
Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena,
Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del
evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy
distintas.
Tres reacciones ante la resurrección de
Jesús (Juan 20,1-9)
María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado. En él se cumple lo que dirá días más tarde Jesús a Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Porque, en realidad, lo único que ha visto es unos lienzos y un sudario.
El evangelio de Juan, que tanto nos hace
sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje
espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude
(María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe
(discípulo amado).
¿Por
qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la
siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una
comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse
superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto
evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la
de Pedro: le basta ver para creer, igual que, más adelante, cuando Jesús se
aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que «es el Señor». Sin
embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, y lo espera a
la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado,
imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro
es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y
compromisos.
A diferencia del evangelio, las otras dos
lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la
resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).
«Dios lo resucitó y él nos encargó predicar» (Hechos
10, 34a. 37-43)
Las palabras de Pedro forman parte de un
largo episodio del libro de los Hechos que cuenta uno de los momentos capitales
del cristianismo primitivo: la predicación del evangelio a los paganos. Según
Lucas, antes de que Pablo y la comunidad de Antioquía emprendiesen esta labor
revolucionaria, ya Pedro había recibido de Dios el encargo de aceptar la
invitación del centurión Cornelio y dirigirse a su casa (con escándalo inicial
del mismo Pedro y escándalo posterior de los sectores más conservadores de la
comunidad de Jerusalén). Pedro hablará de Jesús y de los testigos que lo
acompañaron.
A Jesús lo presenta destacando tres
aspectos durante su actividad terrena: estuvo ungido con la fuerza del Espíritu
Santo, pasó haciendo el bien, Dios estaba con él. Después de la resurrección
adquirió una dignidad mucho mayor: Dios lo constituyó juez de vivos y muertos,
con poder de perdonar los pecados a quienes creen en él. La enorme dignidad que
esto supone solo se comprende teniendo en cuenta los textos apocalípticos, que
presentan a Dios como único juez. Para Cornelio y su familia es el mayor
argumento a favor de creer en Jesús.
«Nosotros» somos testigos de lo que hizo
durante su actividad pública y de la realidad de su resurrección, ya que comimos
y bebimos con él. Y esto nos obliga a predicar al pueblo. Pero el episodio de
Cornelio deja claro que «el pueblo» no es solo Israel. Ahora también tienen
cabida los paganos.
«Aspirad a los bienes de
arriba» (Colosenses 3,1-4)
«Cristo ha resucitado». ¿Es un simple
saludo? ¿Cambia esto nuestra vida? El autor de la carta a los colosenses (Pablo
o un discípulo suyo) subraya el profundo cambio que debe producirse en
nosotros. Para ello, debemos comenzar preguntándonos qué buscamos en la vida, a
qué aspiramos. Cuando hubiésemos hecho la lista de aspiraciones, nos
sorprendería el texto de la carta.
El autor distingue dos etapas en la vida
cristiana, marcadas por dos situaciones de Cristo: ahora está sentado a la
derecha de Dios, escondido en él; más tarde se aparecerá glorioso. Del mismo
modo, el cristiano debe ahora esconderse con Cristo en Dios, buscar los bienes
de arriba, aspirar a ellos.
¿Qué significa esto en la práctica? La carta indica inmediatamente qué es lo del cielo y qué lo de la tierra. A la tierra corresponden «fornicación, impureza, pasión concupiscencia y avaricia», «cólera, ira, malicia, maledicencia, obscenidades». Al cielo, «compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia, soportarse mutuamente, perdón… y por encima de todo, el amor, que es el broche de la perfección» (Col 3,5-14). La resurrección de Cristo nos obliga a adoptar una nueva forma de vida.
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